Posiblemente ella siempre supo que algo le faltaba, que necesitaba salir de esa jaula de oro y cristal en la que estaba encerrada. Acogedora, tranquila y apacible... sí... pero tan insulsa y vacía que parecía no dejarla respirar. Todo en aquel interior era siempre igual, día tras día, no había nada que la sorprendiera ni la hiciese perder el aliento. No podía dejar de pensar que estaba inmersa en una gran mentira, ocultaba una parte innata de su ser, mientras su vida se iba escapando entre sus dedos, encerrada en ese pequeño lugar. Su luz interior se iba apagando, y comprendió que debía sacar fuerzas para impedir sumirse, por siempre, en esa triste oscuridad.
En un acto de valentía, o quizás tan solo un desesperado impulso, logra romper los barrotes, y corre... Corre para introducirse en el bosque, ese que siempre miraba de reojo soñando con poder pisar, que anhelaba con algún día poder descubrir. Y por fin estaba allí, ni siquiera podía creérselo, paralizada y con los ojos vidriosos examinando su alrededor. Se siente tan libre! y no solo por estar fuera de esa jaula, es una libertad mucho más profunda, una sensación de libertad difícil de explicar.
Sin rumbo fijo, pasea lentamente por los rincones de ese bosque. Deslumbrada por la luna, escucha tan solo el viento a su paso... Todo en ese lugar la fascina, como si atrapase cada uno de sus sentidos. Sigue el sendero, casi por puro instinto, sin necesidad apenas de mirar el camino. Puede percibir una especie de invisible destello iluminando sus pasos, como si en otra vida ya hubiese pisado esa misma tierra, "mi espíritu ya ha estado aquí"... Pensaba ella.
Pero no deja de ser un lugar desconocido, resulta tan abrumador, se siente tan pequeña y perdida, que nota como el miedo la invade. Se cruzan lobos que la conducen a trampas, lobos que la ayudan a salir de ellas, lobos que pasan como una ráfaga fugaz... No está preparada para eso, se siente cada vez más y más vulnerable. El temor oprime su estomago y comienza a pensar que ese no es su sitio, o al menos, que no tiene fuerzas para afrontarlo.
Así que tan solo intenta salir de allí... haciendo crujir las hojas lo menos posible a su paso, ya ni siquiera se permite mirar a los lados, su mirada está fija en el frente buscando la salida. El corazón palpita a un ritmo que desconoce, la respiración se agita de tal manera que es lo único que oyen sus oídos, y sus pisadas parecen hacer más ruido a cada paso. Y de pronto, ella misma se da cuenta... Es consciente de hacer cada vez más ruido, totalmente consciente, pensar en abandonar ese lugar le produce tal angustia, que siente un nudo en su garganta que apenas la deja respirar. Por eso hace ruido, necesita llamar a las bestias, algo la empuja a enfrentarse a lo desconocido, a demostrase a si misma que puede permanecer ahí.
Poco a poco, todo le va enseñando valiosas lecciones. Aprende los atajos, reconoce las trampas y sabe esconderse de los lobos hambrientos. Ese bosque le produce miedo y paz, dolor y felicidad, incertidumbre y certeza. Su piel se eriza con el aire que emana entre las ramas, y por primera vez tiene la absoluta convicción de lo que significa estar viva. Ese bosque era su destino, y por fin lo veía todo claro... todo tenía sentido.
Necesitaba impregnarse de todo... pinchar su carne en las afiladas zarzas, arañar su piel con las cortezas de los arboles, posar sus rodillas sobre las ásperas hojas... Sí... Necesitaba vivir y ser parte de ese lugar, pues ya nunca podría volver a esa jaula de oro y cristal. ¿Que jaula, quién la recuerda, quién la necesita ya?... No, ya nunca habría marcha atrás para ella. Ese bosque, sería su hogar... o quizás... quien sabe... Siempre lo fue.
He recibido un correo de alguien que abandona el BDSM, y esta pagina. Una persona que se acercó llena de ilusión, se zambulló y se entrego a alguien; descubrió sus manejos y se sintió herida; se rehizo volvio a confiar y volvió a sentir manejos sobre ella.
