Ella de pie, mostrando su recién estrenada lencería recibía la mirada de su Amo. Seria contestó:
- Arrodillarme ante Usted. ¿Puedo?
- Ven aquí, mi niña.
Ella se puso de rodillas, y torpemente se acercó a Él, mitad arrastrando sus rodillas, mitad gateando. Su cara se iluminó. Puso su cara sobre el muslo de su Señor, y recibió una caricia en su pelo. Con la cara oculta, sonrio pícaramente. Una sonrisa de niña perversa, feliz. Sabía que le esperaba cuando Él acabara su copa. Su mano tocó la parte alta del muslo. Su Amo no se inmutaba. Pero ella supo al rozar su menique con el bulto del pantalón que había acertado. Y se volvio a relamer.
Unas horas después, con su cuerpo dolorido por los espasmos de placer, volvió a ponerse de rodillas, y recibir su caricia. Esta vez El de pie, ella no sonreia. Había acertado de nuevo y era feliz. Muy feliz.
Llevo una mano a mi cuello y me toco el collar, cierro los ojos para intentar controlar las lágrimas que pugnan por salir, pero enseguida siento la humedad recorriendo mis mejillas. Sé que Él a veces no lo comprende, pero ¿cómo explicar que se puede llorar de felicidad, de dolor, de rabia o de impotencia, y no solo de pena? Aunque ahora es de pena, ahora mismo parece que el collar me queme en el cuello y vaya a dejar su marca a fuego sobre mi piel. No me gusta discutir con Él, creo que hay algo de lo que no nos estamos dando cuenta, algo importante. No puedo insistir, sé que está enfadado. Somos diferentes pero compatibles, yo nerviosa e inquieta, el tranquilo y pausado, yo soñadora, él con los pies en la tierra, yo sensible, él impasible…Donde otros ven diferencias irreconciliables yo veo mi mitad, tal vez porque soy una auténtica romántica o simplemente tal vez porque es cierto y así lo siento, pero me completa, si necesito calma, Él me la aporta, si Él necesita inquietud se nutre de la mía. Puede parecer imposible, lo sé, sin embargo, no hay nada más auténtico que lo que siento, y lo que siento es que lo quiero, tanto que hasta me duele. Está dentro de mí de un modo sobrehumano, Mi Dueño y Señor, Él, se ha metido en mi ser, se ha hecho Amo de todo, de mi dolor, de mi placer, de mi calma, de mi tempestad, de mi vida, de mi cuerpo , y lo más importante, de mi alma.
Abro los ojos de nuevo, y esta vez dejo fluir libremente las lágrimas como ríos salados que nacen de ellos. Me abrazo a mí misma, es lo que necesito, pero no estoy preparada para pedírselo. La discusión ha sido bastante intensa e inmediatamente me he venido al balcón, para mirar a lo lejos y perderme en el horizonte, además de ver esa forma mágica en que el cielo se cubre de colores anaranjados y rosas en la puesta de sol. Coloco detrás de la oreja unos cuantos mechones rebeldes que ondean libres mientras divago mirando el cielo.
Él es serio y le cuesta mostrar lo que siente, también sé que detrás de esa expresión férrea se esconde esa parte sensible y frágil, esa parte que tan pocas veces me deja ver. Es mi hombre de acero y cristal.
El hilo de mis pensamientos se rompe cuando una mano firme se posa en mi hombro con dulzura, sé que es Él, no me hace falta darme la vuelta, no es solo porque estemos solos, sino porque aunque hubiera mil personas ahora mismo sabría quien es por el modo en que su presencia me atrae. Es como un imán, como una luz para una polilla, salvo por una diferencia, la polilla sabe que si se acerca a la luz morirá, sin embargo, si yo me acerco a su luz, renaceré. Me vuelto lentamente sin ocultar que he estado llorando, de nada serviría, tiene el don de ver mi alma a través de mis ojos, y no me equivoco, sus dos esferas azules me analizan y se cuelan en los recovecos más ocultos. No dice nada, no es necesario, simplemente me atrae hacia sí y me abraza de esa forma que me derrite. Acaricia mi pelo largo con calma y me besa la frente como si besara a un niño pequeño, es su forma de pedir perdón. Mis brazos cobran vida propia y le rodean la cintura con fuerza, para apretarme más contra la firmeza de sus músculos, como si pretendiera fundirnos en uno solo, al menos en cuerpo, porque en alma ya lo estamos.
- No me gusta verte triste.
Su voz llega a mis oídos como un susurro cariñoso y tranquilizador. Pero yo no digo nada, sigo abrazada como si fuese mi tabla de salvación en un naufragio, en verdad, así es. Poco a poco me separa de su cuerpo y vuelve a fijar sus preciosos ojos azules en los míos.
- A mí no me gusta discutir con Usted. – Es lo único que sale de mi labios. Entre otras cosas, porque es verdad.
- Lo sé, ven.
Nos coloca a ambos sentados en una de las tumbonas blancas que hay en el balcón, se sienta detrás de mí ,de tal forma que quedo sentada entre sus rodillas y me custodia entre sus brazos mientras miramos la puesta de sol.
- ¿Ves eso? - Dice señalando el cielo – Precioso, ¿no?
Asiento deleitándome en la sensación que me produce el calor de su pecho contra mi espalda cubierta tan solo por la fina tela de seda.
- Nada, escúchame bien, nada, me fascina tanto como tú. ¿Comprendes? Eres mi musa, mi joya más preciada, lo mejor que tengo. Me has hecho el mejor regalo que me hayan hecho jamás. – Acaricia el collar con los dedos, indicándome silenciosamente a que se refiere.
No puedo evitarlo, esta vez las lágrimas fluyen pero de alegría, por ser suya, por ser para Él todo lo que me describe, porque me ame de ese modo. Estrecha su abrazo en torno a mi cuerpo y me besa el cuello. Tras unos segundos de estar así se levanta con cuidado poniéndose delante de mí, tendiéndome una mano para que me levante de la tumbona. La acepto, sin previo aviso me hace chocar contra su pecho y funde sus labios con los míos de forma exigente pero dulce a la vez, hambrienta y seductora pero cariñosa. Cuando separa nuestras bocas nos vuelve a ambos hacia las preciosas vistas sin soltarme del todo, con un brazo rodeando mi cintura. Apoyo la cabeza en su hombro procurando calmar mi errática respiración.
- Gracias. – Es todo lo que me dice cuando logra hacer que su respiración vuelva a la normalidad.
- ¿Por qué?
- Por ser mía.
roxanne.