Aquellos ojos miel
Era una tarde lluviosa de arco iris, de esas que el sol
termina asomando anaranjado entre las cortinas. Paula colocaba las cajas en su
nuevo piso, por fin se independizaba. Para otros sería algo normal a sus 28
años, pero para ella dar ciertos pasos como ese suponían un gran esfuerzo.
Sonreía al encontrar recuerdos de su infancia entre sus pocas pertenencias.
Sobre todo al descubrir esa carta que escribió a su primer amor, y que nunca se
atrevió a darle. Acomodada en el suelo empezó a leerla con una sonrisa
nostálgica en la cara. Era tan tierna, tan dulce, y a la vez se entreveía
cierto deseo propio del despertar sexual de aquel entonces. Se preguntaba qué
sería de aquel chico. ¡Alejandro!... aquellos ojos miel, su pelo negro... No,
no había sido el guapo de la clase, ni mucho menos, solo un chico centrado
siempre en sus estudios que pasaba desapercibido. Salvo para Paula, que siempre
le miró con ojos que posiblemente nadie más le miraba. Hasta el día de dejar el
instituto habían sido grandes amigos, pero ella nunca tuvo la valentía de
confesarle lo que realmente sentía... Y al comenzar la universidad, ambos se
perdieron la pista. Paula se sirvió una copa de vino, y volvió a arrodillarse
en el suelo a seguir mirando los recuerdos de esas cajas. Pero ya no podía
prestar atención a nada, aquellos ojos miel no desaparecían de su mente. -¿Por
qué nunca me atreví a darle esa carta?, se lamentaba. En un impulso, quizás
animada por haber terminado su copa, corrió decidida a coger la guía de
teléfonos y buscarlo. No tardó en dar con el nombre y un número de teléfono, y
aún con manos temblorosas se obligó a marcarlo y telefonear. -Dígame... -ehh,
¿Alejandro?... -Sí, soy yo... -emmm. Hola, soy, soy Paula, del instituto...
-¿Paula? Pau, doña risitas. Esto sí que no lo esperaba. ¿Qué es de tu vida?...
-Bueno, estoy de mudanza y me he acordado de ti... -Ah, ¿me llamas para que te
ayude a montar algún mueble?... -Jajajaja, no tonto, solo leí algo y me acordé
de ti... -¿Ah sí?, ¿El qué?... -No, nada, da igual. Solo quería saber que tal
estabas... -Ummmm. Bueno, si quieres saber cómo estoy quizás deberíamos quedar
y te lo digo en persona... -Eh, sí, bueno, si tienes tiempo... -Claro,
privilegio de ser mi propio jefe. Quedamos a las 8 en el Café Vega, luego te
invito a cenar, así recordamos viejos tiempos. Debo dejarte ya. Un beso Pau...
Paula se quedó durante unos segundos con el teléfono
aún pegado a la oreja. Ufff! ahora a parte de las manos también le temblaban
las piernas, hacer cosas por impulso no era propio de ella. Lo dejó todo y
corrió a la ducha, quería estar perfecta y quedaba el tiempo justo hasta las 8.
Cuando faltaban 10 minutos ya estaba allí, a la puerta del café... Con el pelo
suelto, su vestido negro favorito, y los zapatos con el tacón más alto que
encontró. Estaba distraída con las luces de los coches, esperando verle salir
de algún taxi cuando notó un cuerpo pegado a su espalda y unas grandes manos
tapando sus ojos. -Me encanta que las mujeres sean puntuales, y más si vienen
tan guapas... Se dio la vuelta con tantos nervios, que rezó por no dar un
traspié. Y ahí estaba, tan cambiado y a la vez tan igual como siempre. Sus ojos
miel parecían ser más brillantes que antes, y la ligera barba que llevaba
transmitía una extraña fuerza que antes no veía en él. En la cafetería, Paula
apenas hablaba, casi todo lo decía Alejandro, salvo cuando se detenía para dar
un sorbo al café. A veces hacía largas pausas, y la miraba fijamente con una
sonrisa ladeada. Daba la impresión de poder analizarla con los ojos y cada vez
transmitía una mayor seguridad en sus palabras. En el momento de la cena, ambos
se relajaron y tuvieron la oportunidad de recordar entre risas infinidad de
momentos de la adolescencia. Al final de la noche, Alejandro se despidió con un
interminable abrazo, y susurrando con voz ronca en su oreja -Mañana te quiero
aquí a la misma hora, mi niña... Era todo tan extraño, su simpatía, su cariño,
eso no había cambiado. Pero encontraba algo raro en su actitud, algo que la
ponía nerviosa, pero al mismo tiempo que la atraía de un modo casi
incontrolable. Tuvo la sensación, que la miró toda la noche con pasión oculta,
con una especia de lascivia controlada. En ningún momento intentó besarla o
tocarla en exceso. Sin embargo sabía que la deseaba, no entendía por qué, pero
él lo transmitía constantemente, y a ella le volvía loca.