Sintió como todos los que se le acercaban tenian dobles intenciones. Sintio esa cara oculta, pero que existe del BDSM. Los depredadores y carroñeros. Entrenaba para identificar a pajilleretes y busca polvo faciles, no lo estaba para manipuladores carroñeros.Las consecuencias, su abandono
Se que mi concepto no tiene que coincidir con nadie, No soy nadie para llamar la atención a nade, cada uno que haga lo que quiera... No soy ni Administrador, ni Master, ni en este momento Amo, tan solo un Dominante que lame sus heridas pasadas de un naufragio. Pero debo alzar mi voz.
¿tanto os cuesta no mentir? ¿tanto mantener la polla dentro de los pantalones o no pensar con ella?? ¿no sois conscientes del daño que provocais?
Es licito ser cazador. Buscar presas que deseen una seducion rapida y nada más. Hay cientos de contactos en diferentes plataformas. No resulta dificil con un poco de talento. Pero una cosa es ser cazador y otra carroñero.
No pretendo cargar con la pesada carga de decir quien es un buen Amo o no. No me corresponde en absoluto. tengo mi opinión
Esta página es maravillsoa, yo la recomiendo a cada persona que desea escucharme. Es bella, gente amable, de un BDSM elegante. Se permite discrepar con elegancia y educación. Se aprende, se disfruta belleza. En ella he conocido auntenticos Caballeros a lso que admiro, aunque no tenga ninguan relación con ellos. Son un ejemplo, en diferentes estilos. Curiosamente, todos ellos tienen propiedad...
pero tambien se de la existencia de carroñeros en los pasillos de palacio... gente que sueña con una yeguada, con un harén, cuando no han tenido jamás un Vinculo, confundiendo dos sesiones con tener sumisa...
un ruego: la proxima vez que os dirijais a alguien herido recordad que el honor hace un DOminante; su palabra, su honestidad. Pensad en ayudar, no como carroñeros. Y señoritas, el bdsm deslumbra. Es como una nit del foc, estallando en el cielo cohetes sin parar, cada vez más hermosos. que eso no os haga bajar la guardia. Estudiad, pedid consejo a otras sumisas, apoyaros entre vosotras...
LA COMETA
Erase una vez una cometa muy hermosa. Siempre había soñado con volar muy alto y ser feliz. Un buen día alguien pasó por delante del escaparate donde ella se mostraba y al verla le gustó tanto que la compró. A partir de ese momento el dueño de la cometa empezó a sacarla cada día para enseñarla a volar. La llevaba a una gigantesca urna de cristal semiesférica, donde iban también todos sus amigos. Y allí, sujetándola con fuerza por la cuerda podía volarla y dominarla sin temor a perderla o a que se le escapara lejos. Después, cuando llegaba a casa la metía en un armario con cuidado, cerraba la puerta con llave, y así hasta el día siguiente que volvía a llevarla al mismo lugar. De esta forma, pasaron varios años y la cometa que se creía feliz rodeada de otras cometas amigas que volaban con ella, empezó a cambiar y a olvidar aquel deseo de volar muy alto, de rozar las estrellas, y de ser la cometa que siempre había querido ser.
Un buen día, mientras jugaba vigilada por su Dueño, la cometa vio como un pájaro se posó sobre la urna de cristal. Se sorprendió porque nunca había visto uno, aunque en su juventud había pensado mucho en ellos. Quiso tocarlo pero no puedo porque estaba al otro lado. Y casi sin percatarse, su corazón se lleno de tristeza al darse cuenta que no podría cumplir el sueño de volar a su lado.
Pasaron los días y la cometa siguió volando como su dueño quería, era como él le había enseñado y con eso le bastaba. Pero su alma se fue apagando poco a poco y sus colores empezaron a desaparecer. Dejo de ser la cometa alegre que había sido en sus comienzos y se puso enferma.
Una tarde cuando ya no tenía casi fuerzas y no podía levantarse del suelo, alguien dejó la puerta de la gran urna abierta, y un remolino de aire se coló llevándose a la cometa que esperaba cansada al lado de la puerta. Se la llevó muy lejos de aquel lugar y la perdió en la nada. Allí estuvo sola muchas lunas, sin poder moverse por la pena, hasta que un hombre que pasaba por allí la encontró. Al verla tan demacrada sintió lástima. La cogió con mucho cuidado y la llevó a su casa para curarla. Reconstruyó su cuerpo y cosió las heridas de su tela de seda. Revisó la cuerda y se sorprendió mucho de que fuera tan corta. La desató de su cuerpo y la sustituyó por otra mucho mas larga. Después fue a una tienda y compró los lazos más bonitos que encontró para adornar su cola. Lo hizo todo con mucho mimo, como puede hacerlo un orfebre que tiene entre sus manos la joya mas preciada. Cuando terminó sonrió satisfecho y no la metió en el armario, la dejó encima de una silla, para poder mirarla desde la cama cada día, hasta que se quedó dormido.
