Al poseerse, los amantes dudan.
No saben ordenar sus deseos.
Se estrechan con violencia,
se hacen sufrir, se muerden
con los dientes los labios,
se martirizan con caricias y besos.
Y ello porque no es puro su placer,
porque secretos agijones los impulsan
a herir al ser amado, a destruir
la causa de su dolorosa pasión.
Y es que el amor espera siempre
que el mismo objeto que encendió la llama
que lo devora, sea capaz de sofocarla.
Pero no es así. No. Cuanto más poseemos,
más arde nuestro pecho y más se consume.
Los alimentos sólidos, las bebidas
que nos permiten seguir vivos,
ocupan sitios fijos en nuestro cuerpo
una vez ingeridos, y así es fácil
apagar el deseo de beber y comer.
Pero de un bello rostro, de una piel suave,
nada se deposita en nuestro cuerpo, nada
llega a entrar en nosotros salvo imágenes,
impalpables y vanos simulacros,
miserable esperanza que muy pronto se desvanece.
Semejantes al hombre que, en sueños,
quiere apagar su sed y no encuentra
agua para extinguirla, y persigue
simulacros de manantiales y se fatiga
en vano y permanece sediento y sufre
viendo que el río que parece estar
a su alcance huye y huye más lejos,
así son los amantes juguete en el amor
de los simulacros de Venus.
No basta la visión del cuerpo deseado
para satisfacerlos, ni siquiera la posesión,
pues nunca logran desprender ni un ápice
de esas graciosas formas sobre las que discurren,
vagabundas y erráticas, sus caricias.
Al fin, cuando, los miembros pegados,
saborean la flor de su placer,
piensan que su pasión será colmada,
y estrechan codiciosamente el cuerpo
de su amante, mezclando aliento y saliva,
con los dientes contra su boca, con los ojos
inundando sus ojos, y se abrazan
una y mil veces hasta hacerse daño.
Pero todo es inútil, vano esfuerzo,
porque no pueden robar nada de ese cuerpo
que abrazan, ni penetrarse y confundirse
enteramente cuerpo con cuerpo,
que es lo único que verdaderamente desean:
tanta pasión inútil ponen en adherirse
a los lazos de Venus, mientras sus miembros
parecen confundirse, rendidos por el placer.
Y después, cuando ya el deseo, condensado
en sus venas, ha desaparecido, su fuego
interrumpe su llama por un instante,
y luego vuelve un nuevo acceso de furor
y renace la hoguera con más vigor que antes.
Y es que ellos mismos saben que no saben
lo que desean y, al mismo tiempo, buscan
cómo saciar ese deseo que los consume,
sin que puedan hallar remedio
para su enfermedad mortal:
hasta tal punto ignoran dónde se oculta
la secreta herida que los corroe.
La femme fatale es aquella mujer poderosa y de sexualidad insaciable que cual mantis religiosa, una vez consumado el acto sexual, mataría al hombre. Pues de él, ya nada más merece la pena. La mujer como deseo, y a la vez como abismo y muerte, es un tema recurrente en el arte, a partir del siglo XIX. Ésta es la visión de la mujer, como ser sin atributos que recuerden a una esencia amable o buena y que por lo contrario, tras una máscara de sensualidad desbordada, ella personifica al mal. 802358
Se dice que Munch, a pesar de ser alto, atractivo y sumamente apuesto, sufría una verdadera ansiedad frente a la figura femenina, y diversos textos hablan sobre el miedo que le tenía a las mujeres. Ésto le llevó a sublimar sus miedos en Vampira.
Vampira 1894-1894
"[...] un temor diferente, como el miedo engendrado por el poder sexual femenino. Munch lo representa en tres etapas: el despertar de la feminidad, la voracidad sexual y la imágen de la muerte. "
En el caso del artista japonés Namio Harukawa (Osaka, 1947) y su oda insaciable al culo femenino, el miedo se convierte en fetiche. Sus mujeres, de monumentales traseros, someten sin piedad al supuesto sexo fuerte, mientras no le dan la mayor importancia. Ellas fuman, descansan, tocan la guitarra o simplemente disfrutan del placer carnal mientras él, sumiso y diminuto, se deja.
La perversión de la mujer, como vemos en la obra, lleva al hombre a no ser más que una marioneta que sin rechistar besa el suelo ( y hasta las entrañas) que ella pisa, aunque su vida dependa de ello. Las tremendas posaderas, asfixian sin remordimiento a este ser, que es para ellas , títere de placer.
Referencias: López Blazques, Manuel. Arte del s. XX Munch.
Fuentes: culturacolectiva.com