No tardaron en comenzar una relación, aunque algo
peculiar, no tenían demasiado contacto físico, pero la tensión sexual entre
ellos era constante, incluso cuando ni siquiera estaban juntos, ella la notaba.
Pasados unos días, Paula le contó por casualidad su afición por la lectura
BDSM, y él encontró ahí el momento perfecto para explicarle su modo de entender
el amor. Confesando su sentir Dominante y como el BDSM no formaba parte de sus
fantasías, sino de su vida. La relación fue mutando poco a poco, la dominación
que Alejandro ejercía sobre ella impregnaba todo su día a día. Sentía todo con
una intensidad que jamás había imaginado, hasta el aire parecía ser más puro.
Había un sentimiento que crecía dentro de ella, y no podía frenarlo, ni quería.
Había un hilo invisible que la ataba cada vez más a él, y Paula creía morir de
deseo. Necesitaba besarle, tocarle, sentirle más profundo incluso de lo
físicamente posible. Llegó a hacer lo que jamás hubiese imaginado, suplicarle
por tener sexo, ¡era de locos! Pero sí, le imploró con desesperación, como si
lo necesitase más que el agua en el desierto. Había un contradictorio morbo que
afloraba cuanto más suplicaba, se sentía avergonzada y excitada, fuerte e
indefensa... Él solo la miró en silencio, con la mano en la barbilla y el
índice apretando sus labios. Tan solo eso, la observó, la escucho, y tras darle
un ligero beso en el frente se despidió con un jadeante -Así me gusta, Mi
niña...
Dos días después de esa interminable súplica, Paula
recibió en su buzón un gran sobre. Qué raro, ni siquiera tenía sello ni
remitente... Al abrirlo encontró otros dos sobres, y una nota -Si aceptas,
quiero los dos en mi buzón antes de media noche... Le sorprendió ver que esas
cosas existiesen fuera de las novelas. Un contrato de sumisión en el que ella
decidía la mayoría de condiciones (aunque había algunas inamovibles) y una
extensa lista de prácticas. No dudó en rellenarlos de inmediato, con un
acompasado palpitar en su corazón y entre sus muslos. Trató de ser lo más
minuciosa posible, y nada más terminarlo fue casi corriendo a dejarlo en su
buzón. Con infinitos nervios, salió del portal y sintió la necesidad de
levantar su vista hacía la ventana donde él vivía. Ahí estaba Alejandro,
mirándola, aún en la distancia podía intuir aquellos ojos miel brillar con más
fuerza, y su sonrisa ladeada, parecía más pronunciada que nunca.
A la mañana siguiente, casi antes de salir el sol,
Paula ya estaba en pie, no había podido dormir mucho. Tras horas que parecieron
ser eternas, recibió una corta llamada -La montaña roja, Mi niña... ¡Caray! ni
siquiera le dio tiempo a responderle, y... ¿qué demonios era la montaña roja?
Lo primero que se le ocurrió fue poner esas mismas palabras en internet, y se
le iluminaron los ojos al ver aquello. Una hermosa casita granate, perdida en
lo alto de una montaña. Tras meter las coordenadas en el móvil, cogió el bolso
y salió apresuradamente al coche. Apenas solía conducir, de hecho le ponía muy
nerviosa y odiaba hacerlo. Sin embargo, no podría describir la seguridad con la
que condujo aquel día. El camino montaña arriba parecía no acabar nunca, cada
vez más estrecho, cada vez más baches... Cuando divisó esa casita sitió un
vuelvo en el estómago, y la alegría propia de un niño la mañana de reyes. Un
cartel en la puerta llamó enseguida su atención -¿No notas el bolso pesado?...