Al día siguiente el hombre cogió la cometa en sus manos, y anduvo muchos kilómetros hasta encontrar el lugar perfecto para volarla. Una pradera inmensa en lo alto de una loma, con la hierba muy crecida y verde para amortiguar las caídas. Intentó lanzarla al viento, pero la cometa cansada no fue capaz de alzar el vuelo. Se sentó entonces a su lado y la miró con cariño, esperando un buen rato para que descansara. Después se levantó, la cogió con fuerza entre sus manos, la alzó y comenzó a correr y a correr hasta que por fin la hizo despegar con su esfuerzo. La cometa empezó a elevarse cada vez más y más, mientras la mano firme de su nuevo dueño sujetaba su hilo para que no se perdiera. Al principio le costó subir, y hasta tuvo un poco de vértigo, acostumbrada a volar tan bajo durante años dentro de aquella urna de cristal. Pero después, cuanta más cuerda le daba su dueño, más feliz se iba sintiendo y más cerca del cielo que tanto había deseado. La cometa fue recuperando el color que había perdido tiempo atrás con el calor del sol, ahora más cercano porque volaba más alto. Por primera vez se sintió verdaderamente libre en manos de un dueño. Libre, entregada a sus deseos. Bastaba que la mano de éste diera pequeños tirones casi imperceptibles, aquí y allá, para que ella ayudada por las corrientes de aire hiciera cabriolas, y diera vueltas y revueltas. Pudo liberar por fin todas esas emociones que llevaba dentro, sin dejar de ser ella misma
.
Desde ese día la cometa vuela acompañada de los pájaros y muy cerca de las estrellas, mientras su dueño siempre a su lado, pendiente y vigilante, no deja de sonreír un instante mientras la admira allí arriba, satisfecho y orgulloso por su vuelo.
"Cuando sepas de mí, tú disimula. No les cuentes que me conociste, ni que estuvimos juntos, no les expliques lo que yo fui para ti, ni lo que habríamos sido de no ser por los dos.
Primero, porque jamás te creerían. Pensarán que exageras, que se te fue la mano con la medicación, que nada ni nadie pudo haber sido tan verdad ni tan cierto. Te tomarán por loca, se reirán de tu pena y te empujarán a seguir, que es la forma que tienen los demás de hacernos olvidar.
Cuando sepas de mí, tú calla y sonríe, jamás preguntes qué tal. Si me fue mal, ya se ocuparán de que te llegue. Y con todo lujo de detalles. Ya verás. Poco a poco, irán naufragando restos de mi historia contra la orilla de tu nueva vida, pedazos de recuerdos varados en la única playa del mundo sobre la que ya nunca más saldrá el sol.
Y si me fue bien, tampoco tardarás mucho en enterarte, no te preocupes. Intentarán ensombrecer tu alegría echando mis supuestos éxitos como alcohol para tus heridas, y no dudarán en arrojártelo a quemarropa. Pero de nuevo te vendrá todo como a destiempo, inconexo y mal.
Qué sabrán ellos de tu alegría. Yo, que la he tenido entre mis manos y que la pude tutear como quien tutea a la felicidad, quizás. Pero ellos… nah.
A lo que iba.
Nadie puede imaginar lo que sentirás cuando sepas de mí. Nadie puede ni debe, hazme caso.
Sentirás el dolor de esa ecuación que creímos resuelta, por ser incapaz de despejarla hasta el final.
Sentirás el incordio de esa pregunta que jamás supo cerrar su signo de interrogación.
Sentirás un qué hubiera pasado si.
Y sobre todo, sentirás que algo entre nosotros continuó creciendo incluso cuando nos separamos. Un algo tan grande como el vacío que dejamos al volver a ser dos. Un algo tan pequeño como el espacio que un sí le acaba siempre cediendo a un no.
Pero tú aguanta. Resiste. Hazte el favor. Háznoslo a los dos. Que no se te note. Que nadie descubra esos ojos tuyos subrayados con agua y sal.
