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    Tener fe en tu Dominante conlleva no tener miedo

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    Mi primer sometido es mi control, siempre está a mi servicio

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    Manejar el silencio es más difícil que manejar el látigo

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    Mi alma necesita tanto mimo como mi cuerpo castigo

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    Después de una sesión, la mano que te domina te debe acariciar

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    El precio de Dominar es la responsabilidad

Blog de fetslve

Desnudo, de rodillas, con muñequeras y tobilleras, erguido, los brazos a la espalda, la mirada baja, fija en un punto indefinido del suelo, mis piernas sienten el frío suelo, mi respiración excitada, esperado, siento la emoción y el nerviosismo en el estómago, la entrega contenida, el deseo por desatar, por entregarme, brilla en mis ojos la dicha al recibir la más cruel de las torturas, Su más recta disciplina, catalizarla y disfrutarla, ser poseído por Ella, mi Señora. Siento que soy Suyo, desde lo más profundo de mí ser hasta el último de los poros de mi piel, mi mente es Suya, mi cuerpo es Suyo, Le pertenezco.

Mi Señora entra en la habitación. Se acercan Sus tacones hacia mí, mis manos sudan, los nervios y el deseo a flor de piel, se pasea a mí alrededor, me mira, me observa, me contempla con deseo, porque sabe que Le pertenezco, que soy completamente Suyo. Esa es la conexión que nos une, la invisible cuerda roja entre nuestras mentes, el mismo pensamiento, el mismo sentimiento, ambos sabemos que Le pertenezco totalmente. He dejado de ser esa persona que era, para sentir que mi cuerpo, mi mente, mi alma… no me pertenecen, sólo van a pertenecer a mi Señora.

Comienza a deslizar la fría lengüeta de piel de la fusta sobre mi cuerpo, sobre la espalda, las nalgas, las piernas, me demuestra quién manda, quien tiene el poder ahora, puede hacerme lo que quiera, estoy en Sus manos, ya no hay marcha atrás, posee a mi voluntad y sólo Sus decisiones serán ley. Con suaves toques de fusta sobre las piernas, pero sin decir nada, me ordena que separe las piernas, me abro, estoy disponible, dispuesto, expuesto y ofrecido. Ser Su sumiso no es una decisión, ni siquiera una elección, es un sentimiento tan profundo que me desgarra, desde el interior de mi alma, para no volver a ser jamás aquel quien antes fui, solo ser aquel quien Ella desea que sea.

Mi pene está desnudo,  sobre el frio suelo, y con las suelas de Sus zapatos de tacón, lo roza, lo pisa con cierta fuerza, me estremezco y gimo con dolor, tiemblo, contengo mis quejas, y suspiro cuando lo libera de la presión de la suela.

Se agacha a mi altura, me ajusta el collar de cuero y noto Sus suaves, deliciosos y crueles dedos que me rozan, apretándolo, cerrando la hebilla sobre sí misma,  y engarzando un mosquetón en la anilla, dejando la cadena colgando para cuando estime oportuno tirar de mí como Su propiedad.

- A cuatro patas -me ordena- Lámeme y bésame los pies.-

- Sí mi Señora, muchas gracias –contesto.-  

Mi cabeza desciende hasta los empeines de los pies y comienzo a besarlos y lamerlos como si la vida me fuera en ello, apasionadamente, demostrándole cómo la deseo, lo feliz que me hace poder mostrarle mi abnegación y adoración. Lamo los empeines, la planta de los pies, por los lados, por debajo, beso los tobillos, deslizo mi lengua por las piernas y vuelvo a descender, para lamer los dedos uno a uno, y luego succionar cada dedo, lamer entre cada dedo apasionadamente, cada uña, primero un pie… luego el otro, siguiendo la fusta, con la que me va señalando en qué zona debo lamer, a qué pie debo prestar atención, y a qué zonas debo regresar para seguir adorándola.

En un momento dado, poniéndome la fusta en mi cara, me hace un gesto para que me detenga, pone la fusta en el suelo, indicándome que pegue la cara al frío suelo, extienda los brazos frente a mí y me quede quieto. Me mantiene de rodillas, con la cara en el suelo y el culo ofrecido y dispuesto. Se coloca detrás de mí y con un par de fustazos en la parte interna de los muslos me obliga a abrir bien las piernas y dejar las rodillas bien separadas.

