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    Tener fe en tu Dominante conlleva no tener miedo

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    Mi primer sometido es mi control, siempre está a mi servicio

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    Manejar el silencio es más difícil que manejar el látigo

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    Mi alma necesita tanto mimo como mi cuerpo castigo

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    Después de una sesión, la mano que te domina te debe acariciar

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    El precio de Dominar es la responsabilidad

18 - Aquellos ojos miel. Autora: jessika | Foro

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una Feb 1 '15

Aquellos ojos miel

 


Era una tarde lluviosa de arco iris, de esas que el sol termina asomando anaranjado entre las cortinas. Paula colocaba las cajas en su nuevo piso, por fin se independizaba. Para otros sería algo normal a sus 28 años, pero para ella dar ciertos pasos como ese suponían un gran esfuerzo. Sonreía al encontrar recuerdos de su infancia entre sus pocas pertenencias. Sobre todo al descubrir esa carta que escribió a su primer amor, y que nunca se atrevió a darle. Acomodada en el suelo empezó a leerla con una sonrisa nostálgica en la cara. Era tan tierna, tan dulce, y a la vez se entreveía cierto deseo propio del despertar sexual de aquel entonces. Se preguntaba qué sería de aquel chico. ¡Alejandro!... aquellos ojos miel, su pelo negro... No, no había sido el guapo de la clase, ni mucho menos, solo un chico centrado siempre en sus estudios que pasaba desapercibido. Salvo para Paula, que siempre le miró con ojos que posiblemente nadie más le miraba. Hasta el día de dejar el instituto habían sido grandes amigos, pero ella nunca tuvo la valentía de confesarle lo que realmente sentía... Y al comenzar la universidad, ambos se perdieron la pista. Paula se sirvió una copa de vino, y volvió a arrodillarse en el suelo a seguir mirando los recuerdos de esas cajas. Pero ya no podía prestar atención a nada, aquellos ojos miel no desaparecían de su mente. -¿Por qué nunca me atreví a darle esa carta?, se lamentaba. En un impulso, quizás animada por haber terminado su copa, corrió decidida a coger la guía de teléfonos y buscarlo. No tardó en dar con el nombre y un número de teléfono, y aún con manos temblorosas se obligó a marcarlo y telefonear. -Dígame... -ehh, ¿Alejandro?... -Sí, soy yo... -emmm. Hola, soy, soy Paula, del instituto... -¿Paula? Pau, doña risitas. Esto sí que no lo esperaba. ¿Qué es de tu vida?... -Bueno, estoy de mudanza y me he acordado de ti... -Ah, ¿me llamas para que te ayude a montar algún mueble?... -Jajajaja, no tonto, solo leí algo y me acordé de ti... -¿Ah sí?, ¿El qué?... -No, nada, da igual. Solo quería saber que tal estabas... -Ummmm. Bueno, si quieres saber cómo estoy quizás deberíamos quedar y te lo digo en persona... -Eh, sí, bueno, si tienes tiempo... -Claro, privilegio de ser mi propio jefe. Quedamos a las 8 en el Café Vega, luego te invito a cenar, así recordamos viejos tiempos. Debo dejarte ya. Un beso Pau...

 

Paula se quedó durante unos segundos con el teléfono aún pegado a la oreja. Ufff! ahora a parte de las manos también le temblaban las piernas, hacer cosas por impulso no era propio de ella. Lo dejó todo y corrió a la ducha, quería estar perfecta y quedaba el tiempo justo hasta las 8. Cuando faltaban 10 minutos ya estaba allí, a la puerta del café... Con el pelo suelto, su vestido negro favorito, y los zapatos con el tacón más alto que encontró. Estaba distraída con las luces de los coches, esperando verle salir de algún taxi cuando notó un cuerpo pegado a su espalda y unas grandes manos tapando sus ojos. -Me encanta que las mujeres sean puntuales, y más si vienen tan guapas... Se dio la vuelta con tantos nervios, que rezó por no dar un traspié. Y ahí estaba, tan cambiado y a la vez tan igual como siempre. Sus ojos miel parecían ser más brillantes que antes, y la ligera barba que llevaba transmitía una extraña fuerza que antes no veía en él. En la cafetería, Paula apenas hablaba, casi todo lo decía Alejandro, salvo cuando se detenía para dar un sorbo al café. A veces hacía largas pausas, y la miraba fijamente con una sonrisa ladeada. Daba la impresión de poder analizarla con los ojos y cada vez transmitía una mayor seguridad en sus palabras. En el momento de la cena, ambos se relajaron y tuvieron la oportunidad de recordar entre risas infinidad de momentos de la adolescencia. Al final de la noche, Alejandro se despidió con un interminable abrazo, y susurrando con voz ronca en su oreja -Mañana te quiero aquí a la misma hora, mi niña... Era todo tan extraño, su simpatía, su cariño, eso no había cambiado. Pero encontraba algo raro en su actitud, algo que la ponía nerviosa, pero al mismo tiempo que la atraía de un modo casi incontrolable. Tuvo la sensación, que la miró toda la noche con pasión oculta, con una especia de lascivia controlada. En ningún momento intentó besarla o tocarla en exceso. Sin embargo sabía que la deseaba, no entendía por qué, pero él lo transmitía constantemente, y a ella le volvía loca.

