Al principio no piensas en ello, incluso lo recuerdas como algo anecdótico. Hasta que un día te encuentras imaginando una situación, sintiendo como el calor empieza a crecer dentro de ti. Más tarde se acrecienta la fantasía, a lo mejor resulta más profunda, menos "vainilla"... Puede que sea más nítida, la imaginación se va desbordando.
Cualquier cosa te recuerda a ello, una situación cotidiana resulta tan excitante como una caricia. Piensas que en cualquier momento puede suceder, que todo se va a parar para que tu calor sea sofocado. Tratas de pensar con lógica pero ansías que alguien, quizá alguien concreto, te calme tus ansias.
Llegado un extremo, tratas de aliviarte sin ayuda. Por el momento vale...
Pero al poco regresa, más fuerte si cabe. Quieres sentirlo, quieres placer, quieres cumplir esa fantasía que te carcome, fruto de una mente consumida por las ganas.
Con suerte consigues un buen alivio, que te hace olvidar por un tiempo. La llama se ha apagado pero aún queda una brasa. Porque, llegado el momento, volverás a pensarlo, una nueva fantasía crecerá o se juntará con la anterior.
Y eso es lo que te hace seguir, eso es lo que sientes que te distingue de los demás. Las ganas de lo que te dicen que está mal, pero que es el impulso de tu vida.
Empiezo a creer que el resto no conoce esta experiencia, ¿cómo vivir sin una fantasía que te mueva, sin las ganas de satisfacer la curiosidad innata?
Y al final descubro que es algo que no se puede evitar, por mucho que lo intente... Nos lleva, nos condiciona...
No se puede vivir sin él... El deseo de vivir, vivir tal y como deseamos vivir.
El Muro