Noto como pasea la fusta por mis nalgas, primero una, luego otra, dando pequeños lengüetazos que levantan pequeños escozores, hasta que zas! sin esperarlo, me suelta un primer fustazo. Zas, un segundo fustazo en la otra nalga. Comienza a alternar fustazos en cada nalga, uno tras otro, cada vez más fuertes, también entre los muslos, mientras poco a poco, tras cada grito, tras cada gemido, tras cada suspiro, el escozor crece, la zona comienza a calentarse, y aunque no puedo ver mi trasero, siento e imagino como enrojece, se sensibiliza y escuece.  Para un momento para deslizar Sus tersas y dulces manos por mis nalgas, me estremezco de dolor, y de placer, suspiro y tomo aire, intento asumir el castigo durante la pausa, catalizarlo, somatizarlo, pero no me da tregua, cuando quiero darme cuenta… zas, zas, zas, zas, zas… continúa, cada vez más duro, más seguido, con más fuerza, descarga toda la palanca de Su brazo sobre mi trasero, la fusta estalla sobre mi piel ferozmente, se dibujan en rojo los lengüetazos, el ardor es insoportable, es cada vez mayor, aprieto mis ojos para contener las lágrimas de dolor, lanzo gemidos y suspiros de desesperación, siento el escozor, los mordiscos del cuero sobre mi piel, hasta que para de nuevo, y me acaricia las nalgas, mientras doy un respingo al notar Sus dedos sobre mi piel ardiente, y me consuela los lloriqueos, aunque sabe, que al tiempo, siento el mas inmenso placer hacia Ella al entregar todo mi dolor, ansío sentirlo más y más, en mi piel, y que, al finalizar los duros azotes, Su marca permanezca sobre mí como el más preciado regalo.

Decide coger una de las velas que alumbran la estancia y sorprendiéndome, comienza a regar cera sobre mis nalgas, sobre mi espalda, sobre mis muslos y mis brazos. Disfruta cuando el calor de la cera caliente quema momentáneamente mi piel, con una punzada de calor, sobre las marcas de los azotes anteriores, y goza con mis gemidos, de dolor y placer, comienza a humedecerse con la visión de Su sumiso a Sus pies, al saberme Suyo, a Su merced, dolorido, excitado y entregado a mi Señora.

Cuando la cera ha decorado mi cuerpo, toma la fusta de nuevo, y comienza a desprenderla con toques certeros, mientras vuelvo a gritar y estremecerme, cada lengüetazo desprende un trozo de cera, pero lo hace sobre los lengüetazos anteriores, y estoy tremendamente dolorido, se regocija con la imagen de mi entrega, con mi placer, con mi dolor, sincero y libre, limpio, y Suyo. Lengüetazo tras lengüetazo, mi piel pasa del rojo al morado, mis ojos llenos de lágrimas reprimidas, aunque acepto Su voluntad sumisamente, hasta que cesa, y secándome los ojos, me besa tierna y profundamente. La cera desprendida cubre nuestro alrededor. Mi piel amoratada. Me tira de la cadena, y la sigo a gatas. Me ordena arrodillarme sobre el asiento del sofá de cuero, de rodillas sobre él, pegando mi abdomen al respaldo, poniendo mis manos detrás de la nuca, con las rodillas separadas, ofreciendo mi trasero y mi espalda. Ahora le toca el turno a mi espalda, porque la oigo alejarse, y al regresar sobre Sus tacones, el chasquido del látigo resuena en el aire. Siento temor, mi culo amoratado palpita debido a la sesión de fusta, mis ojos se cierran y se aprietan, como mis labios, esperando que las colas del látigo trenzado, descarguen sobre mi espalda con toda su fuerza. Mi Señora quiere jugar, hace chasquear el látigo contra el suelo, varias veces, de forma que no sé a ciencia cierta cuándo notaré la descarga del mismo en mi espalda, y luego me desliza las trenzas sobre mi piel, para que me estremezca, gimoteando, sabiendo lo que me espera, me pongo tenso, a la espera, entregado. Vuelve a hacer chasquear el látigo contra el suelo, varias veces, hasta que en el momento que menos espero, zas, el primero en mis nalgas, zas, otro al suelo, pero inmediatamente zas, descarga otro sobre mí, y zas, otro en mi espalda, y no contra el suelo, sorprendido y dolorido, entre gritos, doy esos respingos de reacción a cada latigazo que tanto le excitan, y siento el escozor.  El rito prosigue, alterna los latigazos al suelo con latigazos en mi espalda, estoy sudoroso, mi espalda, enrojecida y marcada, mi respiración agitada y entrecortada, mis extremidades temblorosas, y aún así, continúa la entrega y sigue latigándome, hasta que me pierdo en mi mismo, me desgajo, me vacío, solo siento dolor y placer, escozor, entrega, y no pienso en nada más, y de mis labios surge una casi imperceptible súplica…  Mi Señora comprende que me ha llevado una vez más al límite, para y desliza Sus manos sobre mí, el trasero amoratado a fustazos, la espalda cruzada de latigazos, y sin poderlo evitar, me deslizo sobre Sus brazos, mientras me besa, mis rodillas y mis piernas temblando llegan al suelo, mi vientre se abandona en el asiento del sofá, mis brazos se abren a cada lado, sólo jadeo, me duele todo, estoy vacío y se lo he dado todo, mi Señora me besa, me acaricia, me dice que está orgullosa de mi entrega, mientras arde mi piel al sentir Sus manos, mengua todo mi ser y siento que no voy a lograr respirar hasta que me abrace, poder escuchar de nuevo Sus susurros en mi oído, ese bálsamo que es Su voz, esas caricias que hacen erizarme la piel, dolorida y ardiendo, con una simple caricia Suya, mi única Señora, a la que siento, a la que pertenezco, a la que le ofrezco mi entrega, esa intensa sensación de notar mi cuerpo dolorido, tembloroso y que me hace sentir que en cualquier momento podría explotar y desparramarme entre Sus dulces brazos.

