Noche de invierno mi cuerpo en llamas… Inquieta espero aun no sé a qué. Siento que mi vestido negro se ciñe demasiado a mis pechos y mi respiración se acelera de impaciencia. Cambio mi peso de un pie al otro mientras observo la increíble vista de las luces de la ciudad desde un piso 20 de la ventana cerrada del salón. Todo perfectamente calculado hacía que el momento fuera una mezcla de erotismo, vino y luz de ambiente.
No puedo evitar recordar su mirada, sus ojos y su voz diciéndome: “Estás demasiado caliente, perrita.” El solo recordarlo hace que mi cuerpo se remueva inquieto. Porque aun que no quiera, recuerda. Recuerda sus caricias y sus besos. Recuerda el calor de sus manos y sus huellas en mi piel tras los azotes, los temblores tras el orgasmo o cuando me los niega también, mi cuerpo recuerda que es completamente suyo. Y eso es lo que hace que muera de impaciencia. Mi cuerpo es traicionero.
De pronto la suave música del estéreo comienza a sonar revolviéndome al momento presente. Suena la música suave de un piano, rápida y lenta, dura y suave… demasiado parecida a Él. Aun que sé que está ahí no me giro a mirarlo, sé lo que espera de mi y complacerlo es mi razón de ser. Pero eso no impide que lo busque con la mirada a través del reflejo del cristal. Lo veo quitándose la corbata, desabrochándose unos botones del cuello y quitándose los gemelos. Recoge una bolsa negra de encima de la mesa y se acerca a mi. Su mirada y la mía se encuentran en el espejo y su mirada se endurece haciendo que dirija mi mirada al suelo, donde debería estar. Oigo caer la bolsa.
-Mi perra… ¿Qué voy a hacer contigo? –Notaba una pinta de burla en su voz. Pero eso no me engañaba. Recibiría un castigo por mirar a escondidas… No podía esperar.
Sin preocuparse por ser delicado me bajó la cremallera del vestido, lo cual hizo que se descolgara la parte de delante. No llevaba sujetador, el vestido no lo permitía y ya que no llevaba ropa interior arriba decidí que tampoco la necesitaba abajo. Sin duda sería de Su agrado. Mis piernas estaban cubiertas por unas medias por encima de la rodilla atadas a un liguero a mis caderas y los tacones de aguja realzaban mis piernas. Sí, le gustaría lo que tenía preparado para Él. Y lo comprobé cuando lo oí contener la respiración al caer el vestido al suelo. Al instante me dio dos azotes en cada nalga que me hizo contener el aliento a mi, las notaba arder, aun que no habían sido excesivamente fuertes seguro que ya tenía el culo ligeramente colorado. Solo de imaginarlo hacía que me derritiera por dentro. Me cogió por la cintura y me apoyó en todo su firme cuerpo.
-¿Qué quieres conseguir provocándome así? –Me susurró al oído erizándome la piel de la espalda. Completamente desnuda a excepción de mis tacones y medias notaba en mi culo lo complacido que se sentía al descubrir mi sorpresa.
Me lamí los labios antes de contestar.
-Complacerlo mi Señor.
-Ya me complaces. –En silencio se dedicó a erizarme la piel con la nariz y los restos de la barba de una semana. Sus manos me atraparon los pechos y los masagearon, me pellizcó los pezones y tiró de ellos con la misma brusquedad con la que me besaba dulcemente el cuello. Mi respiración se aceleraba y los gemidos de placer y dolor salían sin poder contenerlos. –Apoyate en el cristal. –Lo hice y Él acarició mi culo en círculos. –Voy a darte diez azotes. Quiero que los cuentes conmigo y después me agradezcas. ¿Lo has entendido?
-Sí Señor.
El primero vino sin avisar pero lo soporté bien.
-Uno Señor, dos Señor, tres Señor, cuatro Señor… -Cuando acabé de contar me escocían las nalgas y mi cuerpo no paraba de temblar, me sentía excitada y dolorida. –Gracias por corregirme Señor.
Comprobó la humedad de mi sexo con sus dedos.
-Arrodíllate, en espera perra.
Me dejé caer al suelo y sentándome sobre mis talones con las piernas separadas, las manos descansando sobre mis piernas boca arriba, la mirada al frente, cabeza erguida y boca semiabierta. Mirando hacia abajo, en la calle la gente caminando. Solo el imaginar que de estar unas plantas más abajo podríamos ser vistos me excitaba más. Lo oí rebuscar en su bolsa y acercarse a mi. Se arrodilló y desde atrás me colocó una pinza en cada pezón unidos por una cadena fría.
-Mírate –Me dijo y me miré a través del reflejo del cristal. Recogió algo a su lado y me lo enseñó a por el reflejo. Era una cola con un plug anal, uno de mis juguetes favoritos. De verdad le había gustado mi sorpresa. Un suspiro de anelo me hizo estremecer. –Lámelo –Dijo acercámdoselo a los labios. Lo lamí como si fuera Él. –Muéstrame lo que es mío.
