Él era el desafío, el reto. La m
irada traviesa con sonrisa de duende que la tentaba dos veces por semana. Y la amaba. Él era lo correcto, lo aceptable. El futuro estable y predeterminado. Él era el suspiro con sabor dulce. Indomable independiente que no dudaba en sacar las uñas si desconfiaba de ella. El que en las noches de luna llena se moría por atarla al cabecero de la cama y no soltarla hasta el amanecer, y pese a confesarlo valientemente sabía que ella jamás se lo permitiría, sin saber que era justo lo que ella querría hacer con él, y que no lo hacía por que sabía que su masculinidad se vería quebrada.
Él era la entrega, la confianza. La devoción absoluta con la que siempre podía contar. Y la amaba. Él era lo prohibido, lo rechazado. El futuro secreto inconfesable. Él era el suspiro animal que se arrodillaba ante ella. Por terminar de domesticar y que jamás le levantaría la voz, pues confiaba plenamente en ella. El que cada noche bebía los vientos por que ella le dedicara una palabra, una caricia o algo más, y que pese a no decirlo sabía que quedaba patente en todos y cada uno de sus actos respecto a ella, sabiendo que tarde o temprano siempre llegaba el momento en que ella le sonreía, estudiandolo por enesima vez de arriba a abajo, como siempre que iba a comenzar a tejer su red alrededor de él.
Y ella... Ella estaba en medio, gritando esta canción por dentro bajo la lluvia en plena noche mientras se movía a paso rápido hacia casa.
https://www.youtube.com/watch?v=SeZuqbtx4is
El Muro