 

No tardaron en comenzar una relación, aunque algo peculiar, no tenían demasiado contacto físico, pero la tensión sexual entre ellos era constante, incluso cuando ni siquiera estaban juntos, ella la notaba. Pasados unos días, Paula le contó por casualidad su afición por la lectura BDSM, y él encontró ahí el momento perfecto para explicarle su modo de entender el amor. Confesando su sentir Dominante y como el BDSM no formaba parte de sus fantasías, sino de su vida. La relación fue mutando poco a poco, la dominación que Alejandro ejercía sobre ella impregnaba todo su día a día. Sentía todo con una intensidad que jamás había imaginado, hasta el aire parecía ser más puro. Había un sentimiento que crecía dentro de ella, y no podía frenarlo, ni quería. Había un hilo invisible que la ataba cada vez más a él, y Paula creía morir de deseo. Necesitaba besarle, tocarle, sentirle más profundo incluso de lo físicamente posible. Llegó a hacer lo que jamás hubiese imaginado, suplicarle por tener sexo, ¡era de locos! Pero sí, le imploró con desesperación, como si lo necesitase más que el agua en el desierto. Había un contradictorio morbo que afloraba cuanto más suplicaba, se sentía avergonzada y excitada, fuerte e indefensa... Él solo la miró en silencio, con la mano en la barbilla y el índice apretando sus labios. Tan solo eso, la observó, la escucho, y tras darle un ligero beso en el frente se despidió con un jadeante -Así me gusta, Mi niña...

 

Dos días después de esa interminable súplica, Paula recibió en su buzón un gran sobre. Qué raro, ni siquiera tenía sello ni remitente... Al abrirlo encontró otros dos sobres, y una nota -Si aceptas, quiero los dos en mi buzón antes de media noche... Le sorprendió ver que esas cosas existiesen fuera de las novelas. Un contrato de sumisión en el que ella decidía la mayoría de condiciones (aunque había algunas inamovibles) y una extensa lista de prácticas. No dudó en rellenarlos de inmediato, con un acompasado palpitar en su corazón y entre sus muslos. Trató de ser lo más minuciosa posible, y nada más terminarlo fue casi corriendo a dejarlo en su buzón. Con infinitos nervios, salió del portal y sintió la necesidad de levantar su vista hacía la ventana donde él vivía. Ahí estaba Alejandro, mirándola, aún en la distancia podía intuir aquellos ojos miel brillar con más fuerza, y su sonrisa ladeada, parecía más pronunciada que nunca. 

 

