eres mía y lo sabes,
por eso te entregas por completo en todos y cada uno de los momentos.
Si rodeo y aprieto tu cuello con mis manos disfrutas de cada estertor,
si te pongo contra la pared y ensancho tu estrechez gozas por satisfacer mis deseos.
Si mis cuerdas recorren tu cuerpo las deseas como a mis brazos
pues son extensiones de mi mismo, de mi cuerpo,
que te acarician en firmes y restrictivos abrazos que marcan tu piel incluso después de haber cesado.
Marcas visibles apenas unos minutos que calan tus huesos hasta fijarse en tu ser.
Te asfixia el deseo de tu alma y yo soy el único que le devuelve la respiración.
Lo sabes, y por eso eres mía.
¿Te preguntas por qué no eras feliz? Quizás la respuesta no sea tan sencilla como para expresarla en estas líneas. Sin embargo, lo que sí es seguro es que lo que tenías no era suficiente, o tal vez, no lo suficientemente bueno. Agobiada por el trabajo y con una pareja que apenas te conocía, así eras cuando nos encontramos. Intentabas conformarte, lo hiciste durante años, pero el conformismo no es suficiente para alguien que ansía la felicidad. Pese a tu aparente libertad eras prisionera de un vacío que no conseguías llenar ¿Destino? ¿Suerte? ¿Casualidad? No creo que eso sea importante, lo importante es que te encontré cuando más lo necesitabas. Quien lea esto puede pensar que me considero tu salvador, y así es, sin embargo no fue todo fruto de la bondad y el deseo de ayudarte sino también, en parte, de mi egoísmo. Egoísmo de no ser capaz de ver algo tan hermoso consumirse como te consumías.
No lo sabes, pero recuerdo tu primera sonrisa conmigo tal y como recuerdo el momento exacto en el que decidiste entregarte a mí, ser Mía.
¿Tu primera sonrisa conmigo? En cierto café de cierta plaza.
¿Las palabras con las que te entregaste a mí? Que sean tus cuerdas las que me liberen de mis cadenas.