Después de llegar a rozar con los dedos el cielo en algunas ocasiones o el calor del infierno en otras, después de dejar que te invadiese todos los sentidos y recovecos, llega la calma y la paz.
Es una paz placentera ya que todavía sientes y percibes los coletazos de ese último subidón de adrenalina. Tu cuerpo todavía tiene el recuerdo de Sus manos, siente el escozor del látigo y la fusta, el pequeño pinchazo de dolor placentero cuando tu ropa roza los pezones.... y todo estas sensaciones te sacan una sonrisa.
Pero es también una paz y una calma que pueden ser efímera, y digo pueden, porque no siempre tiene que ser pasajera ni corta pero, en ocasiones, ocurre que se acaba. Puede pasar en el momento, en pocas horas o que pasen unos días, pero cuando se da no se está preparada para predecir sus ataques.
Hacer frente a esa espiral en bajada desde la nube en donde te encontrabas, no es nada fácil. Es una sensación de auténtica desolación, angustia e incluso de un vacío interior que no sabes como “gestionar”. Te encuentras perdida y a la deriva, con esa necesidad de volver a encontrar un puerto seguro al que amarrarte para no naufragar. Necesidad de llorar, sacar toda esa amargura de tu interior, llorar para limpiar el alma, llorar para coger fuerzas para seguir caminando.
Hacer frente a esa espiral de bajada desde la nube en donde te encontrabas, es volver a encontrar un equilibrio entre tu cuerpo y tu mente. Hacer lo posible para que los caprichos del cerebro no sean más fuertes que tus deseos. No dejar que te haga dudar de lo que quieres y anhelas. Al fin y al cabo, volver a conectar con tu “yo” interno.
En definitiva, hacer frente a esa espiral de bajada de la nube en donde te encontrabas, es una paso más que puede que tengas que dar en este placentero y emocionante camino.
siomara_{AK}
El Muro