Mirarte. Mirar tus ojos. Mirar tu cuerpo. Mirarte por dentro. Por fuera. De norte a sur. De este a Oeste. Ahora. Después. Siempre. En silencio. A gritos. Con lágrimas. Con ternura. Con dolor. Con alegría. Con lujuria.
Pestañear. Y volver a mirarte. En la obscuridad. A la luz de una vela. Bajo los rayos del sol. A la sombra de un castaño. A la orilla del mar. En la cima de la montaña más alta. En tu dormitorio. Aquí y allá.
Respirar profundamente sin dejar de mirarte. Arrodillada. Tumbada. Entregada. Acurrucada. Sentada. Erguida. Acompañada. Sola. A mi lado. A mis pies. Entre mis brazos.
Mirarte más. Vestida. Desnuda. Recién levantada. A punto de acostarte. Peinada y despeinada. Empapada de sudor. Helada de frío. Cuando duermes. Despierta. Enferma. Sana. Cansada y descansada.
Pestañear de nuevo y mirarte otra vez fijamente. Mientras comes. Cuando te vistes o desvistes. Cuando te bañas. Cuando mimas a los enfermos. Cuando te enfadas y aprietas los labios. Cuando me lees un libro.
Seguir mirándote para no perder nada de ti. Si dibujas. Si escribes tus cuentos. Si te apasionas. Si juegas con tus gatos o los regañas. Si te maquillas o desmaquillas. Si te ríes o lloras.
Y continuar mirándote, y no dejar de hacerlo nunca. Para protegerte de todo. Para cuidar de ti. Para serenarte. Para descubrirte por dentro. Para cogerte en brazos si te cansas. Para guiarte cuando te pierdas. Para hallarte si te alejas.
Mirarte. Mirarte siempre. Cuando estás o no estás. Mirarte sin parar. Mirarte sin descanso.
El Muro