¿Que sumisa no ha sufrido infinitas contradicciones en su despertar?, estos últimos días he podido comprobar que todas pasamos por esa fase de confusión. Esa "Mujer interior" que saca las uñas para defender sus convicciones, esa "sumisa interior" que grita para poder aflorar libremente. Hoy me parece tan ridículo y lejano... y sin embargo recuerdo tantas y tantas cosas que la "Mujer" echó en cara a la "sumisa": Que como podía tener tan poco amor propio, tan poco respeto a mi misma, ser tan débil, tan tonta, tan insegura y manipulable. Que como podía ofender de tal modo al genero femenino, ir en contra de la mujer fuerte e independiente que debía ser. Que como podía querer regalar mi libertad, ofrecer mi cuerpo para el disfrute de otro, sin pensar en mi misma. Que como podía tener esa idea del sexo tan sucia y depravada... y un largo etc.
Cuantos momentos de encontrarme mal, de sentirme paralizada, de quedarme sin palabras, sin argumentos, sin replica. Yo que siempre he tenido mis ideas claras, y mil argumentos para defenderlas. Es duro no reconocerte a ti misma, y no tener alguien cercano que te apoye, te muestre el camino o simplemente te recuerde que eres una persona normal. Pero poco a poco, una misma aprende, vuelve a ser la Mujer fuerte de antaño, y por fin lo comprende todo.
Las sumisas ni somos tontas ni manipulables. Todo lo contrario, reconocer nuestra sumisión requiere una gran claridad, inteligencia, confianza y conocimiento de una misma. Solo nosotras sabemos lo que necesitamos, y decidimos lo que queremos, lo que nos falta para sentirnos completas. Podemos entregar nuestro cuerpo para el disfrute de otro, sí, pero conscientes de ello, siendo decisión totalmente nuestra. Y disfrutar por el simple hecho de hacerlo. Sentir el placer del otro como nuestro, que esa entrega, no solo demuestre la seguridad, fortaleza y amor propio que poseemos, si no que lo hagan crecer con mucha más fuerza. No ofendemos a nadie (que tontería), seguimos siendo mujeres, y podemos seguir siendo independientes, y valernos por nosotras mismas. Nuestra libertad no se regala, ni se arrebata, nuestra libertad la cedemos nosotras, solo a quien la merece. A quien se gana ese ofrecimiento, y en el nivel que nosotras decidimos. Y claro que nos respetamos, nos respetamos tanto que no nos ocultamos de lo que somos, no escondemos esa otra parte de nosotras mismas que necesitamos sacar, sintiéndonos orgullosas de ello. Y sí, somos libres, más libres que nunca, libres en cuerpo y alma. Sentimos la libertad, a un nivel, que otros no entenderían. La gran libertad de decidir a quien y como nos entregamos, la libertad de hacerlo porque es lo que queremos. Y la enorme satisfacción de ser sinceras con nosotras mismas, respetarnos, querernos y valorarnos por encima de todo. Para así poder entregar lo mejor de nosotras mismas. Y lo más importante de todo... para ser felices!
Y es que, como se suele decir "no hace daño quien quiere, si no quien puede", y en ocasiones somos nosotras mismas las que más nos auto-juzgamos y herimos. Que lejos queda ya ese sentimiento de culpabilidad, de suciedad... esa sensación de no reconocerte, de verte a ti misma como un bicho raro, como una pervertida o una degenerada, o incluso como una persona loca o bipolar. Es curioso como, poco a poco, ganas en conocimiento de ti misma, en fortaleza, en claridad... casi sin darte ni cuenta, o sin saber exactamente que es lo que te ha hecho aprender o cambiar.
Una de las últimas cosas que he aprendido, y que me gustaría que las sumisas que se inician lo tuviesen siempre muy presente, es algo tan simple como no sentirnos "tan victimas"... Cuando el sentimiento de sumisión es sincero, autentico y profundo, y una se entrega al 100% en cuerpo, mente y alma. Todo, todo cuanto haga es puro, limpio y hermoso. Y si por alguna razón, esa entrega acaba, y una debe retomar su camino. Haber dado tanto, no es motivo de sentir que se ha perdido, sino de mirar con orgullo, el haberse dado sincera y entera, a quien así se lo ganó.
El Muro