En aquellos años, todavía vivía en un mundo de fantasías imaginarias, mi propio mundo. Un mundo de ilusiones creado por mí misma, un mundo tan irreal como inexistente. Un mundo del que un día desperté y entonces descubrí el significado de la palabra "morir".
Solía tomar café con todo tipo de hombres, me gustaba hacerlo, me sentía bien, era como estar subida en una suave nube de algodón de azúcar. Algunas veces terminaba con alguno de ellos en frías habitaciones de hotel, donde la mayoría de ocasiones ni siquiera alcanzaba el orgasmo. Ellos eran todo lo que tenía, ahora sé que era muy poco, pero entonces me parecía mucho. Sin embargo, muchas noches, mi cabeza no dejaba de pensar. No recuerdo exactamente las veces que mi almohada recogió mis lágrimas.
El día que apareció él, todo cambió, y tras él, el resto de ellos. La primera vez que me habló ya noté que era alguien diferente, no sé cómo explicarlo, pero fue como un soplo de aire intenso en mi vida. Era el único en aquella página de amistad, que hablaba de aquel modo tan distinto, parecía venido de un lugar oscuro y tenebroso. Pasé unos meses a su lado, fantásticos, de descubrimiento, en su ausencia no hacía más que pensarlo.
No es que yo no lo quisiera, estaba muy bien, era feliz, pero en aquellos años era una mujer todavía más curiosa de lo que soy ahora. Ese fue el motivo por el que un día decidí desatender sus consejos, bueno, sus órdenes, y me registré de incógnito en una página tan oscura y tenebrosa como él, a mirar y a informarme. ¿Qué podía perder? Nada. Total, no se iba a enterar. Aquella página me pareció maravillosa, estaba repleta de hombres como él. Con el tiempo me di cuenta que no eran tantos los que se le parecían, pero sí algunos, y también me di cuenta de que no todos los hombres de aquella página buscaban lo mismo, ni todos eran lo que decían ser. Poco a poco fui diseccionando los perfiles que me interesaban y en pocos días ya tenía creados tres diferentes, y en cada uno de ellos, un Amo distinto con el que jugar. No quise que ocurriera, fue sin querer, pero ocurrió, mi mente primero se enturbió y luego se perdió, envuelta en psicológicas ilusiones y confusos deseos.
Recuerdo perfectamente aquel día. Recuerdo su sonrisa y su mirada penetrante, clavada en mis ojos. Traía una rosa en la mano, que depositó frente a mí, sobre la mesa. Recuerdo perfectamente sus palabras: “Debes marcharte, debes emprender un largo camino de autodescubrimiento, sola, donde te construirás o te destruirás a ti misma. Yo no quiero ser ciego cómplice y testigo en ese viaje, ni evitártelo. Hoy me despido de tu piel y tú de la mía. Tus ojos me hablan y no debo esperar a que me escupan. Haz las maletas y vete inmediatamente, esta tarde ya no te quiero en mi casa. Esta rosa es para ti.” Luego me dio dos besos y me acarició suavemente la cabeza. En aquel momento me enfurecí, le dije de todo mientras él, pensativo, me miraba fijamente sentado en su butaca. Cuando terminé de desahogarme, añadió algo que entonces no entendí: “No me has traicionado a mí, te has traicionado a ti misma." Yo lo negué rotundamente y lo acusé de imaginar lo inexistente. Noté como se esforzaba en disimular normalidad mientras yo definía como patético su discurso. Él seguía hablando desde la serenidad pero en algunos momentos le temblaba la voz. En tres horas recogí mis cosas y salí con mis dos maletas llenas, dejando un portazo tras de mí. Nunca supe como lo descubrió, ni siquiera tengo la certeza de que lo descubriera, pero en ningún momento dejó de repetir que eran mis ojos y mi piel quienes le hablaban. No volví a tener noticias suyas. Recuerdo haber vivido aquella despedida con una sensación extraña, mezcla de confusión y tristeza primero; y de alegría y liberación después. En dos meses me olvidé del que había sido mi primer Amo. Lo borré casi por completo de mi mente.