Eso sí, cuando sepas de mí, intenta no dar portazo a mis recuerdos. Piensa que llevarán días, meses o puede que incluso años vagando y mendigando por ahí, abrazándose a cualquier excusa para poder pronunciarse, a la espera de que alguien los acogiese, los escuchase y les diese calor. Son aquellos recuerdos que fabricamos juntos, con las mismas manos con las que construimos un futuro que jamás fue, son esas anécdotas estúpidas que sólo nos hacen gracia a ti y a mí, escritas en un idioma que ya nadie practica, otra lengua muerta a manos de un paladar exquisito.
Dales cobijo. Préstales algo, cualquier cosa, aunque sólo sea tu atención.
Porque si algún día sabes de mí, eso significará muchas cosas.
La primera, que por mucho que lo intenté, no me pude ir tan lejos de ti como yo quería.
La segunda, que por mucho que lo deseaste, tú tampoco pudiste quedarte tan cerca de donde alguna vez fuimos feliz. Sí, feliz.
La tercera, que tu mundo y el mío siguen con pronóstico estable dentro de la gravedad.
Y la cuarta, -por hacer la lista finita-, que cualquier resta es en realidad una suma disfrazada de cero, una vuelta a cualquier sitio menos al lugar del que se partió.
Nada de todo esto debería turbar ni alterar tu existencia el día que sepas de mí. Nada de todo esto debería dejarte mal.
Piensa que tú y yo pudimos con todo. Piensa que todo se pudo y todo se tuvo, hasta el final.
A partir de ahora, tú tranquila, que yo estaré bien. Me conformo con que algún día sepas de mí, me conformo con que alguien vuelva a morderte de alegría, me basta con saber que algún día mi nombre volverá a rozar tus oídos y a entornar tus labios. Esos que ahora abres ante cualquiera que cuente cosas sobre mí.
Por eso, cuando sepas de mí, no seas tonta y disimula.
Haz ver que me olvidas.
Y me acabarás olvidando.
De verdad.”
-Cuando sepas de mí - Risto Mejide-
Adaptación en voz por Irene del Arco
Domare tus
más oscuros deseos
Someteré tu
entrega a mi placer
Endulzare
tus labios con la miel de mi sexo
Besare tu
boca para terminar en tus labios
Beberé tu
pasión en cada gota de mi ser
Adueñare de
tu cuerpo con mi dominación
Embriagare
tu pasión con agua de mi amor
Esclavizare
tus sentidos para convertirlos en uno
Alimentaré
tu alma con el manantial de mis sensaciones
Cautivaré tu
mirada arrodillada ante mi autoridad
Encarcelaré
tu alma, cuerpo y mente por ser tu dueño
Sonreiré
cuando brille tu alma cuando mi poesía llegue a tí
Brillaré de
Adoración por sentirte mía y única.
Domare tus
más oscuros deseos
Ha sido un honor estar a Sus pies y de Su mano.
Gracias por tantas cosas especiales, bonitas, complicadas, excitantes, dolorosas, placenteras.
Le agradezco profundamente este año tan perfecto. Por ser en todo momento el Maravilloso Amo que cualquier sumisa desearía en su vida. Un Caballero y un Señor con todas las letras.
Fuimos uno. Absolutamente completos. Me llevó a una trascendencia y plenitud inimaginables.
No concibo mi camino sin Usted. Pero la vida, cruel e intolerante, a veces exige tomar caminos opuestos, quizá rasgados, por muy fuerte que sea esa unión. Podrían volver a unirse. Sin embargo, eso sólo el destino lo sabe.
Buena suerte, Señor Baalberith en Su nueva etapa.
Le deseo toda la felicidad de este Mundo.
Mis respetos, cariño y enorme gratitud hacia Usted.
brunia.
Soy un sado saurio
se cuenta en una peli sobre el movimiento Gay ( ahora dudo si es Milk o Pride) que había un mecanismo de autodefensa que adoptaron. Es tan simple como adaptar la jerga que era un insulto como propio
Así, si les insultaban, llamándoles "locas" los gays empezaron a llamarse locas entre ellos.
Con esto arrebataban la posibilidad de hacer daño.
Pues yo soy un sado saurio.
Amo las viejas maneras, la emoción más q el azote en si, el Honor, la educación y la elegancia, sin renunciar jamás a mi espíritu libertario y punki.
