Sus ojos marrones, su mirada sincera e intensa.
Su cara de hombre, su boca ardiente.
Su piel tostada, dulce y salada...
Usted desde el minuto cero hizo que sin darme cuenta, me rindiera a usted.
Con gestos realizados con disimulo, se ganó mi mente y mi corazón, hipnotizó mi alma.
Como una pantera que acecha a su presa, hizo que me sentiera suya, sabiendo que si daba un paso en falso, me escaparía veloz de sus manos.
Con su manera de proceder, consiguió que no le tuviera miedo.
Soy su aprendiz de brujería, usted me hechizó.
Sentí cómo me amarraba fuerte a usted, con sus brazos y sus manos.
Su cuerpo irradiando ese calor que huele a deseo, pidiéndome que me dejara llevar.
Sus ojos observándome, midiendo y calculando cada acción y reacción.
Sentí sus labios hambrientos, recorriendome desde mis labios casi inocentes, hasta mi cuello.
Observé y sentí, cómo me hacía sentir su deseo.
Cómo me desnudaba para usted, dejando mi cuerpo expectante y vulnerable.
Sentí sus manos provocándome, recorriendo cada milímetro de mi piel, sus labios torturándome con pequeños besos, dejando un reguero de su aliento, a medida que se deslizaba hacia donde mi cuerpo pierde su nombre.
Sentí sus manos abriéndose paso entre mis piernas, hundiéndo su cara entre ellas.
Me lanzó hasta donde las nubes son de algodón y comienzan a crear formas extrañas.
Cuando me tuvo hechizada, dejó escapar a la fiera que llevo dentro, dejándola recrearse en el suave tacto de su piel, recorriéndole por completo.
De nuevo le sentí sobre mí, mimando mi piel, abrazando mi cuerpo, preparándolo para la acción.
Abriendo mis piernas como la anterior vez, fue acariciándolas, mimándolas, hasta que se hundió de nuevo completamente en mí, llenándome de usted, torturándome, sintiendo ese dulce dolor de tenerle dentro.
Me bajó al infierno, para después catapultarme directa al cielo.
Éxtasis, eso fue lo que siento siendo suya y ese deseo irrefrenable de quererle complacer una y otra vez.
El Muro