Soy muy aficionado a las antigüedades, me encantan, para mí
es una de mis pasiones favoritas, encontrar objetos con historia, joyas del
pasado que en su día fueron testigos del momento, que formaron parte de otras
vidas, pero no voy buscando nada, no soy como los personajes de estos programas
de televisión que están tan de moda, no, no busco, a veces, paso por delante de
tiendas muy reconocidas, ubicadas en los mejores barrios y que ofrecen este
tipo de productos a coleccionistas adinerados, pues bien, no son de mi interés,
no busco jarrones de la dinastía Ming, lo que si hago, cuando me tropiezo con
una pequeña tiendecita, en algún lugar remoto o apartado, no puedo resistir la
tentación de entrar, pero no hago caso de lo que se expone en el escaparate, no
me interesa lo que se muestra al público, lo que interesa vender, no, yo
rebusco en el interior, en los estantes más apartados, en los rincones más
ocultos, aquello que normalmente la gente no aprecia, no valora y que sin
embargo para mí, son verdaderas obras de arte, que no necesitan ser expuestas,
que no necesitan estar a la vista de cualquiera, que no son dañadas por la luz
ni otros contaminantes ambientales, que en su condicional escondite, bajo el
polvo, mantienen todo su esplendor, su integridad y que solo son visibles a las
personas que saben valorar una buena pieza, una verdadera obra de arte, más
allá de lo que nos quieran vender, lo que no está en el escaparate.
El Muro