Si quiero jugar a las cocinas, o a las Damas y Caballeros es cosa mía. No doy leeciones a nadie, que no me las den. Y puestos, no me interesa formar parte de ninguna chupi pandi en el paraíso brat. Así que si, no me conoces en persona ( salvo excepciones) porque decidí, hace más de tiempo del que recuerdo que no me gustaban los locales ni las fiestas. Paradójicamente, porque el BDSM de allí era encorsetado y rígido, aunque bello. En palabras de una amiga, con más fantasmas que un castillo escocés.
Ahora no me gusta el circo.
Ah, estoy feliz en mi retiro, con mis experiencias de las que ni hago publicidad ni presumo. Quedan entre dos personas. Y no, si te felicito por tus fotos o comentarios, no pretendo bajarte las bragas. Si quiero verte sin ellas, te lo pediré explícitamente.
Al resto, que habeus mostrado agrado por mis escritos, os estoy agradecido. Sed muy felices
La realidad es un poquito mas cruel , encontrar tu sitio , tus gustos y tu rol , dar con un Dominante adecuado a todo eso es complicado , dar con alguien que te lleve de la mano y te enseñe con paciencia los valores del BDsM no es fácil de encontrar , quien te complemente como persona sin pisarte y aplauda tus éxitos además de castigar tus errores.
Muchas veces he estado a punto de tirar la toalla y dejar este mundo , y jamas he podido .
En el he descubierto un mundo maravilloso , otra forma de vivirme y de valorarme como persona y ahora puedo decirlo en alto como sumisa , no me arrepiento , hoy soy feliz .
VIERNES 8 DE MAYO 2019
Cuando la oyó, al cabo de las horas, entrar en la sala, no se atrevió a levantar la vista porque, desde luego, jamás la miraría a los ojos sin su consentimiento. Lo consideraba un atrevimiento (desde luego que le había quedado claro, desde el principio, que ella no se lo excusaría). No dudó que viviría como una infracción intolerable que se pusiese frente a frente, así, sin más, a su mismo nivel, y que se permitiese la necesidad de contemplar sus pupilas verdosas y sus labios encarnadísimos mientras se pronunciaban las palabras que él deseaba y a ella le obligaban..
Llovía a mares. El torrente de agua que se abalanzaba sobre la acera le salpicaba las perneras de los pantalones, pero él no parecía darse cuenta de lo empapada que llevaba la ropa. Mucho antes de llegar al portal había cerrado el paraguas de repente. No sabía muy bien por qué, pero intuyó que le facilitaría leer los números de las casas y le ayudaría a llegar unos minutos antes. Le dolía el estómago y notaba cómo se le aceleraba la respiración según avanzaba.
Un portal con dos o tres plantas liofilizadas, el mármol y el cristal de las paredes, un ascensor y justo a la vuelta el montacargas. Dudó. El ascensor… pero inmediatamente lo adivinó. A cada instante habría que asumir una incierta determinación que le diseccionase cada uno de los pensamientos y recuerdos antiguos e imposibles que, sin saber muy bien por qué, le empujaban a abandonar… Con lo que le pareció un colosal esfuerzo, aunque sólo le supuso un brusco movimiento, uno de los muchos tics que se descubría últimamente, con los labios entreabiertos para devorar las pequeñas gotas de agua que le resbalan desde la punta de la nariz, presionó el número del piso y se dejó ir.
Sólo la escuché y no tenía ninguna certeza de haberlo hecho: “las manos sobre la mesita, y las rodillas sobre la tarima… no te muevas hasta que te lo ordene”. Se atusó el cabello, se maquilló, se enfundó un vestido azul francia y unos zapatos crema, tomó el maletín y Salió sin siquiera mirarme. Yo permanecí en un silencio irreal, inerme y fascinado.
Permanecí en silencio durante una hora hasta que comenzaron a hormigueárseme las rodillas y los muslos. Intenté concentrarme en un punto del cristal en el que se podría apreciar un poco de polvo, en la portada de una revista al fondo, en la bandeja que casi toca el suelo, un fósil, una pipa de madera y hojas y pétalos secos. No deseaba pensar, no creí haberle oído nada sobre eso. Escuché el estómago y no deseé hacerlo, noté la dureza de los gemelos, el agarrotamiento de los dedos de los pies y lo deseché también. Recordé el sol del verano en ‘el florido’, el fuego que brotaba de la tierra mientras paleábamos el trigo. En ocasiones mi padre nos permitía mojarnos la cabeza con el agua del tonel… o, al menos, nunca se quejó por ello. Nos despertaba a mi hermano y a mí a las tres de la mañana, antes de nada, y nos montaba en el remolque. A las cuatro ya estábamos cargando lo que no hubo más remedio de dejar sobre una lona en el parao el día anterior. A veces le prestaban algún remolque y yo me los traía en reata hasta el pueblo para descargar en el almacén.
