Esta entrada, mi primera entrada en el blog, se la quiero dedicar a un habitante de Palacio, una persona que, sin darme mucha cuenta, me ha hecho reflexionar sobre algunas cosas, y también me ha enseñado algunas otras. ¡Chico listo!
Una persona a la que aprecio a día de hoy y con la que he compartido muchas risas en muy poco tiempo.
Lo considero uno de mis “amarillos” (¡al fin te he etiquetado!).
No se me ocurre mejor definición para él que la que hizo Albert Espinosa en su novela El mundo Amarillo, y que viene a ser más o menos esto:
Los "amarillos" son aquellas personas que son especiales en la vida de alguien, que se encuentran entre el amor y la amistad y que no es necesario verlos a menudo o mantener contacto con ellos. Marcan nuestra vida y no necesitan tiempo ni mantenimiento. Es gente que consigue cambiarte, que te los encuentras en una ciudad, en un aeropuerto, en el trabajo, en la calle, en la vida...Y te comprenden. Se cruzan en tu vida y con una sola conversación pueden llegar a cambiártela. Las conversaciones con ellos hacen que mejoremos como personas y descubramos nuestras carencias. Notarás como fluye todo de una manera increíble; como se abren a ti y tú te abres a ellos.
Según Espinosa, lo fundamental cuando encontramos a uno de nuestros amarillos es la conversación, y el título y tema de la entrada en el blog viene de una de nuestras primeras conversaciones, en la que yo le dije que los príncipes azules no existen, y que sólo son para las princesas que no tienen nada más que hacer que esperar y esperar…Entonces, él me preguntó: ¿las princesas tampoco? Y yo respondí muy amablemente: “Princesas y putas somos todas”.
Pues bien, hoy he re-leído un texto de la web Faktoria Lila que me ha recordado esa conversación y que me gustaría compartir con tod@s vosotr@s.
Sin más, espero que os guste. Y, a mi amarillo, simplemente un beso grande.
LAS NIÑAS QUERÍAMOS SER PRINCESAS
Porque nos obligaron. Porque, desde pequeñitas, nos pusieron coronas, vestidos de tul, ropa que no nos dejaba jugar, porque no la podíamos manchar. Nos dijeron "que niña más guapa" tantas veces, que nos creímos que era lo que importaba.
Y nos chutaron dosis diarias de príncipe azul, y así nos hicimos yonkies del amor, y aprendimos a necesitarlo para vivir.
Las princesas son guapas, están asustadas y se enamoran del primero que las salva. Y del segundo, y del tercero. Y esperan, encerradas en su torre, sin hacer nada para escapar de ella.
Y nosotras aprendimos a ser como ellas.
Aprendimos a obligarnos a ser guapas, que significa fracasar eternamente en intentar parecerles guapas a los demás.
Aprendimos a esperar que el príncipe azul nos solucionara la vida, que significa construir nuestra existencia en torno a la idea de conseguir mantener una pareja, y a sólo así sentirnos completas.
Aprendimos que estas dos cosas eran una pelea, que significa sentirnos amenazadas por todas las demás mujeres que nos rodean, no vaya a ser que sean más guapas, o que su torre le pille al príncipe más cerca.
Aprendimos a querernos poco, y sólo a costa de lo que nos quisieran otros.
Quedaos con mis vestidos de tul, mi príncipe azul, mi espejo y mi corona. Quedaos con mis complejos, mis miedos, mis vacíos y mis celos. Quedaos con todo eso que me habéis impuesto, que no lo quiero. Porque necesito sitio para las botas, los libros, los cuchillos, los vasos y los ceniceros. Para los bolis, las fotos, los bocadillos y mis cuentos. Para los condones, la bici, los pinceles y los baberos. Para las cazuelas, los periódicos, el martillo, los clavos y los ligueros. Para bailar, correr, descansar y tirarme en la hierba a ver pasar el cielo. Para mis sueños, mis desastres y mis deseos. Para fracasar y empezar otra vez con mis proyectos. Para mis amigas, mis ligues, mis mujeres admiradas y mis no quieros. Para mi vida, al margen de lo que me aprendieron.
Quedaos con mi reino. Que a mí me hace falta sitio para el mundo entero