Aquel día amaneció triste y húmedo. La niebla ahogaba el verde del paisaje y la sonrisa plácida del sol. A mi corazón recién levantado se unió sin permiso una melodía que se coló por la ventana, llorando a coro con la lluvia que tímidamente empezaba a caer del cielo. Poco a poco, sin darme cuenta, se me fue inundando el corazón de una melancolía extrema. Fui al cuarto de baño y mientras me afeitaba dejé de ver mi cara, y vi la suya reflejada en el espejo. Dibujé su nombre lentamente sobre la superficie empañada, como lo haría un sonámbulo ensimismado en un sueño perdido. Y de repente, me vi transportado a un mundo donde pude acallar mi hambre de ella:
Sentado en el asiento de su coche, dibujaba ahora con mi dedo un corazón húmedo sobre el cristal empañado por el calor de nuestros cuerpos. Carolina conducía atenta y serena. Su rostro desprendía una luz que iluminaba todo aquello que nos rodeaba. Yo me quedé mirándola fijamente durante varios minutos, sin pestañear y en silencio , como aquél que contempla fascinado el mayor de los milagros, como un barco atento al faro que le guía. Y una caravana de sensaciones empezó a recorrerme lentamente hasta formar un gran atasco en mi pecho. No sabría definirlas, sólo sé que se frenó en seco el tiempo. Atrapé ese instante infinito que era solo mío y lo estiré inconscientemente como una goma, saboreando lentamente sus segundos. Podría caber una vida entera en él. Me vi bailando con Carolina en una habitación iluminada con velas, bajo la lluvia del invierno empapados de deseos, sobre la arena de la playa compartiendo el sudor de nuestros cuerpos,... Tuve tiempo de contar a su lado una a una las estrellas del cielo. De amarla lentamente una y mil veces hasta llegar a fundirme por completo con su alma, y descubrir los secretos más ocultos de su cuerpo ... Sentí sus lagrimas en mi pecho y su risa en mis oídos... Viví a su lado los celos, la añoranza, la entrega total, la confianza sin limites, la pasión, la sorpresa, la lujuria, el amor más sereno..., todo en un instante...
-Piiii, piiiiiii- una ráfaga de pitidos disparada desde un coche que venia de frente a nosotros se coló de repente en mi cabeza. Fusiló sin avisar mi sueño y me devolvió de golpe al mundo real. Volví a ver mi cara en el espejo y me di cuenta que era el timbre de mi casa lo que estaba sonando. Con paso lento y decepcionado, con la sensación amarga propia de aquél que ha tenido un tesoro que ha dejado escapar entre sus dedos, salí del cuarto de baño y me acerqué a la puerta dispuesto a abrir.
-Quién es? - pregunté desilusionado.
-Carolina - contestó una voz dulce al otro lado de la puerta.
El Muro