Y cuando digo esa palabra me refiero a una persona del género masculino, porque las mujeres (a pesar de que dos tetas muevan más que dos carretas) pintaban menos que las monas.
Cuando alguien entra en el mundo del BDSM también tiene un cambio sustancial en torno a la unidad de medida. Normalmente, quiero decir, pasa de ser la unidad propia a la ajena, sea cual sea el rol que se sienta y/o desempeñe.
La persona sumisa centra esa medición en el Dominante, y las cosas pasan a verse con esos ojos que ya no miran desde la cara que una ostenta, sino desde la que tiene en frente; los oídos pasan a escuchar sonidos desde otro lado de esa cara que observa y no la que mira; los deseos pasan, de manera inexplicable, a centrarse en quien deseamos complacer porque, por obra y milagro de esa incorporación a la consciencia de nuestro propio deseo, es satisfacer al otro lo que nos llena.
En la persona Dominante también se producen cambios, o debería, porque si un Amo sigue creyendo que es Él y sólo Él la medida de todas las cosas, entonces, querida sumisa, querido sumiso, te espera una vida de mierda.
Hay mucha gente, muchísima, que ha cambiado esa medida. A mi me encanta observalos, me gusta ver esos detalles que demuestran la nueva unidad estandarizada.
Y, sobre todo, me gusta sentir que siempre hay alguien que es el número uno en la lista de otro alguien.
¡Feliz luna nueva!