A la mañana siguiente, casi antes de salir el sol, Paula ya estaba en pie, no había podido dormir mucho. Tras horas que parecieron ser eternas, recibió una corta llamada -La montaña roja, Mi niña... ¡Caray! ni siquiera le dio tiempo a responderle, y... ¿qué demonios era la montaña roja? Lo primero que se le ocurrió fue poner esas mismas palabras en internet, y se le iluminaron los ojos al ver aquello. Una hermosa casita granate, perdida en lo alto de una montaña. Tras meter las coordenadas en el móvil, cogió el bolso y salió apresuradamente al coche. Apenas solía conducir, de hecho le ponía muy nerviosa y odiaba hacerlo. Sin embargo, no podría describir la seguridad con la que condujo aquel día. El camino montaña arriba parecía no acabar nunca, cada vez más estrecho, cada vez más baches... Cuando divisó esa casita sitió un vuelvo en el estómago, y la alegría propia de un niño la mañana de reyes. Un cartel en la puerta llamó enseguida su atención -¿No notas el bolso pesado?... No pudo evitar reír al meter la mano y ver la enorme llave antigua que llevaba dentro y de la que ni se había percatado. Pero, ¿cuándo me ha metido esto aquí?... Le temblaban tanto las manos que no conseguía atinar en la cerradura, y estaba tan ilusionada que hasta el chirrido de la puerta al abrirse le pareció música de violín. -¡Dios mío!... Todo era perfecto, la inundó la agradable temperatura de la estancia y el suave olor a incienso y canela que flotaba en el ambiente. Las velas tintineaban por todas partes, iluminando el potro, la cruz, el cepo... y algo que nunca había visto y parecía un enorme columpio. Los instrumentos estaban tan milimétricamente colocados que no se atrevió a tocar nada, aunque alguno ni siquiera sabía que uso tenía. En una esquina había un pequeño futón, que en seguida dedujo que era su lugar. Sobre él un corset y un antifaz de cuero. Paula se desnudó rápidamente, sin pensar, dejando la ropa bien doblada a un lado. Mientras ceñía bien apretado aquel corset que apenas tapaba su cintura, su corazón latía tan fuerte que parecía querer salir del pecho. Y tras arrodillarse en el futón, colocó con manos sudorosas el antifaz sobre sus ojos.

 

Pocos instantes después escuchó la puerta abrirse, y unos pasos lentos que se aproximaban. Lo siguiente que notó, fue un collar abrigando su cuello, y unas palabras -¡Eres Mia!... Que la hicieron estremecer y resonaron durante minutos en su mente. ¿Por qué sentía esa inexplicable satisfacción?, ni siquiera era capaz de hablar... Arrastrándola por la anilla del collar, la llevó a gatas hasta una zona donde el calor era más intenso. Y tras colocarle unos grilletes en las muñecas, sintió como su cuerpo se iba deslizando hacía arriba mientras oía el fuerte traqueteo de una cadena. Con los brazos totalmente estirados y los pies de puntillas... Las manos de Alejandro agarraron con fuerza su pelo, y de nuevo esas palabras -¡Eres Mia!... Hay algo que crece cada vez más desde las profundidades de Paula, y siente sus entrañas arder. Cuando los dedos van soltando delicadamente su pelo, y se deslizan por su columna todo el vello se eriza a su paso. Él se aleja, pero no se va... Empieza a sonar una tenue música... La mente de Paula iba quedando en blanco, poco a poco sumergiéndose en una infinita paz. Se sentía un mero objeto en espera de que su Dueño desease usarlo. Tan solo con ese pensamiento la humedad de su sexo comenzó a brotar. El palpitar de su corazón parece hacer eco ya por todo su cuerpo... Y cada poro de su piel grita desesperado pidiendo nuevamente Su contacto. El calor de las velas que aproxima a su cuerpo la tienta, el sonido de las fustas que escucha cortando el aire la desarma, y las palabras que Él susurra en sus oídos la va llevando cada vez más y más profundamente a ese pozo de deseo del que no sabe salir sin Su ayuda. Paula siente embriagarse de esa provocación, nota ya su sexo latir con una fuerza desconocida, y se avergüenza al percatarse de que su humedad ya comienza a resbalarle por los muslos. Ya no resiste más esas obscenas palabras que Él susurra en sus oídos, ni las caricias sutiles que nunca sabe por dónde van a venir... Y de nuevo suplica, pero esta vez entre interminables jadeos. -Por favooor, por favooor... Alejandro retiró el antifaz del rostro congestionado de Paula. Ella apenas podía enfocar, pero sus pupilas dilatadas pronto divisaron aquellos ojos miel que la observaban, esta vez tan brillantes como el fuego. -¿Que eres, mi niña?... Paula nunca había pronunciado unas palabras con tal pasión -Soy Suya mi Amo, Suya. Siempre he sido Suya...

 

Esas fueron las palabras que desencadenaron en una noche que Paula jamás olvidaría, una noche que descubrió hasta qué punto podía llegar a sentir, casi de una forma sobrehumana. Pero Alejandro no solo la enseñó a gozar de un modo sublime, sino también a sentirse por primera vez fuerte, hermosa, y completamente feliz. Nunca más volvió a arrepentirse de no haber entregado aquella carta. Quizás el azar es caprichoso, tal vez el destino solo esperaba a unirlos en el momento justo. Ese momento en que Él era exactamente lo que ella necesitaba, y ella... todo cuanto Él había soñado.





El mensaje en el foro es editado por una Feb 28 '15

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