No pudo evitar reír al meter la mano y ver la enorme llave antigua que llevaba
dentro y de la que ni se había percatado. Pero, ¿cuándo me ha metido esto
aquí?... Le temblaban tanto las manos que no conseguía atinar en la cerradura,
y estaba tan ilusionada que hasta el chirrido de la puerta al abrirse le
pareció música de violín. -¡Dios mío!... Todo era perfecto, la inundó la
agradable temperatura de la estancia y el suave olor a incienso y canela que flotaba
en el ambiente. Las velas tintineaban por todas partes, iluminando el potro, la
cruz, el cepo... y algo que nunca había visto y parecía un enorme columpio. Los
instrumentos estaban tan milimétricamente colocados que no se atrevió a tocar
nada, aunque alguno ni siquiera sabía que uso tenía. En una esquina había un
pequeño futón, que en seguida dedujo que era su lugar. Sobre él un corset y un
antifaz de cuero. Paula se desnudó rápidamente, sin pensar, dejando la ropa
bien doblada a un lado. Mientras ceñía bien apretado aquel corset que apenas
tapaba su cintura, su corazón latía tan fuerte que parecía querer salir del
pecho. Y tras arrodillarse en el futón, colocó con manos sudorosas el antifaz
sobre sus ojos.
Pocos instantes después escuchó la puerta abrirse, y
unos pasos lentos que se aproximaban. Lo siguiente que notó, fue un collar
abrigando su cuello, y unas palabras -¡Eres Mia!... Que la hicieron estremecer
y resonaron durante minutos en su mente. ¿Por qué sentía esa inexplicable
satisfacción?, ni siquiera era capaz de hablar... Arrastrándola por la anilla
del collar, la llevó a gatas hasta una zona donde el calor era más intenso. Y
tras colocarle unos grilletes en las muñecas, sintió como su cuerpo se iba
deslizando hacía arriba mientras oía el fuerte traqueteo de una cadena. Con los
brazos totalmente estirados y los pies de puntillas... Las manos de Alejandro
agarraron con fuerza su pelo, y de nuevo esas palabras -¡Eres Mia!... Hay algo
que crece cada vez más desde las profundidades de Paula, y siente sus entrañas
arder. Cuando los dedos van soltando delicadamente su pelo, y se deslizan por
su columna todo el vello se eriza a su paso. Él se aleja, pero no se va...
Empieza a sonar una tenue música... La mente de Paula iba quedando en blanco,
poco a poco sumergiéndose en una infinita paz. Se sentía un mero objeto en
espera de que su Dueño desease usarlo. Tan solo con ese pensamiento la humedad
de su sexo comenzó a brotar. El palpitar de su corazón parece hacer eco ya por
todo su cuerpo... Y cada poro de su piel grita desesperado pidiendo nuevamente
Su contacto. El calor de las velas que aproxima a su cuerpo la tienta, el
sonido de las fustas que escucha cortando el aire la desarma, y las palabras
que Él susurra en sus oídos la va llevando cada vez más y más profundamente a
ese pozo de deseo del que no sabe salir sin Su ayuda. Paula siente embriagarse
de esa provocación, nota ya su sexo latir con una fuerza desconocida, y se
avergüenza al percatarse de que su humedad ya comienza a resbalarle por los muslos.
Ya no resiste más esas obscenas palabras que Él susurra en sus oídos, ni las
caricias sutiles que nunca sabe por dónde van a venir... Y de nuevo suplica,
pero esta vez entre interminables jadeos. -Por favooor, por favooor...
Alejandro retiró el antifaz del rostro congestionado de Paula. Ella apenas
podía enfocar, pero sus pupilas dilatadas pronto divisaron aquellos ojos miel
que la observaban, esta vez tan brillantes como el fuego. -¿Que eres, mi
niña?... Paula nunca había pronunciado unas palabras con tal pasión -Soy Suya
mi Amo, Suya. Siempre he sido Suya...
Esas fueron las palabras que desencadenaron en una
noche que Paula jamás olvidaría, una noche que descubrió hasta qué punto podía
llegar a sentir, casi de una forma sobrehumana. Pero Alejandro no solo la
enseñó a gozar de un modo sublime, sino también a sentirse por primera vez
fuerte, hermosa, y completamente feliz. Nunca más volvió a arrepentirse de no
haber entregado aquella carta. Quizás el azar es caprichoso, tal vez el destino
solo esperaba a unirlos en el momento justo. Ese momento en que Él era
exactamente lo que ella necesitaba, y ella... todo cuanto Él había soñado.