Inicié trato y acepté de inmediato como mi nuevo Amo a uno de los Amos con los que había estado hablando asiduamente en aquella página. Dejé de hablar con los demás, excepto con uno, con el que seguí manteniendo conversaciones paralelas y jugando virtualmente en secreto por msn, ahogando mis ratos de soledad, aprovechando los excesivos silencios que me regalaba mi Amo. Con el tiempo supe que el exceso de silencios no eran necesarios para mi educación y sí para que él pudiese atender a otras sumisas de las que nunca tuvo el valor de hablarme con claridad. A pesar de eso, al principio todo fue genial, mi Amo y yo parecíamos estar hechos el uno para el otro. No paraba de azotarme y enseñarme en el dolor, hasta que un día desperté y me di cuenta de que él no era quien yo creía y que yo no estaba mejor de lo que estaba antes de haberlo conocido. Todo se derrumbó de golpe como un castillo de naipes. Al poco, mi almohada volvió a recoger mis lágrimas.
Entonces empecé una breve relación con el Amo con el que había estado jugando en el msn. Pronto me di cuenta de que él no era como los dos anteriores y que una cosa era el chat y otra la realidad. Tras él, pasé una temporada sola, regresé un tiempo a las relaciones vainilla y de ahí de nuevo al BDSM, y tuve algunas breves citas con algunos Amos, pero no me terminaban de convencer. También me planteé hacerme Ama, y en mis ratos de aburrimiento, sometía por internet a jovencitos y a señores muy mayores, me masturbaba viéndolos desnudos, pero también me cansé de eso. Fue entonces cuando empecé a sentirme mal y comencé a tomar pastillas para el insomnio, que todavía sigo tomando. Me encerré un tiempo en mi misma, me rodeé de amigas y cambié algunos de mis hábitos. Me apunté a un gimnasio, me inscribí en una academia de música y me compré unos patines, que solo usé dos veces.
Quizás porque nada ni nadie me llenaba, un día, un día cualquiera, no recuerdo que día exactamente, quizás por aburrimiento, volví a pensar en él, en mi primer Amo, así de repente y sin aviso. Al principio eran pensamientos sueltos, sin importancia, pero tras unas semanas, su imagen ya estaba instalada en mi cabeza. Mi mente cambió de golpe y fue entonces cuando me di cuenta que él había sido el único, no sabría decir qué..., ya que ni yo misma lo sabía, ni le encontraba explicación, pero empecé a sentirlo el único en algo, ¿el único en qué? , quizás el único que realmente me quiso, quizás fuese eso, no sé, quizás fuese el único en otra cosa, pero lo sentí de un modo distinto. No sabría cómo explicarlo. Quise quitármelo de la cabeza, borrarlo de mi pensamiento, pero cuanto más lo intentaba, menos se iba. Habían pasado años. Me preguntaba que habría sido de él y fue entonces cuando empezó a convertirse en una especie de obsesión.
Lo intenté varias veces, pero siempre borraba lo escrito y lo reescribía, y lo volvía a borrar. Pasaron unas semanas hasta que llegó el día en el que escribí lo que ni yo misma pensé jamás poder expresar. En esta ocasión tuve el valor y el impulso necesario para mandarlo antes de borrarlo. Segundos después ya estaba asustada y arrepentida. El título de aquel correo electrónico era “Volver”:
“Hola, no sé qué decirte, me siento rara la verdad. Entiendo que no confíes ahora en mí, que me trates con más o menos indiferencia y que me pongas las cosas difíciles, pero.. incluso así, e incluso conociendo tanto a las mujeres como sé que nos conoces, no creo que me puedas comprender ahora, como me siento. Es como cuando te arrepientes de algo, de algo que has hecho mal, que te has equivocado en una elección, porque no lo has pensado bien, porque te has dejado llevar, o incluso no sabiendo el porqué, y lo ves todo tan difícil, hasta el volver, porqué también creo que no será igual, .. en fin. Y claro, borrón y cuenta nueva nunca se puede hacer, porque sabiendo y viviendo lo vivido ya… pues, es más difícil ahora, es lógico. No sé, vuelvo a ponerme en tus manos, me dejo otra vez a ti, tú me dirás si puedo o no puedo, incluso siendo difícil y más duro y costoso para mí ahora, si me das la oportunidad es porque quieres dármela y yo encantada la intentaré aprovechar mejor que la primera (si crees que por mucho esfuerzo no te voy a poder recuperar, dímelo, también lo entenderé sabes). Las segundas oportunidades a veces funcionan mejor. Un beso.”
