Fue en una de las mejores noches de mi vida cuando descubrí, entre otras
cosas, que mi mujer tiene las piernas más lindas del mundo. No porque
haya hecho una encuesta o investigación, ni porque me haya atrevido a
comparar ni porque haya podido pensar en alguna otra mujer. Aún de
haberlo querido no hubiera sido posible, pues no cabía en mi mente más
que la imagen de esas sugestivas piernas de mujer fatal acabadas en
tacos muy altos. En ese momento no podía hacer mucho más que admirarlas,
pues mis manos estaban atadas tras el respaldo de la silla. Todavía no
sabía cómo había llegado a esa situación, pues desde que volví del
trabajo y entré, ella aprovechó el factor sorpresa y casi no me dio
tiempo de pensar. ¿Cómo resistir la fuerza de la sensualidad femenina,
que al tomarme suavemente puede conducirme a un terreno que promete
sorpresas? Ella está ubicada de tal manera que sólo vea sus piernas.
También escucho su voz, seductora, sugestiva. En un determinado momento
se levanta, hace un rodeo, y siento cómo se me acerca por detrás. Venda
mis ojos con un pañuelo, me hace conocer mejor que nunca sus dedos, sus
palmas, sus uñas. Abre mi camisa y mi pantalón y siento la calidez de su
piel con mi piel. Luego sigue la exploración y el juego de sus labios,
su lengua, sus dientes. Sin la menor prisa me demuestra lo bien que ha
aprendido a usar su arsenal femenino.
Su voz susurra junto a mi oído: anticipa y cumple. Se sienta sobre mi,
siento sus manos detrás de mi cuello mientras nuestros sexos se unen.
Ella sube y baja marcando un frenético ritmo, acompañado del coro de
gemidos. No le preguntaré de dónde ha sacado la idea, no me interesa.
Sólo me preguntaría, más tarde, porque no lo habíamos hecho antes.
El Muro