Creo que tenía catorce años cuando me masturbé por primera vez. Lo recuerdo perfectamente, como si hubiese sido hoy, por diversos motivos. El corredor; las cámaras durante el verano mantenían una temperatura agradable, sobre todo a la hora de mayor calor, durante la siesta. Lo recuerdo como si fuese hoy mismo. El atadero alrededor de mis huevos y presionando con fuerza el pene, las vigas por las que pasé la soga y el tirón que casi me hace perder el equilibrio. El dolor que al principio resultaba incómodo pero que, al poco, casi inmediatamente, se volvió suave y dulce. El nudo corredizo alrededor del cuello y el nuevo tirón, ahora con más cuidado, con más miedo. La tensión y la necesidad de subirme al zoquete de madera y sujetar la cuerda con fuerza a la viga, de puntillas, sin apenas tocar el madero, casi con asfixia… me parece que deseé que el esperma fuese una fuente que pudiese regarme los labios.
Me obligué a no parpadear. Pensaba que no se había referido a los párpados, ni a los labios, tampoco a que los dedos de la mano se moviesen a derecha e izquierda abriéndose y cerrándose, pero fue una frase tan corta que apenas cabía el pensamiento en ella. La orden no se ajustaba, tal vez, a lo dicho… sin duda iba más allá, estaba injertada en su mismísima voluntad y, claro, no podía ser de otra forma, respondía sin duda a un propósito, doblegar los restos de mi cordura y arrojarme, después, sin duda, a la calle.
Don Mariano, como siempre, ni me miró. Era un ser lejano que, por supuesto, ya ha muerto hace infinidad de años. Nos habíamos escapado a la alberca del tío Sotero. Me recuerdo desnudo, y a Carmelo, y al Agustinillo… y, cómo no, a Juan de Dios. Juan de Dios nos sacaba más de la cabeza en todo lo que se proponía. Fumaba ideales. Y yo, como siempre, ruborizado y tartamudeando, entré en el estanco de la tía Elisa y le pedí una cajetilla. No pude contenerme y giré con ella en la mano, eché a correr sin volver la vista atrás y pasé junto al tío Doramar. La alberca apenas se podía ver por la calima. Yo también me desnudé y me zambullí.
Era tanto como decir, ‘salid’. Nos sentamos…
El Agustinillo y Carmelo lo intentaron, pero creo que no fueron capaces de hacerlo. Tampoco puedo recordarlo con precisión. Fue por los días en que apareció aquella pareja en el pozo, junto al paseo, ahogados y se incendió el circo de los gitanos. Unos meses más tarde Mariano que estaba talando el álamo del huerto del tío Ciriaco se calló desde lo más alto y no volvió a caminar. Yo creo que lo vi todo desde el pretil, en el recreo de la escuela, aunque pensé inmediatamente en la alberca del tío Sotero y en Juan de Dios frotándose con lentitud mientras fumaba.
Juan de Dios lo decía siempre, incluso aquella tarde en el campanario de san Antón durante la fiesta, en enero. Durante el cuarto de hora de campana al que teníamos derecho por traer leña para la hoguera, me sujetó con fuerza la mano. Estábamos solos y me dijo que él la tenía más grande. Que me la sacara. Me hizo agarrársela y noté cómo temblaba.
Don Mariano hizo que me sentase en la silla y me tomó la temperatura. Seguía mareado. Mamá esperaba a mi lado con la mano preparada para seguir azotándome.
Necesitaba cerrar los ojos un momento, pero tampoco recordaba que ella se hubiese referido a eso. Tampoco tendría que haber sido más explícita… yo creo que sólo se deben tomar decisiones porque uno lo quiere así.
No sé por qué ahora se me viene a la cabeza Juan de Dios y su hermano Pepito. Vivían una puerta antes de la mía. Sí, donde ahora vive Joselete. Cuando me enseñaba su verga sentía el deseo de cogérsela y tirar de ella y verla temblar. A veces también me la imaginaba agarrada a la cuerda que sujetaba la mía a las vigas y, mientras me balanceaba hasta que parecía que se me iba a partir y me ahogaba, notaba la humedad de su lefa, y la veía cubriéndome con un sabor a suero, pastosa y salada. Juan de Dios era mucho mayor que todos nosotros. También lo era Pepito, su hermano. Su madre la Gumer tenía mala fama. Era una mujer que usaba blusas ahuecadas y que cuando se agachaba se le bamboleaban los pechos como enormes badajos. Era muy delgada, y, al ceñirse el vestido que se le había abierto casi de par en par, se le remarcaban todas las curvas del mundo.
