Como
agradecimiento personal a tod@s l@s participantes en el concurso de relatos y
haciéndolo extensivo a todos los usuarios de palacio, quiero aportar mi pequeño
granito de arena y haceros participes del prólogo de lo que, espero será, una
nueva novela del genero que nos ocupa... (prometo que una vez acabada, seréis
los primeros en disfrutarla)
La Herencia
Marie,
acababa de cumplir los 21 años, fecha en la adquiría la mayoría de edad y
dejaba el internado de señoritas. Meses antes, mediante una carta, había
recibido la triste noticia del fallecimiento de su tía Alice, la única hermana
de su difunta madre, en ella, se le comunicaba que había recibido en herencia
una joya de incalculable valor, al parecer, un preciado collar, según tenía
entendido, había estado trabajando como ama de llaves al servicio de un acaudalado aristócrata.
Se
encontraba allí de pie, delante de una señorial mansión de estilo victoriano,
rodeada de bellos jardines, custodiados
por unas desnudas esculturas que mostraban sus atributos sexuales, se ruborizó,
jamás había visto algo parecido, era una ofensa para su inocencia y candidez.
-Sir
Alfred se encuentra descansando, no tardará en bajar, pero… acompáñeme por
favor…. Dijo el mayordomo.
Abriendo
las dos hojas de una fastuosa puerta, la invitó a entrar en una estancia,
amplia, una gran librería ocupaba toda una pared, al fondo, un imponente oleo
presidía el frontal de una ornamentada chimenea, era el retrato de una bella y
elegante dama. El mayordomo, abrió el cajón de una cómoda y le entregó un cofre
de madera, diciendo: - Esto es para usted, señorita, fue la última voluntad de
su tía. Después, se retiró, dejándola en mitad de la estancia con el cofre
entre las manos.
Marie, nerviosa, impaciente, algo aturdida, comenzó a dar unos pasos, acercándose a la chimenea, sin atreverse a descubrir la tan preciada joya que acababa de recibir, cuando de pronto, al ver el retrato más de cerca, comprobó asombrada que la dama retratada se trataba de su tía Alice, que, curiosamente tenía un gran parecido a ella.
Sin más dilación, abrió el cofre….en su interior, forrado de terciopelo rojo, se encontraba el collar, no terminaba de entenderlo, era un sencillo collar de cuero negro, algo desgastado, con una argolla metálica. Sorprendida y algo desilusionada, lo tomó entre sus manos, no era la joya tan preciada que decían ser. Mirando hacia el cuadro, buscando la respuesta de tía Alice, observó un detalle que anteriormente pasó desapercibido, ella llevaba ese mismo collar en el retrato……. De pronto, una voz a sus espadas la sobresaltó - Póntelo…!!, temerosamente se giró y allí estaba Él…..
Un
escalofrío recorrió todo su cuerpo, una alta figura de recortada barba canosa y
ojos brillantes era la procedencia de esa voz, de esa orden que retumbaba en su
interior.
Sin
saber por qué, temblorosa, obedeció como
una autómata, sin apenas controlar sus propios movimientos se colocó el collar
alrededor de su frágil cuello. Una nueva sacudida, acompañada de una extraña y
agradable sensación fue notar ese collar, aprisionando su garganta.
-Encantadora…!! La cena se sirve a las 20,00 h, Eugene te
acompañará a tus aposentos.
Dicho
esto, aquella soberana figura desapareció del umbral de la puerta. Marie quedó
inerte asombrada, fascinada, como hipnotizada por el poder que tan breves
palabras ejercían sobre ella, esa altivez, esa seguridad, el altanero porte de
su interlocutor, estaban causando en su interior unas sensaciones hasta ahora
desconocidas, pero que, lejos de incomodarla, resultaban excitantes,
placenteras y para la educación que hasta ahora, había recibido, quizás
algo…pecaminosas.
-Tenga
la bondad de acompañarme, Srta. Marie. Dijo Eugene, haciendo el ademán de
invitarla a seguirle.
A
medida que ascendía por aquellas majestuosas escaleras, sus ojos no dejaban de
admirar la belleza de cuanto le rodeaba, la casa, sin duda, era toda en sí, una
muestra de elegancia y buen gusto.
No
sabía muy bien por qué se quedaba, solo había venido a recoger su herencia, por
otro lado, no tenía donde ir y si su tía había pasado tantos años allí, era de
suponer que serian personas de confianza, además, el mayordomo, le parecía
simpático y amable, pero lo que más le incitaba a quedarse era el eco
de la voz de Sir Alfred resonando en su interior, le inspiraba seguridad y
confianza y …..algo más, que todavía no terminaba de comprender.
Desde
el último peldaño de la escalera, se vislumbraba la pequeña y rechoncha figura de Eugene al final de un
largo pasillo.
-Adelante
señorita, está será su habitación, todo cuanto hay en ella es ahora de su
pertenencia, me he tomado la libertad de prepararle un baño. Dijo, abriendo una
nueva puerta y mostrando el cuarto anexo a la estancia. Decenas de velas, iluminaban con su tenue y
oscilante luz, la elegante bañera de patas doradas situada en el centro del
cuarto, creando un ambiente cálido y acogedor, quedó algo sorprendida, ya que
aquella preparación era más digna de un amante enamorado, que de un sirviente o criado.
Eugene,
agitó una campanilla que había en una mesita…..a los pocos minutos, apareció
una joven de piel morena, luciendo un
brillante aro metálico alrededor de su cuello, cubría su cuerpo con unas telas
blancas a modo de vestido, solo que lejos de vestir, más bien dejaba al
descubierto sus voluptuosos y redondeados senos, así como sus partes más intimas,
aún así, la visión del contraste con el color café con leche de su tez, hacían
de esa mulata una mujer de una gran belleza exótica, que hasta ese momento,
jamás había visto.
