- Buenos días.
Él no hizo ningún gesto para acercarse, una rápida mirada de reojo para ver su indumentaria, y se dirigió al sofá. Ella, un poco sorprendida por la falta del beso habitual, lo siguió.
Él pidió por qué había desobedecido y ella dió un montón de explicaciones muy razonables, lógicas, totalmente ciertas e indiscutibles. Ninguna era la real. Cansado de verla dar vueltas en línea recta, dijo:
- Desnúdate.
Alegre por fuera, se desnudó. Había ganado. Su cuerpo, su mirada y el deseo que todo esto generaba en él le habían hecho recuperar el control de la situación. Sólo tenía que dejarse hacer y todo le sería perdonado. La sombra de decepción por haber conseguido romper la magia no cuajó, era el momento de disfrutar. Mañana será otro día.
La sesión era light, los golpes secos, con fustas y varas, ni una vez le puso su mano encima. Podía predecir a la perfección la intensidad, localización y el momento en que caeria el siguiente azote. Se sentía sola. Intentó acercarse buscando una protección que no necesitaba, sólo para sentir su calor. Pero él la alejaba y volvía a ponerla en su sitio. Puso su cara de cordero a la puerta del matadero y nada cambió. Aún no había sentido el contacto con su piel. Algún roce de sus dedos mientras la ataba habia sido todo el contacto de piel con piel. Sólo la tocó cuando quiso que se corriera, lo hizo varias veces pero se sentía más vacía que si hubiera sido un orgasmo en un encuentro vainilla.
Sus órdenes eran directas, secas y frías. Sólo para temas accesorios, como ordenarle que se corriera. Cuando decidió terminar de tocarle el sexo, no le hizo lamer los dedos. Fue al baño y se lavó las manos con jabón. Ella se sintió sucia. La ducha de agua fría que siguíó era más cálida que su trato. Él no se había ni desnudado.
Con una toalla alrededor del cuerpo y otra en el pelo le dijo:
Ella: ¿Quiere un café,Señor?
Él: Carajillo de Bailly.
Se apresuró a terminar el café y servirselo. Sin premeditación y con alevosía se arrodilló y le ofreció el café como una kajira. Tal como ella nunca lo había hecho.
- Vístete para salir.
No perdió tiempo, y se puso su vestido favorito. Un vestido blanco ceñido que dibujaba todas sus curvas. Volvió sin pausa a su lado. Arrodillada y con la cabeza baja, fingiendo que él la había vencido.
Él la miró, ella lo desafió por un instante con su mirada. El resto de la taza de café cayó sobre su vestido favorito. Incrédula bajó la vista.
- Discúlpeme Señor -dijo- le necesito. No os volveré a decepcionar.
Y se hizo el firme propósito de no volver a desobedecerle, hasta que volviera a necesitar recordar que era suya. Alegre por dentro: había perdido.
P.S. No sólo hay que escoger la sumisa por los juegos que desas practicar con ella, también hay que valorar qué castigos le duelen.
El Muro