Aunque a veces dé rabia ver como ejercen el derecho a equivocarse.
Me he equivocado un par* de veces. Nadie es perfecto, ni siquiera quien está convencido de tener la razón. Alguna vez a la pregunta de cuántos son 2 + 2 he contestado con total seguridad 4 cuando evidentemente la respuesta correcta era 11.
Normalmente he tenido una buena razón para equivocarme. Había alguien que utilizaba un argumento inapelable para cerrar las discusiones: "Siempre tienes respuesta para todo". Cuando llegábamos a un argumento que no podía rebatir, me decía eso. Seguramente me equivoqué dejándole pensar que ganaba las discusiones con este "argumento", pero tenía una razón estúpida para hacerlo, la quería.
Alguna vez la razón además de buena era egoísta. De estas sí me arrepiento.
El hecho de que un dominante reconozca que puede haberse equivocado parece un tabú en este ambiente. Pero uno de los objetivos de escribir este blog es ser sincero con las desconocidas que lo leen. Hoy quería recordarme que soy falible por si un día lo olvido.
*Para las que viven en las afueras de Mallorca (por ejemplo la península Ibérica), un par es una cantidad explícitamente indeterminada que puede ser cualquier número mayor o, en casos excepcionales, igual a dos.
P.S. Escribí este texto en versión original hace mucho tiempo (últimamente me falla la inspiración)
como respuesta a una equivocación. En ese momento era muy consciente del error que habia cometido. Estos dias he cometido otra equivocación, no sé aún cual, pero le rezaria al Dios en el que no creo por poder descartar una de las posibilidades.
- Buenos días.
Él no hizo ningún gesto para acercarse, una rápida mirada de reojo para ver su indumentaria, y se dirigió al sofá. Ella, un poco sorprendida por la falta del beso habitual, lo siguió.
Él pidió por qué había desobedecido y ella dió un montón de explicaciones muy razonables, lógicas, totalmente ciertas e indiscutibles. Ninguna era la real. Cansado de verla dar vueltas en línea recta, dijo:
- Desnúdate.
Alegre por fuera, se desnudó. Había ganado. Su cuerpo, su mirada y el deseo que todo esto generaba en él le habían hecho recuperar el control de la situación. Sólo tenía que dejarse hacer y todo le sería perdonado. La sombra de decepción por haber conseguido romper la magia no cuajó, era el momento de disfrutar. Mañana será otro día.
La sesión era light, los golpes secos, con fustas y varas, ni una vez le puso su mano encima. Podía predecir a la perfección la intensidad, localización y el momento en que caeria el siguiente azote. Se sentía sola. Intentó acercarse buscando una protección que no necesitaba, sólo para sentir su calor. Pero él la alejaba y volvía a ponerla en su sitio. Puso su cara de cordero a la puerta del matadero y nada cambió. Aún no había sentido el contacto con su piel. Algún roce de sus dedos mientras la ataba habia sido todo el contacto de piel con piel. Sólo la tocó cuando quiso que se corriera, lo hizo varias veces pero se sentía más vacía que si hubiera sido un orgasmo en un encuentro vainilla.
Sus órdenes eran directas, secas y frías. Sólo para temas accesorios, como ordenarle que se corriera. Cuando decidió terminar de tocarle el sexo, no le hizo lamer los dedos. Fue al baño y se lavó las manos con jabón. Ella se sintió sucia. La ducha de agua fría que siguíó era más cálida que su trato. Él no se había ni desnudado.
Con una toalla alrededor del cuerpo y otra en el pelo le dijo:
Ella: ¿Quiere un café,Señor?
Él: Carajillo de Bailly.
Se apresuró a terminar el café y servirselo. Sin premeditación y con alevosía se arrodilló y le ofreció el café como una kajira. Tal como ella nunca lo había hecho.
- Vístete para salir.
No perdió tiempo, y se puso su vestido favorito. Un vestido blanco ceñido que dibujaba todas sus curvas. Volvió sin pausa a su lado. Arrodillada y con la cabeza baja, fingiendo que él la había vencido.
Él la miró, ella lo desafió por un instante con su mirada. El resto de la taza de café cayó sobre su vestido favorito. Incrédula bajó la vista.
- Discúlpeme Señor -dijo- le necesito. No os volveré a decepcionar.
Y se hizo el firme propósito de no volver a desobedecerle, hasta que volviera a necesitar recordar que era suya. Alegre por dentro: había perdido.
P.S. No sólo hay que escoger la sumisa por los juegos que desas practicar con ella, también hay que valorar qué castigos le duelen.
Una persona a la que tengo en mucha estima cuando le conté que me gustaba este mundo, después de escucharme atentamente y hacer algunas preguntas , me retiró la palabra por un tiempo. Las últimas palabras que me disparó venían a decir que esto sólo era una forma de justificar la violencia machista. Poco después, ante la imposibilidad de completar el rompecabezas de aquella opinión con mi personalidad, me volvió a regalar sus palabras.
