Lo cierto es que ella nunca fue amante del dolor. No lograba comprender el erotismo de ser azotada. Tan solo le parecían golpes... golpes que en ningún contexto podían resultarle placenteros. Hasta que Él le mostró cuan equivocada estaba, enseñándole como aprender a disfrutar con todo lo que a Él Le satisfacía. Y así era, pues adoraba ofrecerle ese dolor a su Señor, como Él gustase en cada momento, eso no importaba. Sentirse reclamada ya era una inmensa felicidad, y regalarle placer o dolor, la llenaba de plenitud.
No podía evitar esos nervios en el estomago cuando se postraba a Sus pies, ni esa humedad entre sus piernas... Tantas sensaciones recorriendo su ser! Solo el hecho de estar expuesta para Él ya le producía una gratificación absolutamente indescriptible. Incluso percibía la anticipación de su tacto, cuando aún ni siquiera la había tocado. Su cuerpo temblaba esperando el primer estallido del látigo, o la primera nalgada, o el primer fustazo... La incertidumbre la devoraba por dentro, y cuando por fin lo sentía en su carne, toda su piel se erizaba. Él cada vez la exigía más, poniendo a prueba su resistencia, su aguante, su entrega... Su capacidad de transformar el punzante dolor en la más suave caricia.
Cuando los azotes se volvían más seguidos, y más intensos... Agarrotaba todo su cuerpo, apretando sus puños y concentrando sus sentidos. Sentía la fuerza de Su Dominio, Su control en cada pausa, y Su respiración, esa que encendía sus entrañas y que insaciable la hacía desear más. Sí, ese dolor se tornaba poco a poco en placer, sin saber como, pero cada vez disfrutaba más con aquello, ese quemazón que abrasaba su piel, le recordaba lo Suya que era. Siente su Amo, como una bruma que recorre todo el aire, comenzando a crecer en ella un hormigueo casi embriagador que colapsa, mente y cuerpo.
Su mirada queda perdida en la nada, con la sensación de tener lo ojos en blanco, o no ser capaz de enfocar lo que ve. Ya no percibe dolor alguno, el ruido de los latigazos parece oírse cada vez más distante. Es un sonido que se va desvaneciendo, como si procediese desde dentro de una cerrada caja de cristal... una caja cada vez más, y más lejana. Su cuerpo va pasando de la tensión al relax más absoluto, con la contradictoria sensación de sentirse pesada, y a la vez flotando. Ya no hay gritos, tan solo un leve gemido con cada azote, un nimio jadeo ahogado en su garganta. Su mente está en otro lugar, su alma ha abandonado totalmente su cuerpo... Casi no ve, casi no oye... no es capaz de articular palabra... ni siquiera es consciente de su boca abierta y su saliva goteando.
Está sumida en un mundo irreal, donde Él es un demonio arrastrándola a profundidades desconocidas... Un ángel capaz de hacerla acariciar las nubes... Un Amo que dominando su mente y poseyendo su carne... Alimenta su hambrienta alma sumisa.
jessika
El Muro