-Amira,
desde ahora, será su doncella, ella le asistirá en todo cuanto necesite.
Exclamó Eugene, y ahora, con su permiso, me retiro, recuerde que la cena se
sirve a las 20,00 h, y por favor….no olvide ponerse el collar, deberá de
llevarlo siempre, mientras el Señor no
diga lo contrario...
Amira,
se le acercó y cogiendo su mano la llevó hasta la estancia donde se encontraba
dispuesto el baño, una vez allí, lentamente, como si de un ritual se tratase,
fue despojada de sus vestimentas, quedando de pie, inmóvil, pero lejos de
sentirse incomoda, la presencia de aquella bellísima mulata con nombre de
princesa árabe, le inspiraba cierta confianza.
Sin
mediar palabra, se encontraban dentro de la bañera, las dos de pie, desnudas
una frente a la otra, dejándose enjabonar, incluso por los lugares más íntimos
y recónditos, de vez en cuando, notaba como al escurrir la esponja, un pequeño
manantial, un diminuto arroyo resbalaba por sus pechos discurriendo por su
vientre y llegando hasta las cavidades más oscuras de su cuerpo, ciertamente se
asemejaba al tránsito de un rio desde las montañas más altas, hasta las simas
más profundas, sintiendo la caricia del agua en contacto con su cuerpo, aquella
sensación le provocaba una pecaminosa
excitación que hasta ese momento desconocía, su cuerpo reaccionaba ante esto erizando
su piel y endureciendo sus prominentes pezones, la visión de aquel exótico
cuerpo desnudo y mojado, que tan
delicadamente la cuidaba, no hacía más que incrementar, si cabe aún más, su
excitación.
En ese
instante, se abrió la puerta, Eugene apareció con una toalla sobre sus manos y
con un ligero movimiento de cabeza, como si de una silenciosa orden se tratase,
indicó a Amira que debía de salir de la habitación, ahora se encontraba
avergonzada, desnuda ante el mayordomo, era la primera vez que mostraba su
cuerpo a un hombre, intentaba sin conseguirlo, cubrir con las manos sus
atributos femeninos.
-Debe
confiar en mi señorita, no sienta pudor, deje que seque su cuerpo.
Sin
saber por qué, aquel rechoncho y entrañable personaje le transmitía confianza,
salió de la bañera y armándose de valor, dejó caer los brazos a los lados de su
desnudo cuerpo. Cuidadosamente, fue envuelta por la suave toalla….
-Sígame..!!,
por favor.
De
nuevo en la habitación, Eugene, abriendo las puertas de un inmenso armario..
-Estos,
ahora, son sus vestidos, puede elegir el que guste, regresaré a la hora de la
cena para acompañarla, por cierto, se me olvidaba, tenga…en esta nota hay una
serie de normas que deberá tener en cuenta durante la cena.
Marie,
con la nota en la mano, no dejaba de mirar el armario abierto y que mostraba
los vestidos que según Eugene, ahora eran suyos, no podía salir de su asombro,
todos los vestidos eran idénticos, blancos, semejantes al que portaba Amira,
había muchos, pero.. todos iguales….!!
Pasados
unos minutos y no dejando de seguir extrañada por el contenido del armario,
recordó la nota que el criado le había entregado, desdobló lentamente el papel
manuscrito y se dispuso a leer.
-Deberá
llevar siempre puesto el collar.
-Vestirá
las prendas indicadas.
-Siempre
que se encuentre ante la presencia de Sir Alfred o de cualquier otro
caballero, deberá mantener la cabeza
inclinada y la mirada baja.
-No
hablará a menos que se le autorice y si debiera de hacerlo, pedirá permiso para
ello.
-Ante
Su presencia, permanecerá de pie hasta que no se le indique otra cosa.
No
comerá ni beberá mientras no se le permita.
Se
encontraba allí, de pie, con la nota en la mano, pasmada, no terminaba de
entender que estaba pasando, donde se había metido, por qué de esas
normas….había pasado casi toda su vida en un internado y le parecía no haber
salido aún de allí, también se preguntaba el por qué no abandonaba esa casa, la
respuesta no tardó en llegar, a modo de reflexión, ante todo, era muy tarde, no
tenía donde ir, por otro lado, había algo muy poderoso para quedarse, la
fascinación que sentía, por Sir Alfred, por la bella Amira, por la casa, por el
trato recibido….
Casi sin darse cuenta el tiempo pasó en un instante, era la hora marcada para la cena, se encontraba sentada al borde la cama, con su vestido blanco, abierto por delante y por detrás, con los senos apenas cubiertos por las livianas telas, su collar al cuello.
-Está dispuesta señorita…?
Lentamente
se puso en pie y avanzó hacia la puerta donde le esperaba Eugene, sin darse
cuenta recordó lo leído en la nota e instintivamente agacho la mirada.
-No,
señorita Marie, a mi puede mirarme a la cara y hablarme, tan solo soy un
criado, permítame decirle que está usted bellísima con este atuendo.
Dicho
esto, y sin mediar palabra, colocó una cadena al collar de Marie, a lo que ella
respondió con un ligero respingo.
-Tranquila señorita, confíe en mí.
La cadena medía poco más de medio metro y terminaba en una especie de correa, la cual levaba enrollada en su mano Eugene, de esta guisa comenzaron a bajar las escaleras que conducían al piso inferior………..
CONTINUARÁ (Lo prometo .... :) )
Odín.
El Muro