Fisiología
del sadomasoquismo (2)
Cómo el
cerebro disminuye el dolor: las vías descendentes
Todo lo que he descrito hasta ahora forma la llamada vía
ascendente del dolor, que va desde la piel al córtex cerebral, donde el dolor
se hace consciente, se “siente” con su particular carga emocional. Pero también
existen unas vías descendentes de regulación del dolor que bajan del cerebro a
la médula espinal, y que son fundamentales para entender por qué el dolor que
se siente disminuye conforme progresa una sesión sadomasoquista. Estas vías
descendentes empiezan en una zona situada en el centro del cerebro, a los lados
de un canal llamado el acueducto, por lo que se la llama substancia gris
peri-acueductal (normalmente conocida por las siglas en inglés PAG). Las
neuronas de la PAG mandan señales a una zona del bulbo raquídeo, el núcleo rafé
magno, que a su vez manda axones por los lados de la médula espinal. Estas
fibras nerviosas descendentes van penetrando el asta dorsal, que como vimos es
la zona de llegada de los nervios que vienen de la piel. Las señales que
transmiten desde el cerebro informan a las neuronas del asta dorsal de si deben
aumentar o disminuir el dolor. El que lo hagan en una dirección u otra
dependerá de nuestro estado mental, de las emociones que destilan la ínsula y
el córtex del cíngulo anterior.
Es sabido que una sumisa puede llegar a aguantar mucho dolor
durante una sesión sadomasoquista si el dominante es capaz de llevarla a un
estado en el que se segreguen muchas endorfinas. Nos imaginamos que las
endorfinas son como drogas que corren por la sangre y bañan todo el cerebro de
la sumisa, inhibiendo el dolor. Sin embargo, a diferencia de la morfina y otros
fármacos opiáceos, las endorfinas no son capaces de pasar de la sangre al
cerebro, sino que son liberadas por fibras nerviosas en determinadas zonas del
sistema nervioso. Una de esas zonas es el asta dorsal de la médula, donde la
secreción de endorfinas es controlada por una vía descendente. Lo que se conoce
popularmente por “endorfinas” son en realidad un grupo de casi 40 neuropéptidos
distintos, que se agrupan en tres familias: las endorfinas propiamente dichas,
las encefalinas y las dinorfinas. Estos neuropéptidos actúan como llaves que
activan tres tipos de receptores de opiáceos, denominados con las letras
griegas mu, delta y kappa. Las diminutas encefalinas son mucho más abundantes
en el sistema nervioso que las endorfinas, y como ellas actúan sobre los
receptores mu y delta para inhibir el dolor y producir sensaciones de calma y
euforia. Las dinorfinas se unen a los receptores kappa y también disminuyen el
dolor, pero en vez de producir euforia producen lo contrario: la disforia; un
desagradable sentimiento de rechazo.
Las vías descendentes no sólo inhiben el dolor a base de
endorfinas. Otra vía descendente paralela a la de las endorfinas, la vía
adrenérgica, usa un neurotransmisor llamado noradrenalina, una molécula
parecida a la hormona de la adrenalina. La vía de los opiáceos y la vía
adrenérgica no suelen funcionar a la vez, sino que se alternan inhibiendo el
dolor en estados mentales distintos. La vía adrenérgica se activa en situaciones
llamadas de “pelea o huída”, donde tenemos que responder a algo que nos amenaza
con una intensa actividad muscular, o bien luchando o bien escapándonos pies
para que no nos pillen y nos hagan daño. La vía de los opiáceos, por el
contrario, se activa cuando el miedo produce un comportamiento diametralmente
opuesto: en vez de pelear o huir, nos quedamos paralizados y no podemos
movernos; una respuesta que en inglés científico se llama “freezing” - “congelarse”. En muchos
animales, esta inmovilidad sirve para camuflarse y no ser vistos por un
predador.
¿Cómo se aplica todo esto a una sesión sadomasoquista? La
actitud amenazadora del dominante y los primeros atisbos de dolor seguramente
activarán la vía adrenérgica, produciendo el llamado “subidón de adrenalina”,
caracterizado por la sensación de estar más alerta y el deseo de debatirse y
quejarse. Sin embargo, cuando la escena progresa y la sumisa se ve inmovilizada
por las ataduras y el dolor es administrado de forma continua e inevitable, la
vía adrenérgica se ve reemplazada por la vía de las endorfinas. La inhibición
del dolor se ve ahora acompañada por un estado de relajación y abandono, y la
sumisa se ve envuelta en sentimientos de calma y euforia tranquila. Seguramente
no querrá abandonar ese estado de bienestar, y con su pasividad y sus gemidos
de placer animará al dominante a seguir administrándole el dolor que la
mantiene allí. En inglés, los sadomasoquistas llaman a ese estado “the forever
place” - “el sitio de para siempre” - porque la sumisa protestará cuando
finalmente el dominante la arranque de él.