Tras mandar aquel mensaje, suspiré y pedí al cielo una respuesta, fuese la que fuese con tal de no vivir en la incertidumbre de no saber si lo habría leído o no. Tres días después, cuando ya me temía lo peor, recibí como contestación un escueto “Gracias.” y su nuevo número de teléfono. En lo sucesivo volvimos a hablar con relativa asiduidad, aunque me advirtió que no lo llamara con insistencia o regularidad. Sin embargo, no quiso volver a verme hasta cuatro años después, el doble de tiempo que yo había estado ausente de él. Esperé paciente el paso de esos años, conversando periódicamente con él a través del teléfono. Me explicaba cómo estaba y como iban sus relaciones, quise morir el día que me dijo que se estaba planteando tener un hijo con una sumisa con la que llevaba dos años viviendo. Aquello me destrozó y temí no volver a verlo nunca más. Tuve varios novios y rolletes durante ese tiempo y seguí acumulando fracasos. Él siempre estuvo ahí, desde la distancia, apoyándome y no paraba de decirme que necesitaba parar y equilibrarme.
Por fin llegó el día. Recuerdo perfectamente los nervios de camino a su ciudad, seis años después de nuestra despedida, y la extraña sensación que tuve en el momento del reencuentro. Cuando pienso en como sentí la frialdad de sus besos en mis mejillas, muy diferentes a la calidez que yo recordaba, me entran escalofríos. Cenamos y hablamos amigablemente, no estaba enfadado, ni serio, tampoco tan sonriente como yo lo recordaba, pero sonreía. No había envejecido mucho, pero su mirada no era la misma.
En los postres todavía no me había respondido… y entonces se lo pregunté de nuevo: ¿quieres retomar conmigo? Su contestación ahora sí fue tajante: “No puedo, no te siento de forma adecuada. Me gustaría que fuese de otra manera, pero no puedo sentirte como me gustaría. Lo lamento, pero lo que siento no sé lo que es, pero no es bueno. No es lo que debería sentir, es mucho más oscuro, violento y atroz, y no quiero explorar esas salvajes y turbias profundidades de mi psique, no quiero dejar de ser el Amo y persona que siempre he sido.” Al escuchar aquello, un escalofrío impregnado de sudor me recorrió el cuerpo, dejando un reguero de humedad en mi entrepierna. Me costaba comprender que prefiriera estar solo que retomar conmigo.
La despedida fue fría, tanto por mi parte como por la suya. Me hubiese gustado abrazarlo, pero no fui capaz, sentí como si necesitara pedirle permiso para hacerlo. No me atreví y él tampoco me facilitó el acercamiento físico. Al año siguiente nos volvimos a ver y en esta ocasión si me regaló el abrazo que llevaba tantos años deseando. Únicamente fue un abrazo, pero sentir sus manos en mi espalda me supo a todo. No hace demasiados meses que lo volví a ver y le dije lo que muchas veces le he escrito por whatsapp: “Si tú me dices ven, lo dejo todo”. Cuando le hablo de dejarlo todo, me sonríe, me mira y se calla. Luego me vuelve a mirar y me dice que lo que no se siente, no puede sentirse a la fuerza, y que lo pasado, pasado está. En ese momento, cuando le escucho hablarme de esa manera, con esa dureza y distancia verbal, tan distinto a como yo lo recordaba, siento como una invisible daga se me clava en las entrañas y me parte en dos. Ahí consigue que salga toda mi rabia y mi ira, y en ese momento es cuando empiezo a vomitarle palabras de resentimiento: “No supiste llevarme, por eso me perdiste, no supiste tocar el instrumento y por eso me desvié de mi camino. Tú me perdiste. ¡Tú! Si hubieses sabido yo nunca hubiera entrado en aquella página. ¡¡¡Nunca!!! No eres tan bueno, no lo eres, tú y tu maldito ego, no sabes tanto como crees. ¿Lo entiendes? No sabes. Me perdiste porque no sabes. Tú y tú prepotencia, tu seguridad y bla, bla, bla. Con toda esa verborrea barata que todos los Amos tenéis, para al final terminar haciéndonos siempre daño. Tú eres igual que ellos, no te creas especial, ni distinto. Todos se creen especiales ¡lo sabes! Todos dicen que ellos son no sé cuantas cosas y luego no son ni la mitad de la mitad de lo que dicen. Si no lo sabías, ya lo sabes. Solo eres eso, un Amo, un simple y acomplejado hombre, inseguro y lleno de miedos, que precisa de esa careta de Amo para ocultarlos. En el fondo me das pena, mucha pena.”
