En el momento en que todo quedó a oscuras, suspiré, relajada, confiada, tranquila, entregada. Tuve constancia de que estaba en su poder y me encantó.
Siguiendo las órdenes que me dictaban sus manos me fui reclinando en el colchón, me puso en cruz y tras unos instantes empecé a sentir la aspereza de una cuerda rodeándome la muñeca. Instintivamente tragué saliva. Sus manos siguieron vistiendo de yute, además de mis muñecas, mis tobillos, quedándome totalmente expuestas a sus deseos.
Respiré varias veces para colmar mis pulmones del oxígeno que tanto necesitaban. Me sentía dulcemente nerviosa y expectante, además de excitada.
El silencio era atronador, en mis oídos no escuchaba nada más que el sonido de mi corazón golpeándome el pecho de forma desbocada.
Llevaba ya unos segundos concentrada en intentar calmarme cuando sentí en mi cuerpo un frío álgido que solo duró unos segundos antes de ser aplacado por su lengua lasciva.
A esa gota le siguieron más, sucedidas por el correspondiente grito ahogado convertido en gemido cuando su boca, su fuego abrasador, sustituía el frío del hielo.
Mis labios pronunciaban su nombre desesperados, intentaba, en vano, moverme, pues sabía que estaba firmemente anclada a la cama; al igual que un barco en el puerto en días de tormenta.
Cuando soltó mis pies y mis manos no lo dudé, ni siquiera me quité la venda, tan solo quería agradecerle todo el placer que Él me había proporcionado. Me puse de rodillas sobre el colchón, consciente en todo momento de sus ojos sobre mi cuerpo, me senté sobre los talones, coloqué las manos sobre los muslos con las palmas hacia arriba, en señal de entrega, y agaché la cabeza. Así, agradecida y entregada dije lo que llevaba tiempo deseando expresar.
- Tómeme, Mi Señor, como quiera, soy toda suya.
roxanne.
El Muro