Alejándose un poco apoyé las manos en el suelo, separé las piernas un poco más y alcé el culo, luego apoyé mi cara en el piso, las pinzas en mis pechos se movían… una posición completamente expuesta. Me estremecí al sentir sus manos en mis nalgas irritadas, volvió a darme dos azotes más en cada nalga para luego comprobar lo húmeda que estaba. Humedeció el plug con mi humedad y luego introdujo un dedo en mi sexo mientras con el pulgar estimulaba el clítoris. Me estremecí por lo repentino del placer haciendo que me apartara un poco, otro azote me previno de que no lo volviera a hacer. Por lo que me dediqué a dejar de pensar y solo a sentir. Era lo que se esperaba de mi y era lo que quería hacer. Estaba en Sus manos y eso era todo lo que tenía que pensar. Con cuidado introdujo el plug en mi culo justo antes de que dijera que estaba a punto de correrme. Paró inmediatamente de moverse y me advirtió con su silencio. Lo contuve justo a tiempo.
-Arrodíllate y gírate hacia mi. –Tras levantarme la cola de peluche hacía que el plug se moviera agradablemente estimulándome. Tenía la respiración acelerada… Justo en frente a mi cara tenía su miembro, miré hacia el suelo y me mantuve con las manos sobre mis piernas. –Lámeme. –Iba a cumplir su orden cuando me detuvo bruscamente. –Espera. –Se separó de mi y buscó algo en su bolsa. La colocó entre mis piernas. Unas bolas chinas. –Quieta. –Las introdujo una a una en mí, y mi sexo tembló. Me masturbó por unos segundos con sus dedos sobre mis labios y clítoris haciendo que las bolas se movieran dentro de mi. Se levantó. –Ahora lámeme bien.
Y vaya si lo hice, siempre como a Él le gusta. Incluso cuando se volvió brusco y profundo fui complaciente. Las bolas chinas en mi sexo y el plug en mi culo me hacían gemir por cualquier tontería. Tuve que parar de lamerlo en una ocación para contener mi orgasmo y su mirada de aprobación me llenó el alma. Cuando Él lo creyó convenientemente hizo levantarme, me sostuvo cuando me tambaleé. Mis tobillos se resintieron por el tiempo arrodillados. Me apoyó cobre la ventana y me ordenó mirar. Gracias a la tenue luz de la habitación y a que era de noche el cristal parecía un espejo. Ví cuando se arrodilló detrás de mi, y cuando deslizó su mano por mis medias hasta la curva de mi culo. Tiró un poco de la cola solo para hacer moverse el plug dentro de mi y luego me sacó las bolas chinas. Las tiró a su lado, comprobó lo que era suyo y mi humedad era por y para Él. Se levantó, pasó una mano hacia mi sexo y apoyado sobre mi me dio a probar mi sabor de sus labios. Todo mi cuerpo templaba. Me sentía una perra. Deseosa por complacerlo, que me diera su aprobación y que me usara como quisiera.
Tiró de mis caderas apoyándome sobre el cristal y se introdujo en mi sexo lavantándo la cola. Mis gemidos salían sin control mientras azotes caían sobre mi culo, la cadena de mis pechos se balanceaba haciéndola notar y el plug en mi culo ejerciendo una presión aun mayor, haciendo que todo fuera muy intenso con la música del piano de fondo. Me levantó la cara y me recordó que debía mirar, que como la perra que era debía obedecer y que mis orgasmos eran suyos. No me dejó correrme hasta que a Él le pareció oportuno y yo se lo supliqué. Mi culo escocía por los azotes, mis pechos supersensibilizados y mi cola alzada lo veía todo a través del reflejo del cristal nos veía juntos, mis pechos, mi sexo húmedo por Él y Su sexo entrando y saliendo de mi, la cola sobre mi espalda alzada como lo haría la cola de una verdadera perra, como un animal. Veía como tiraba de mi pelo y me besaba el cuello, como su expresión decía lo mucho que le gustaba como estaba utilizando mi cuerpo. Su mirada se encontró con la mía en el reflejo, siguió follándome duro sin apartar su mirada. Le supliqué que me dejara correrme y esta vez me lo concedió. El orgasmo fue tal que se me doblaron las piernas pero Él siguió follándome sosteniéndome hasta que por fin se corrió. Nos apoyamos en la ventana que estaba fría por la temperatura del exterior y empañamos el cristal con el calor de nuestros cuerpos. Él aún dentro de mi, con la cola aún puesta se entretenía acariciándome el clítoris hinchado. Necesitaba un descanso, los ojos se me cerraban. El orgasmo había sido sin duda el mejor de mi vida pero me había dejado sin fuerzas.
Se despegó un tanto de mí, me alzó en brazos y me llevó a la cama. Con cuidado me dejó en la cama y me quitó las pinzas, lanzando un gemido de dolor al volver la sangre a circular por mis pezones los besó y mordisqueó luego me quitó los tacones, los ligueros y las medias. Me tapó con las sábanas blancas y se desnudó Él también. Solo el roce de las sábanas ya me resultaba incómodo en las nalgas por los azotes, no quería pensar en sentarme… Mm… Pero sí que me resultaba estimulante. Yo no había olvidado el plug que aún llevaba puesto, parecía que Él sí.
-Mi Señor aun llevo la cola puesta. –Le recordé cuando se acostó a mi espalda.
-No la he olvidado mascota. Está donde debe de estar. Ya usaré esa parte de ti mañana, ahora estás demasiado cansada. Duerme. –Dijo colocando una mano sobre mis pechos hinchados y su sexo rozando mi maltratado trasero.
Estaba deseando que se hiciera de día.