Entre abrazos y besos… engarza la cadena de la correa en la anilla del collar y tira de mi, me obliga a seguirle gateando por la estancia hasta una mesa y una silla. En la silla hay colocada una superficie de cuero con tachuelas.

- Siéntate – me ordena. Mi trasero amoratado y dolorido se sienta en la silla sobre esa superficie, y noto las punzadas de las tachuelas.  Mis piernas todavía tiemblan. Sobre la mesa, un papel de varios folios que reconozco, ya he leído, sé lo que es, y al lado, una estilográfica elegante.

- Sabes lo que es, -me explica- lo has leído anteriormente. Es el definitivo, no el provisional que firmamos al principio. Sabes lo que supone y lo has sentido ahora mismo. Si de verdad deseas pertenecerme de verdad, y lo deseas, fírmalo. En caso contrario, puedes ponerte de pie y salir por esa puerta.
Cojo la estilográfica y firmo. No dudo. Mi cuerpo dolorido contrasta con el sentimiento que me embarga, la más absoluta dicha de sentirme por fin en Sus manos, pertenecerLe, sentir Su placer y Su Dominio, lo único que importa es complacerLa, lo único que soy capaz de sentir, la entrega y el agradecimiento hacia mi Señora, por haberme permitido llegar a este punto en mi entrenamiento y pertenecerle definitivamente.
Se aleja un momento y al minuto regresa con un nuevo collar.

- Arrodíllate. – Me quita el collar de entrenamiento y me impone un collar grabado con Su nombre y el mio.
Feliz por fin por ser Su sumiso fiel, sintiéndolo con la más sincera humildad, el orgullo de ser Suyo, y alzar la mirada, y ver el brillo de Sus ojos, Su belleza, y sentir que el único lugar del mundo donde deseo estar es a Sus pies.

fetslve

 

 

De rodillas, sentado sobre mis tobillos, La espero, mirando al suelo, las palmas de las manos abiertas, mi cuerpo mínimamente ornamentado, el frio metal rodea mi cuello, mis tobillos, mis muñecas,  preparado para sujetarlos firmemente, impasible; un slip de cuero completa mi vestimenta mínima.

La emoción del momento es la tensión de mi tronco, la tensión de mi abdomen, mi piel erizada y fría, la extraña sensación de sudor seco y frío, casi helado, irreal; los nervios hormiguean por mi piel y en lo más íntimo de mi abdomen.  Soy Su ofrenda.

En efecto, ya llega, oigo Sus tacones avanzando inexorables como el paso del tiempo en el reloj de manecillas, pero son interminables; invaden el silencio de la estancia, exiguamente roto por el flamear de las llamas de las velas que nos rodean, entre penumbras y sombras quietas en el calor de la mazmorra.

Deseo admirarla, pero no puedo alzar la vista, solo puedo imaginarla. Sus recias botas se detienen frente a mí, fijo la vista en los pequeños destellos negros que de ellas arrancan las velas flameantes de nuestro alrededor.
Las pierdo de vista, vuelven a moverse, Ella esta vez en torno a mí, imagino como mira Su juguete, caprichosa, se recrea, sabe que soy suyo.