Aún no sé su nombre. He llegado aquí, a su casa, me ha abierto la puerta y no sé con qué nombre pensarla. Me empieza a matar el cuello y esta necesidad de orinar. Tal vez, claro, al baño sí podría acercarme. Al fin y al cabo, es una cosa natural.
Creo que la Gúmer me infundía algo de miedo. Todo en ella era excesivo. Había puesto una goma en el corral con la que nos mojaba cuando Juan de Dios había salido a algún recado. Pepito subía a ponerse el bañador y ella se inclinaba antes de ajustarse el cinturón del vestido y todo se volvía espléndido. Se sentaba, en algunas ocasiones, y se subía la falda mientras se secaba los muslos por dentro. Y, durante las siestas, una y otra vez, en los corredores, cuando me tumbaba sobre las piedras del trillo, o me recorría con el cactus de mamá los testículos y la poya o me arrastraba boca abajo y me clavaba los pernos del rastrillo no tardaba en eyacular. Ahora que lo pienso siempre deseé superar ese modo de actuar. Al fin y al cabo, meneármela y pensar en la madre de mi amigo debía ser, creo yo, algo despreciable. Pero tampoco me atreví a confesarlo. Nadie sabe cómo piensan los curas.
Es posible que desde el corredor haya un pasaje hasta aquí, inmóvil y con la esperanza de ser aceptado en su reino. Me ordenaré sacerdote y oficiaré en el altar de la sumisión y, tal vez, si lo desea, combatamos el magnífico combate que desencadene mi kenosis… y, por último, me pasee como un simple trofeo sujeto con la maroma de la esclavitud ante los ojos de su pueblo.
Tres horas, cuatro, cinco, seis… ya no queda nada, sólo permanece el aturdimiento. No hay ni pensamiento ni voluntad, sólo lo que uno puede o no puede dominar, como quien actúa desde muy lejos. El hambre, la sed, el temblor el rebrote de la orina desde el huesos… En el vaquero aparece un cerco oscuro que empieza a gotear sobre la alfombra.
Pensé, por un instante, en levantarme un momento e ir al baño y abandonar. Al fin y al cabo, nadie se enteraría, tampoco ella. No me había casi ni saludado. La conocía de lejos, aunque siempre a través de terceros… desde la lejanía de las redes sociales me había vuelto a la infancia. A mis primeros deseos. Y ella parecía leerme. Aunque, sin embargo, desconocía su nombre. Sí. Lo mejor era mear y volver a la posición original. Claro que, si eso es así, por qué no sentarme en el sofá y cuando la oiga, bueno, cuando la oiga ya veré. Al fin y al cabo, tampoco es una verdadera orden… y yo estaba al fin aquí para algo. Sigue chorreando y noto cómo se humedece la alfombra junto a mis rodillas.
A la Gúmer se le aplastan algunos pelos del coño, entre la pernera de las bragas, y el muslo y hoy no lleva sostén. Es posible que una cucaracha en el pene muerda con más fuerza que una hormiga. Es más grande y el tamaño en estos casos pienso que tiene que importar. O un gato… o el perro con esos lametones que da cuando come. Tampoco es descartable un ratón. Me voy a colocar ‘alquiribiti’ en los huevos y los voy a prender fuego para ver si los pelillos se retuestan. Es azufre, desde luego, el combustible del infierno…
Mi madre siempre me consideró un buen chico, aunque a mí siempre me pareció una exageración. Entraba por una puerta a todo correr, cogía la cata y salía por la portá. Y allí, en el cerquillo, Carmelo y Juan de Dios con el trompo y las chapas. Hoy me empieza a doler como entonces el vientre. Necesitaría ir al servicio, pero no tengo claro que esa sea la voluntad de la señora.
