Llevaba unos minutos dándole vueltas, de pie bajo el chorro de la ducha. Lo tenía que ir asumiendo, lo quisiera o no... era su esclava. ¡Que irónico! A fin de cuentas era la letra pequeña de su contrato: Él cuidaba de ella... y ella de él. Y eso no dejaba de ser una relacion reciproca, que dentro de la distancia, los colocaba en cercanía por el lazo sentimental que los unía. Y ella la firmó sin darse cuenta, ni de que existía, ni de que estaba firmando.
Cerró el grifo, más por las facturas que por deseo de salir de allí, para buscar su reflejo en un espejo velado. Sus ojos marrones se contraron con los del otro lado. ¿Quién era, y qué era, aquella mujer que le desafiaba con la mirada? ¿Era una o eran dos? ¿Una reia y la otra... lloraba? ¿Hacian ambas las dos cosas a la vez? Dos golpes la sacaron de sus pensamientos.
- ¿Está todo bien, Mi Señora?
Quizás le despachó con demasiada dureza. A decir verdad, él no había hecho nada malo. Se envolvió en el albornoz con media sonrisa esbozada en la cara. No era extraño que pasara momentos sola, o que quisiera quedarse bajo la ducha un ratito. Pero lo cierto es que llevaba unos días seria, nerviosa, y nada de lo que él había hecho para intentar que durmiera había dado resultado. La batalla se libraba dentro de ella, y él solo podía esperar pacientemente a que terminara. Se quitó la humedad del pelo con una toalla antes de salir.
Para su sorpresa encontró ante la puerta una taza del "té de la ducha", el Chai con especias, dos cucharadas de azucar moreno (sin remover) y un chorrito de leche. Sonrió. Parecía una petición silenciosa de tregua para consigo misma. La suerte estaba echada, debia saltar. Lo cogió y caminó descalza hacia el ventanal del comedor. La del otro lado se sentía también rendida a la evidencia. Fuera, poco se veía del exterior, todo vestido de gasa blanca. Abrió y salió, solo para recibir "la fresquita" del amanecer. Respiró hondo un par de veces, antes de hablar.
- Ven, abrazame.
No necesitaba girarse a mirarlo, sabia que estaba ahi. Invisible y silencioso, pero siempre vigilante. Mano sobre mano, mano sobre té. Su respiración en la nuca y un peso en el pecho, lleno de petricor. Tragó saliva, no quería saltar.
- Yo tambien, Mi Señora -fué lo unico que dijo él en el silencio, antes de darle un beso en el pelo- yo también.
Cerró los ojos y sonrió.
(Solo un pensamiento que tenía que sacar... curiosamente titulado como mi otro blog, jajajaja...)
El Muro