Tengo la necesidad de hablar de tango y no sólo como ritmo, sino también como estilo de vida, como costumbre, como algo que en su día fue despreciado y discriminado por pecaminoso, depravado y más.
No sé si alguien compartirá mi sentir, pero soy de los que están convencidos que hay un gran paralelismo entre esta maravillosa música y el BDSM. Tanto en uno como en otro hay alguien que ejerce la Autoridad y alguien más que se somete, hay prepotencia y entrega, enaltecimiento y humillación, dominación y sumisión.
En los principios de este ritmo, allá por fines del siglo XIX y principios del XX, el tango era un baile orillero, de la gente pobre que vivía en los barrios pobres de la periferia de las capitales rioplatenses, tanto en Buenos Aires como en Montevideo. Era un ritmo que hablaba de la gente que lo había creado: tenía algo de la música de todos aquellos inmigrantes italianos, franceses, españoles, turcos y de tantos lugares más, del candombe de los negros esclavos, de la guitarra de los gauchos que venían a probar suerte en la ciudad y de la música luterana de Alemania a la que el tango le “robó” el bandoneón.
El bandoneón… ¿Qué sería el tango sin este instrumento? Es el que desde un principio le da ese sonido cálido y acariciante, íntimo, que lo caracterizó desde sus comienzos. Este instrumento es el corazón del tango, es el que marca el ritmo y la presencia. El bandoneón es el que nos recuerda el rezongo del Dominante, la queja y el lamento de la sumisa.
Al principio se usaba la guitarra para acompañar al bandoneón, luego se cambió por otro instrumento de cuerda: el piano, y quedó cerrado el trío clásico con la inclusión del violín. Este tipo de orquesta fue inventada por Julio de Caro allá por los años veinte. Luego vendrían los sextetos: piano, dos bandoneones, dos violines y contrabajo. La orquesta de tango sigue el mismo esquema, pero amplía los bandoneones y agrega violas y violonchelos al grupo de cuerdas.
En el tango, tanto era la discriminación sufrida por sus seguidores, que ni siquiera las prostitutas se animaban a bailarlo, entonces lo tenían que bailar entre hombres. Era algo lógico: de bailar minués con muchos centímetros de separación, a bailar pegados, rozándose, mezclando piernas, frotando genitales…
En mi opinión, creo que el tango es el baile más sensual que existe. Es el hombre invitando a la mujer a dar un paseo donde ella será dirigida, guiada, querida, admirada, deseada por él. Durante esos minutos ella será de él, se dejará dirigir por sus manos, estará atenta a cada uno de sus movimientos y esperará en silencio la orden para moverse de la forma que él espera. Ejem… ¿A alguien le suena esto que estoy diciendo? Si la parte que se deja dirigir confía totalmente en su pareja, ambos llegarán a hacer figuras increíbles y gozarán cada una de las notas que marca el 2 x 4.
El baile del tango es, como en el BDSM, un lugar para que la mujer se luzca, porque la mujer siempre se luce cuando hablamos de tango. Y como en el BDSM, no pasa porque la mujer tenga buen cuerpo o sea hermosa, lo que la hace hermosa es la actitud que pone cuando se entrega a su varón, sea este Dominante o sumiso.
También en el tango hay reglas y protocolos no escritos. Y la pareja es sagrada, intocable. Así como el collar es el signo de pertenencia en el BDSM, en el tango, cuando una mujer acaricia la nuca de su pareja, significa pertenencia.
En una época donde era común la violencia doméstica, se confundía esto con el gusto de más de una mujer por los azotes y de más de un hombre por la Dominación. También esto se veía en algunas letras como por ejemplo “La Toalla Mojada”, o “MI papito” interpretado por Tita Merello.
No me cabe duda que había mucha violencia en esos años, pero también creo que… más de un quejido de dolor iría mezclado con placer, más de un cinturón silbó por los aires estrellándose contra una piel deseosa del azote, más de una humillación fue el inicio de la excitación de una noche tórrida, llena de pasión, música, y disciplina.
El conocido autor argentino, Jorge Luis Borges, decía que el tango estaba tan ligado al mundo rioplatense, que cuando un compositor extranjero quiere escribir un tango “…descubre, no sin estupor, que ha urdido algo que nuestros oídos no reconocen, que nuestra memoria no hospeda y que nuestro cuerpo rechaza”. Algo similar ocurre con el BDSM: si no se nace con él, o al menos, si no se siente desde lo más profundo del ser, no se lo podrá practicar, ni vivir, ni sentir como lo sentiría un “nativo”.
Porque, queridos amigos, el BDSM como el tango, no es para cualquiera.
Fuente: Blog aprendiendosumisión