Su respuesta a mis palabras fue muy serena: “Si te hubiese perdido no estarías aquí, así que no fui yo quien te perdió, fuiste tú quien me perdió a mí. Han pasado muchos años, has conocido a otras personas, has estado con varios Amos, con otros simplemente has probado, pero has hablado con muchos. Sin embargo ninguna de esas personas ha podido evitar que estés aquí. He quedado contigo varias veces y podría haberme negado, podría haberte dicho muchas cosas hirientes y me las he callado porque tú ya las sabes y no necesitas que te las repitan, podría haberme aprovechado de tu situación para usarte a mi antojo, hoy sí, mañana no, pasado quizás, creándote una destructiva adicción, pero me he limitado a escucharte, procurando entenderte. No voy a dejarte tirada, pero no puedes pedirme nada. Te quise pero ahora es imposible que te pueda volver a querer. Lo siento. Si quieres mi amistad, la tomas. Si no la quieres, también lo entenderé.”
Ese día volví a agachar la cabeza y desde ese día, siempre que me habla de ese modo se la agacho, como la agaché hace muchos años pero, a diferencia de entonces, ahora lo hago a cambio de su amistad y de dos o tres citas gastronómicas anuales. Es extraño que ahora que solo somos amigos y que no compartimos ningún tipo de intimidad, lo sienta más que cuando era mi Amo.
Así es la amistad que mantengo con él. Pronto volveré a recorrer 130 km de día y otros tantos de vuelta, de noche. Pronto volveré a "morir", a causa del dolor que un día decidí infringirme a mí misma, por deseo... propio. Pronto volveré a sentarme con él a la mesa, con la esperanza de que algún día su compañía no acabe cuando termine la cena. No tengo expectativas, sé que volveré a escucharle decir "no bebas mucho vino que has de conducir", pero no pierdo la esperanza. Es lo único que conservo. Eso y lo que siento. Algunas veces pienso que yo misma soy la responsable de encontrarme en esta situación y que me la merezco. Pensar eso me da placer, imaginar cómo me castiga y somete de la forma más cruel posible me enerva la sangre. No sé si él no vuelve conmigo por qué sabe que si vuelve mi placer y deseo desaparecerá, o simplemente no lo hace por qué cuando me dice que ya no me quiere, que ya no me siente, que ya no tengo cuerdas que afinar por qué se rompieron todas, me está diciendo la verdad.
Quizás todo sea verdad.
NOTA: La documentación que aparecerá en este blog, tanto gráfica como escrita, es posible gracias a la generosidad de las personas que me la regalaron o mostraron, mientras era su Amo (y pareja la mayoría de veces) o incluso una vez había dejado de serlo. Mi compromiso y la palabra que di a esas personas fue que nunca una de mis publicaciones las perjudicaría o comprometería en nada. Asumí la responsabilidad y el compromiso de anonimizar todo el material tratado, susceptible de ser mostrado o publicado, exclusivamente a título informativo, literario, pedagógico, con finalidades creativas o a modo de ejemplos ilustrativos.
El Muro