Y pasó el tiempo, ganamos experiencia y abrimos horizontes buscando nuevas sensaciones. La inspiración que nos dieron las películas, novelas, anécdotas de amigos fanfarrones e incluso, a veces, nuestra incipiente imaginación, dieron pie a juegos sencillos: vendar los ojos, algún azote de vez en cuando y usar unas esposas a las que se les sacó mucho partido. También compramos su primer vibrador. Fue entonces cuando descubrí que no me sentía cómodo ni tampoco disfrutaba si me ponía las esposas o me vendaba los ojos, en esos juegos mi papel era el de la autoridad y no me gustaba cederla. Dirigía, ordenaba y guiaba sin esperar oposición, aunque sabiendo de antemano qué estábamos dispuestos a hacer. Velaba por su bienestar, comodidad y anhelos. Por entonces los conceptos sadomasoquismo y BDSM nos eran totalmente desconocidos.
El Muro