Fisiología
del sadomasoquismo (3)
Las
hormonas sociales: oxitocina y vasopresina
Este breve estudio de la fisiología del sadomasoquismo no
estaría completo sin hablar de las llamadas “hormonas sociales”: la oxitocina y
la vasopresina. Cuando se liberan en la sangre, estas sustancias actúan como
hormonas que regulan determinadas funciones fisiológicas. La oxitocina
desencadena las contracciones del útero durante el parto y también la secreción
de leche en la lactancia. Por su parte, la vasopresina aumenta la presión
sanguínea constriñendo los vasos sanguíneos y aumentando la retención de agua
en los riñones. Sin embargo, recientemente se ha descubierto que estos dos
péptidos desempeñan funciones muy distintas dentro del cerebro. La oxitocina
produce vinculación afectiva, aumentando los sentimientos de confianza y
lealtad. Niveles altos de oxitocina y de sus receptores en el cerebro están
relacionados con la monogamia en determinadas especies animales y seguramente
también en los seres humanos. También se ha visto que la oxitocina aumenta la
vinculación con personas que pertenecen a nuestro mismo grupo y el rechazo a
personas fuera de ese grupo. Sin duda es así como regula el comportamiento
monógamo: aumentando la lealtad a la pareja y el rechazo a miembros del otro
sexo que no son nuestra pareja. Mientras que la función de la oxitocina es más
importante en las hembras, la vasopresina prepondera en los machos, en los que
promueve conductas territoriales y sentimientos de control y dominación.
Podemos ver, por lo tanto, que la oxitocina y la vasopresina seguramente son
liberadas durante una sesión sadomasoquista, y jugarán un papel importante en
el estado mental tanto de la sumisa como del dominante. Sin ir más lejos, la
estimulación de los pezones es uno de las formas más eficaces de liberar
oxitocina. El llamado “subspace” - el espacio de sumisión - quizás esté
relacionado con la liberación de oxitocina, que hace la sumisa le entregue su
confianza total al dominante y sienta un profundo vínculo con él.
Los
beneficios del masoquismo
Hemos visto que los juegos sadomasoquistas afectan de manera
muy profunda al cerebro. No son efectos malsanos, sino comparables con los que
producen otras actividades fuertemente excitantes, como los deportes extremos.
Por el contrario, cabría enumerar una serie de efectos beneficiosos. Al poder
explorar sus fantasías sexuales, la masoquista aprende a conocerse mejor. El
entrenamiento en la dominación-sumisión puede llegar a convertirse en una
auténtica ruta de transformación personal en la que se liman las asperezas del
carácter, se eliminan emociones negativas y se aprende a tomar una actitud
positiva ante las dificultades de la vida. El masoquismo lleva a una
comprensión profunda del dolor, cómo afecta a la mente y cómo nuestra actitud
frente a él puede regular su intensidad. Sin duda, esta comprensión ayudará al
masoquista cuando inevitablemente la vida lo exponga a situaciones dolorosas.
Sadismo,
empatía y compasión
¿Y qué decir del sádico? ¿Qué cambios se producen en su
cerebro durante la sesión sadomasoquista? ¿Son tan profundos y beneficiosos
como los que tienen lugar en la masoquista? Habría que empezar por comprender
por qué el sádico siente placer con el dolor que proporciona.
Determinados actos de crueldad son posibles porque existe
una profunda desconexión emocional entre el torturador y su víctima, de forma
que el primero consigue aislarse emocionalmente del sufrimiento que produce. La
reacción natural es lo contario: la empatía. Ver sufrir a alguien nos produce
sufrimiento a nosotros mismos. En experimentos que usan resonancia magnética
nuclear y otras técnicas que permiten detectar las zonas del cerebro que se
activan en determinadas situaciones, se ha comprobado que el ver sufrir a otra
persona produce el mismo tipo de actividad en la ínsula y en el córtex del
cíngulo anterior que el experimentar dolor uno mismo. Un paso fundamental en la
evolución del ser humano fue la aparición de una facultad mental llamada
“teoría de la mente”: la capacidad de atribuir pensamientos y emociones a otras
personas análogos a los que tenemos nosotros mismos. Esta facultad es vital
para la supervivencia, pues nos permite predecir las acciones de las personas
que nos rodean. En ella participan las llamadas “neuronas espejo”, que se
activan tanto cuando realizamos una acción como cuando vemos a alguien ejecutar
la misma acción. En la vida cotidiana nuestra mente realiza sin parar un
simulacro del estado mental de la gente que nos rodea, y ajusta nuestras
emociones de acuerdo con esa percepción.
La empatía, por lo tanto, es el reflejo en nuestra mente del sufrimiento
de los demás, una de las propiedades más básicas del ser humano. Las personas
que carecen de empatía desarrollan a menudo comportamientos sociopáticos, al
ser incapaces de planear sus acciones teniendo en cuenta cómo afectan a las
personas de su entorno.
Yo creo que el sádico hace daño, no porque carezca de
empatía, sino justamente por lo contrario. No busca desconectar del dolor que
produce, sino sentir ese dolor como propio, porque despierta en su cerebro las
mismas reacciones que en el cerebro de la sumisa. Es quizás por eso que muchos
sádicos, empezando por el propio Marqués de Sade, son también masoquistas. Sólo
hay que fijarse en el comportamiento del típico sádico en una sesión: pone todo
su esfuerzo en conectar emocionalmente con la masoquista. Quiere oírla gritar y
quejarse. La mira a los ojos para beber su dolor. Le toca la piel para sentir
el calor y el relieve de las laceraciones. El buen sádico, al contrario del
torturador, busca por todos los medios aumentar su empatía con la sumisa. En la
medida en que lo consiga, será capaz de guiar a la masoquista al estado mental
en el que ella disfrutará plenamente de la sesión. Con esto no quiero decir que
el cerebro del sádico experimente los mismos cambios fisiológicos que el de la
masoquista. Lo más probable es que su cerebro permanezca en un estado de
activación adrenérgica, de “pelea o huida”, lo que le permite experimentar el
éxtasis del poder y el control mientras que la sumisa se sumerge en el abandono
y la entrega que proporcionan las endorfinas.
Si todo esto es cierto, el camino del sádico es el de la
profundización en la empatía. Su entrenamiento consiste en aprender a “leer” a
la sumisa cada vez mejor, con la doble finalidad de acompañarla en sus
sensaciones y de adecuar la sesión a sus necesidades. Esto no puede ser malo.
Cabe pensar que una empatía creciente puede llegar a extenderse a otras
personas, para al fin llegar a convertirse en una de las emociones más valiosas
del ser humano: la compasión.
Autor:
Hermes Solenzol
Fuente:
sexocienciaespiritu.blogspot.com.es