La vía del
placer y la dopamina
Si bien las endorfinas y la noradrenalina causan inhibición del dolor en la vía descendente que va de la PAG al bulbo raquídeo y a la médula espinal, sus efectos sobre las emociones ocurren en otras zonas del cerebro. Tanto la ínsula como el córtex del cíngulo anterior tienen receptores de opiáceos que seguramente contribuirán a la euforia y la entrega que se siente en la sesión sadomasoquista.
Pero donde los
opiáceos desempeñen uno de sus papeles más importantes es en la llamada “vía
del placer”, que conecta el área ventral tegmental (VTA) con el núcleo
accumbens. Hace tiempo se descubrió que si se implantan electrodos en esta vía
en el cerebro de una rata, y luego se permite al animal estimularla presionando
una palanca, lo hará continuamente, dejando hasta de comer y de beber para
hacerlo. Estudios posteriores confirmaron que lo mismo pasa en los seres
humanos. Además, se descubrió que esta vía produce euforia y bienestar al
liberar el neurotransmisor dopamina en el núcleo accumbens, y que drogas como
la morfina, la heroína, la cocaína, la nicotina y las anfetaminas producen
adicción estimulando la secreción de dopamina en esta vía del placer. Y no sólo
eso, sino que esta vía nerviosa también participa en la adicción al sexo, la
ludopatía (adicción a los juegos de azar) y otras actividades adictivas. Lo que
ocurre es que ésta es la parte del cerebro que dirige nuestras motivaciones,
que nos hacer desear comida, sexo, amistad y diversión, y que cuando
satisfacemos esas necesidades nos recompensa haciéndonos sentir bienestar. Cabe
pensar, por lo tanto, que la liberación de dopamina en el núcleo accumbens
también causa el placer que sentimos en los juegos sadomasoquistas.
¿Puede el
masoquismo causar adicción?
Entonces, ¿puede llegar el masoquista a convertirse en un
adicto al dolor? Aquí, lo primero que hay que matizar es que el masoquista no
deriva placer del dolor en sí, sino de una situación compleja que forma la
sesión sadomasoquista y en la que el dolor es sólo uno de los componentes.
Fuera de ese contexto no se experimenta el dolor como placentero. En segundo
lugar, se podría equiparar el sadomasoquismo a otras situaciones que producen
un subidón de adrenalina, como ver películas de terror, las montañas rusas o
los deportes extremos. No cabe duda que esas situaciones enganchan, pero no
llegan a ser adictivas. En mis más de 30 años practicando el sadomasoquismo y
participando en asociaciones de esta índole, no he conocido nunca a nadie
adicto a él. Al contrario, la tónica general es que una gran parte de la gente
que se apunta a asociaciones sadomasoquistas las suele dejar al cabo de unos
años, como si se tratara de una afición más. Sí, hay sadomasoquistas de por
vida, pero es porque lo viven como algo que es una parte esencial de su
identidad personal. Se trata de una decisión consciente, de algo que cuesta
trabajo aprender, cultivar y mantener. No manifiesta la irracionalidad y la
compulsión de las adicciones.
Una característica de las adicciones es el síndrome de
abstinencia: el sufrimiento y las graves reacciones fisiológicas negativas que
aparecen cuando se deja de consumir una droga. Habrá quien señale que en el
sadomasoquismo ocurre algo parecido: el bajón de la sumisa (“sub-drop” en
inglés). Esto se refiere a sentimientos de malestar o depresión que ocurren al
finalizar una sesión, o al día siguiente. Hay quien dice que este bajón lo
produce la prolactina, un neuropéptido que produce saciedad sexual y síntomas
de depresión, y que sería segregado al final de la sesión, a veces durante
días. Yo no he presenciado ningún caso de bajón de la sumisa, a pesar de haber
hecho sesiones con bastantes mujeres durante muchos años. Lo que sí he visto en
muchas ocasiones son crisis de ansiedad y ataques de pánico en mitad de una
sesión, algunos muy fuertes y la mayoría lo suficientemente graves para hacerme
finalizar la sesión. No cabe duda que las prácticas BDSM tienen la capacidad de
remover contenidos traumáticos del subconsciente, sobre los causados por abusos
sexuales. Cuando esas crisis se enfrentan de la manera adecuada, sobre todo con
comprensión y cariño por parte del dominante, pueden tener un enorme efecto
terapéutico, ayudado a la sumisa a recordar, comprender e integrar esos traumas
del pasado. Quizás el bajón de la sumisa no sea más que la manifestación de ese
tipo de traumas del pasado al finalizar la sesión, ya que durante la misma
quedarían encubiertos por las endorfinas. Lo más probable es que este bajón no
sea un único fenómeno, sino que responda a causas diversas dependiendo de la
persona, ya que las sumisas o sumisos que dicen experimentarlo lo describen de
formas muy distintas. En todo caso, parece más bien una reacción emocional
debida al estado de vulnerabilidad que produce
la sesión, y no un síndrome de abstinencia. Se puede paliar con cuidados
administrados por el dominante al final de la sesión.
Autor:
Hermes Solenzol
Fuente:
sexocienciaespiritu.blogspot.com.es