Se inclina frente a mí y puedo intuir Sus medias de rejilla, esas que tanto me gusta recorrer tímidamente con la punta de mi lengua, y  un vestido ceñido de cuero negro. Desearía descubrir más pero no puedo, debo conformarme con lo que aparece en el campo de visión de mi mirada baja, fija, embelesada.

Sus dedos sinuosos recorren mi cara, enguantados en fino látex, para deslizar sobre mis ojos un antifaz áspero de cuero negro. Ya no veo nada, sólo podré sentir e imaginar. Un poco más abajo, esos dedos fijan una bola entre mis dientes cuyas cinchas se ajustan a la nunca. Poco a poco desciendo a Sus dominios, ni puedo ni quiero evitarlo, soy feliz en esas tierras.
Ahora Sus manos toman mis muñecas, ruidos de pequeños eslabones metálicos que unen las anillas y las juntan, otros eslabones mayores parecen descender de arriba, un clic confirma mis temores. Las muñecas comienzan a ascender, siguiendo a los eslabones que deshacen su camino.  Mis brazos siguen a las muñecas, mi tronco a mis brazos, las plantas de los pies se elevan un poco y solo las puntas rozan el suelo, mi cuerpo tensionado como cuerda de guitarra perfectamente afinada, a punto de ser tañida.
Silencio, un breve silencio. Las articulaciones comienzan a hacerse sentir, obligadas a la suspensión, estoy incomodo. Sus tacones vuelven a rondar, aquí, allá, y se detienen, y otra vez el silencio.

¡Zas! Un latigazo muerde una de mis nalgas. ¡Zas! La otra. Son castigadas alternativamente y de forma muy seguida, quizás dos látigos, uno en cada mano, la bola enmudece mis gemidos, las puntas de mis pies se retraen a cada descarga, pero deben volver al suelo para intentar seguir ayudando a las muñecas a sostener mi peso. Una y otra vez mis nalgas reciben su tortura, mientras mi piel cambia la temperatura, la adrenalina comienza a drogarme y mi mente se abandona, desconecta, mi cuerpo sólo reacciona rítmicamente entregado a cada latigazo. Descansa un rato, pero vuelve a la carga, siguiendo siempre el mismo rito, el rondar de Sus tacones, Sus dedos acariciando mis nalgas mientras me estremezco, otra vez los tacones, quizás cambie de látigo, puede que ahora sean fustas, mi mente confundida y mi respirar jadeante, la saliva descendiendo de mi boca amordazada, la tensión de mis articulaciones doloridas.  El tiempo se hace largo, interminable, dulce estancia en Sus dominios.

Cambia la rutina. Mis muñecas descienden, mis brazos se relajan, y mi cuerpo extenuado desciende, haciéndose un ovillo en el suelo, sin ser desatado, la cadena que lo sostenía dibuja un recorrido sobre mi piel sudorosa, mis nalgas arden. Ahí me quedo mientras Sus tacones se alejan y se pierden en el nuevo silencio, turbado por las velas flameantes y mi jadeo. Descanso en la obscuridad del antifaz. Quizás vuelva más tarde y pueda agradecérselo.

***

Medio adormilado, sumido en la obscuridad del antifaz y entre dos mundos, el del placer de saberme Suyo, y el del dolor que ha dejado impreso en mis nalgas ardientes, disfruto de mi condición.  No sé cuánto tiempo llevo abandonado en el suelo de Su mazmorra. De pronto, una nueva punzada en el estómago, vuelvo a oír Sus tacones acercándose.

Oigo que se detiene junto a mí, se agacha,  y me libera las muñecas y me quita la mordaza de la boca. Me ajusta una cadena en la anilla del collar y tira de mí. Me pongo a cuatro patas tambaleándome, ciego, solo guiado por la cadena estirada, la sigo, dudando si voy por el buen camino. Me da un puntapié con Su bota para que me detenga.  Oigo un ruido, parece que se sienta, y dice sólo una dulce frase “ya sabes qué tienes que hacer”, mientras acerca una de Sus botas a mi boca.