Eso me llevó a plantearme que coño hago azotando, pegando, abofeteando, humillando, pellizcando y demás a mujeres con alma, sentimientos, inteligencia y fuerza. Creo que me he encontrado con un selecto grupo de mujeres con las características que acabo de mencionar. Mujeres que dentro de su entorno son envidiadas -en el buen y mal sentido-, que consiguen lo que se proponen, pero todo ello a costa de mantener alejado a todo el mundo. Nadie puede acercarse lo suficiente para protegerlas, cuidarlas y la única forma de acercarse es romper las barreras que han construido. La dureza, el obligarlas a ponerse en su lugar, el llevarlas a un punto donde pierden el control tiene la finalidad de desprenderse de todas las máscaras, de alejarlas de las defensas que utilizan y poder entrar dentro de ella (de ese modo no, ¡mal pensada!).
Todo esto tiene que ver con el sexo, sí. La excitación es un mecanismo muy potente para que deje de pensar. Pero es sólo uno de los mecanismos. El dolor tanto físico como emocionalmente, el hacerlas saber que no pueden controlarlo todo como les suelen dejar hacer, el crearles necesidades a las que se creían inmunes, el negarsles sus caprichos y deseos, todas estas cosas ayudan a romper sus barreras. El arte de quien juega estas cartas está en usarlas para derribar las barreras, pero no para derribarla a ella. Y a veces no es fácil conseguir los dos objetivos.
No soy sólo un buen samaritano, todo el proceso suele ser placentero. Derribar murallas para reconstruirlas contigo dentro es divertido. Y si además consigues que ella sea más fuerte y no sólo lo parezca a los demás ... la parte del buen samaritano se alegra. Esta última frase, no conviene que la lea ninguna futura sumisa mía (guardame el secreto). Las sumisas se sienten mucho más seguras si creen que el único objetivo de esculpir tu mano en su culo es porque queda bonita. Y la verdad es que es cierto, mi mano es preciosa la pongas donde la pongas.
Quiero pensar que una mujer, que aún hoy cumple estrictamente la última orden que le di, es ahora aún más fuerte que cuando la conocí.
No quiero administrar las debilidades de alguien para poder escoger el agujero por donde penetrarla. Quiero potenciar sus fortalezas para que no le dé miedo entregarse. Sólo desde la seguridad y la fuertaleza alguien puede entregarse realmente.
Es placentero dominar un caballo salvaje cuando consigues que trote dócilmente, aunque no tengas que ir a ninguna parte. Pero el perrito que se hace el muerto para recibir una golosina sólo hace gracia.
Morir por amor es fácil, lo realmente difícil es vivir por amor.
La enajenación mental transitoria que produce el enamoramiento puede sacar de cualquiera a un Romeo o una lánguida Julieta.
Despertarte cada día junto a un ser humano imperfecto -disculpen la redundáncia- y darle tu vida, minuto a minuto, es mucho más valioso que morir por amor.
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P.S. Repito el post lamentando que se perdietan los comentarios con los que me regalaron dulces moradoras de Palácio .
Espero que los duendes electrónicos no vuelvan a comerse esos comentarios tan agradables.
Y respecto a uno de los comentarios que leí, la entrega en el caso de una relación BDSM es un camino de dos direcciones. Y aunque pueda sorprender a alguna lánguida lectora, los Dominantes también tienen sus imperfecciones y se hace cuesta arriba convivir con ellos algunas veces. Aunque en mi caso cueste encontrarlas
Estrañamente la canción Piano Man de Billy Joel me inspiró para describir una sensación deliciosa dentro de una sesión.
La sensación que quería describir se produce cuando interpretas una jam session con el cuerpo de la sumisa. Como en un instrumento musical creas notas con su cuerpo; diferentes sensaciones -si lo curras, también sentimientos- tocando los puntos adecuados de la forma correcta. Es cierto que como efecto secundario cada sensación suele generar un sonido diferentem pero no se trata de componer una obra musical con esos gruñidos, palmadas, ronroneos, gritos, etc, Se trata de otro tipo de obra donde las notas son sensaciones. Como en una escala musical que se forma desde el tono más agudo al más grave, la escala de la sumisa pueden ir del dolor más intenso al placer más profundom además de múltiples matices. Como en la música, el ritmo, el orden de las sensaciones, la intensidad, el contraste, la melodía, la armonía ... Todos estos elementos pueden generar una obra sutil o estridente. No soy practicante de sesiones preestablecidas, por eso la metáfora debe ser con una improvisación y no con la práctica reiterada hasta llegar a la perfección de la misma obra.
En ciertos momentos de una sesión, se crea una postura donde tienes todo el cuerpo de la sumisa a tu alcance. Sin ningún esfuerzo tus dedos llegan desde las puntas del pelo para estirarlos hasta la planta de los pies para hacerles cosquillas. Como en un teclado de 7 octavas tienes todos los registros al alcance para crear la interpretación que deseas en ese momento. Al igual que con un piano no puedes interpretar todos los sonidos que ofrece una orquesta, en esta situación no puedes producir cualquier sensación. Pero te ofrece el máximo de flexibilidad para crear la melodía de sensaciones más compleja.
Esta sensación de control para crear e interpretar sobre el instrumento más bonito que se pueda imaginar me seduce profundamente.
Makin' love to his tonic and gin
Piano Man –Billy Joel–