Cuando oscurece ya se nota el charco sobre la alfombra… Me hubiese gustado untarme los huevos con azufre, desde luego, pero me conformé con colocarlos un día de calima, en la huerta, mientras regaba con el motorcillo campeón, sobre un hormiguero y observar cómo multitud de seres con sus patitas y sus dientecitos se desparramaban por la piel hasta llegar al glande… creo que también sentí que exploraban otras vías más oscuras. Lamentablemente, me parece que el extraordinario estado a que hago referencia no puede ser comprendido sin olvidar los principios más sagrados de la moral. Tal vez si fuese capaz de doblegar el cuerpo y, dios mío, llegar con los labios a acariciar los pequeños seres que me transitan… quizás entonces hubiese dibujado con las yemas de los dedos las esferas celestes y me hubiese bastado… aunque no creo que haya algo más allá del presente.
Cuando entró, varias horas después, permanecía en silencio. Se detuvo un instante y se fijó en la alfombra y continuó hasta el baño. Se cambió, se sentó en el sofá y prendió un cigarrillo mientras se sirve una copa. Yo permanezco en silencio. Cena, se acuesta y yo aún estaba allí.
SÁBADO 9 DE MAYO 2019
Esta noche aún estoy vivo, y durante el amanecer, y a las nueve y a las diez, también a las once cuando se levanta. Se despereza.
Me avergüenzo de la suciedad y el olor que desprendo. Yo no huelo nada. Eso es lo normal, pero he convertido el salón en una cuadra por la que me arrastro. Me contuve durante la noche y cerré los esfínteres, pero no pude evitar el río de orina que empapaba la alfombra antes blanca y ahora teñida por una gran mancha oscura. A las tres de la mañana, creo, porque no uso reloj, comencé a babear con incontinencia sobre el cristal de la mesa. Observar cómo la saliva modificaba su textura, cómo se volvía espuma, se desparramaba y configuraba surcos como de torrentes de hormigas me distrajo y dejé de pensar.
No le pregunté la temperatura del café, tampoco si lo tomaba con cereales o con leche o con galletas, o con un pedazo de bizcocho que tenía en uno de los armarios. Tampoco la interrogué sobre el mantelillo, ni siquiera sobre una servilleta junto a la taza a la derecha o a la izquierda, sencillamente, la serví como sabía que ella deseaba. Me coloqué en el suelo en la misma posición en que ella me había dejado el día anterior y esperé.
Sí, aunque sea absurdo, lo conozco: sus gustos, sus necesidades. No es necesario hablar.
Me aceptó un día del mes de enero y desde ese momento sólo me dirigí a ella. No se piense que soy monógamo mojigato, ni mucho menos. Nada de eso. Sólo que es como si me saciase esperándola.
El suelo de la cocina son baldosas a rombos marrones y blancos y se me clavan en los huesos de las rodillas. El frío consuela, pero no es suficiente.
No me atrevo a mirarla. No me suena a orden, sólo a ruego.
“Estimada señora…” creo que comencé así aquel día de enero… “sería un honor… ” y a partir de aquí una equivocación tras otra… “que me permitieras ser su amigo… “ y otros tuteos más… y otras inconveniencias propias de un gañán… y su respuesta lacónica: “es una falta de humildad tutear a una dama”… e inmediatamente se me vino el mundo encima…. Aunque lo sentí inmediatamente. Una bendita equivocación, cientos de equivocaciones… miles de equivocaciones… una cucaracha sobre la almohada, el reconocible olor a pis sobre la alfombra… y, claro, un justo castigo con la fusta o con la vara o con lo que ella tuviese a bien… Dios mío, bendito pecado… un vergajo de cien puntas que doblega el cuerpo, una corona de espinas que mantiene serena la mente y una traviesa ensartada hasta el fondo del ano.
No sentí que me preguntara y, claro, no me atreví a responder.
DOMINGO 10 DE MAYO
El suelo de la cocina es un charco asquerosamente amarillo. Entra descalza y chapotea sobre el pis. Se arrodilla a mi lado y me coloca un collar de cuero alrededor del cuello. Me frota la espalda con la mano humedecida y siento su aspereza. Los labios me saben a herrumbre. Me ayuda a levantarme, me sujeta para que no me fallen las piernas y entra conmigo en el baño. La bañera es una manta de espuma. Me ayuda a entrar en ella, me acaricia el pecho con una esponja. El agua huele a ella, y sabe a ella y tiene su misma textura. Araño su superficie y me dejo caer hacia atrás. Cuando me seca me coloca una cadenita en el tobillo… yo sigo imaginando trasgresiones y ella las espera, creo, y traza los límites de sus dominios en toda la geografía de mi cuerpo.