Por fin, me deja agradecerle el tiempo que ha pasado enrojeciendo mis nalgas. Mis dedos buscan a tientas la bota, para coger con ambas manos el talón y el tacón, mi lengua y mis labios se acercan y comienzan a lamer profusamente. Ella sabe que me fastidia hacerlo a ciegas, porque me deleito con la visión de Sus botas, por eso no me ha quitado el antifaz. Mi mente se revela, y comienza a imaginar cómo le cuidaría Su pie desnudo, se lo lamería con función, lo besaría, le pondría crema mientras se lo masajeo, y luego le daría laca sobre Sus uñas, roja, brillante, y pequeños y amorosos soplidos para que se secara. Si después del juego me pregunta sobre los sentimientos y pensamientos que he tenido, en virtud de nuestro contrato, deberé contarle con toda sinceridad como he dejado volar mi imaginación, y dudo que le guste que me permita estas libertades con Sus pies, pero no puedo evitarlo. Cuando se lo diga, no dirá nada, quizás sonría maliciosamente, y lo guardará en Su mente, inventará algo con ese pensamiento para otro de nuestros juegos. Ella es así, sorprendente e imaginativa, creativa.

Me hace cambiar de bota y ahora beso y lamo la otra. Y sigo pensando en Sus bellos pies. Mientras me ocupo de Sus botas, doy respingos, porque aprovecha para pasarme Sus manos enguantadas por mis doloridas nalgas, sabe que están muy sensibles, se le escapa alguna que otra bofetada sobre ellas. Aunque intento concentrarme en Sus botas, las bofetadas que no veo venir me arrancan gemidos de la garganta y la sensación de dolor y escozor parece que se extiende como una onda expansiva sobre la piel de mi trasero. Voy a estar una buena temporada pensando en Ella cada vez que me siente.

Se incorpora y vuelve a tirarme de la cadena. La sigo a tientas, a cuatro patas. Nos detenemos y me da varios estirones para indicarme que me incorpore. Me levanto, me hace girar, y noto la pared y la madera de la cruz de San Andrés. Me inmoviliza atando las muñequeras y las tobilleras a cada uno de los extremos, y quedo en cruz. Sigo sin ver nada. Se acerca a mí, pega Su cuerpo contra el mío, noto el cuero en el que está enfundada, mientras baja Su mano a mi entrepierna para jugar con ella por encima del slip, acerca Sus labios a los míos y me da un profundo beso, nuestras lenguas se unen en un abrazo casi eterno. Cuando reacciona así me hace sentir Su posesión, y me entrego, me abandono encantado. Aparta Su boca y con la mano enguantada sustituye Su lengua por la mordaza de bola, de de nuevo vuelve a ajustar a mi nunca. Esta maniobra no me la esperaba y me ha excitado mucho. Se va, oigo como los tacones se alejan, pero vuelven enseguida. Noto Su mano que vuelve a jugar con mi entrepierna, me excita Su tacto. Separa el slip de mi pubis y tira algo dentro. Un frío cubito de hielo comienza a congelar mi excitación, un intenso dolor de involución en mi miembro, gimo y me estremezco. Tira otro, y otro, los suficientes para conseguir que mi excitación involucione, desaparezca, mientras sigue masajeando la entrepierna por encima del slip para que los cubitos se deshagan sobre mi piel. Noto las gotas de agua descender por mis ingles y mis piernas, y pronto la excitación desaparece. Sigo perdido en la obscuridad del antifaz.

Al regresar, noto de nuevo que ronda cerca de mí, y justo en el momento que intuyo una fuente de calor,  la cera cae sobre mis pezones mordiéndolos con su ardor. Gimo y me estremezco. Una y otra vez noto las gotas deslizarse sobre mis pezones, sobre mi tronco, intento moverme, liberarme, pero la cruz me tiene preso. Cuando los goterones se enfrían, los arranca con Sus dedos de un estirón, no le impresionan demasiado mis gemidos, mis súplicas silenciadas por la mordaza. El tiempo ha pasado despacio y noto la piel dolorida, cuando toma una fusta y termina de arrancar los trozos de cera colgantes que quedan con pequeños golpes, haciendo saltar la cera medio suelta. Cuando considera que ha terminado, me engarza el mosquetón de la correa en la anilla del collar, me libera de la cruz. Debido al cansancio me deslizo hasta el suelo, tira de la correa y me conduce hasta una jaula, donde me invita a acomodarme. La cierra y vuelve a salir de la mazmorra. 

- Descansa. -  me dice.

En efecto, sabe que estoy cansado, siento mi piel ardiente, la máscara de cuero rodea mi cara y el antifaz sigue cegándome… poco a poco me abandono en un sopor que me invade. Sus cariños han sido duros, voy perdiendo la noción del tiempo, sólo Ella en mi pensamiento… sé que seguiré entregándome a Ella para complacerla, La adoro, porque sé que soy Suyo, que me tiene y me posee y me utiliza. Y me abandono a un sueño inevitable.

fetslve.

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