Fisiología del sadomasoquismo (1)
Sadismo,
masoquismo y dolor erótico
Habría que rescatar la palabra “sádico”. En el mundo
vainilla frecuentemente se toma como sinónimo de “cruel”, pero en el contexto
del BDSM (Bondage-Dominación-Sumisión-Sadismo-Masoquismo) sabemos que no es
así. Por origen etimológico, sadismo se refiere a la tendencia sexual del
Marqués de Sade, que muchos compartimos. No somos crueles, no vamos por la vida
haciendo sufrir a las personas o torturando animales indefensos. Simplemente,
nos excita el dolor, como a nuestra contrapartida, los masoquistas. Y no
cualquier tipo de dolor, sino un dolor especial, aplicado a la piel de las
zonas erógenas: el culo, los muslos, los pies, los genitales, la espalda. Es un
dolor que calienta y enrojece la piel, despertando su sensibilidad. A este tipo
de dolor bien se le puede llamar “dolor erótico”.
Aparte de nuestra afición al dolor erótico, otra característica de muchos sadomasoquistas es el fetichismo por el castigo. Nos gusta la idea de castigar o ser castigados, quizás porque nos devuelve a la infancia, una época en la que padres y maestros ejercían sobre nosotros un poder incontestable. Las cosas eran más simples entonces: las decisiones se movían en una simple escala de bueno-malo establecida por la figura de autoridad de turno. En el fetiche de castigo el sadomasoquismo conecta con la dominación-sumisión. Le otorgamos a otra persona poder sobre nosotros, para que decida si lo que hacemos está bien o está mal. Y, si es lo último, para que nos castigue con maltratos físicos o imponiéndonos tareas desagradables.
El sádico y la masoquista danzan juntos un baile de
intercambio de poder. El dolor tiene una propiedad que lo diferencia de las
otras sensaciones: es inescapable, no permite que dejemos de prestarle
atención. Curiosamente, la otra sensación que tiene esta propiedad es el
placer. Como el dolor obliga a nuestra atención a concentrarse en él, cuando el
sádico lo administra no sólo ejerce control sobre el cuerpo de la masoquista,
sino también sobre su mente. Durante la sesión sadomasoquista este control se
va profundizando, provocando cambios en las estructuras más profundas del
cerebro de la subyugada, mareas de neurotransmisores y neuropéptidos que actúan
sobre ella como una verdadera droga. Al mismo tiempo, la mente del sádico también
se altera, quizás de forma más sutil, llevándolo también a él a satisfacer esos
deseos inconfesables.
Pero, ¿son estos cambios en el cerebro sanos o malsanos?
¿Acaso no acabarán por deteriorar la fuerza de voluntad de la sumisa,
convirtiéndola en el pelele del primer amo que la reclame? ¿Esa afición
creciente al dolor, acaso no es autodestructiva? ¿No puede llegar a crear
adicción, como una droga? Y en cuanto al sádico, ¿cómo puede estar bien el
querer hacerle daño a alguien? ¿En su búsqueda del dolor ajeno, no acabará
convirtiéndose en un degenerado, en un torturador como tantos personajes
horrendos que llenan las páginas de los libros de historia? Quizás con el
tiempo encuentre que el dolor que le causa a su sumisa no es suficiente, y se
embarque en una búsqueda creciente de más y más sufrimiento, en la que la mujer
que tiene debajo deja de ser una persona para convertirse en un mero objeto en
el que puede desencadenar su perversión. Intuimos que no es así, que el sádico
establece una profunda relación emocional con la masoquista que los realza a
los dos como personas pero, ¿existe evidencia alguna de esto? Os invito a
examinar detenidamente, a la luz de la ciencia, los cambios que se producen en
el cerebro del sádico y la masoquista. Quizás así podamos encontrar pistas
sobre lo que es en realidad el sadomasoquismo.
Las vías
del dolor: de la piel al cerebro
El daño que producen varas, fustas, palas, correas o látigos
es recogido por las fibras C, axones neuronales delicados y finos que, al
contrario de la fibras A (que transmiten las señales táctiles), carecen de la
vaina protectora de mielina. Las fibras A y la fibras C se agrupan por millones
en haces: los nervios sensoriales. Muchas de las fibras C están especializadas
en trasmitir señales de dolor provenientes principalmente de la piel, y en
menor medida de los músculos, las articulaciones, los huesos y los órganos
internos. Las fibras C transmiten señales a una velocidad lenta comparada con
las fibras A, apenas un metro por segundo. También se encargan de liberar
dentro de la dermis sustancias que producen hinchazón y aumentan el riego
sanguíneo: la inflamación que pone el culo de la sumisa “rojo como un tomate”,
deja esas bonitas estrías paralelas después de un “caning”, o causa las bandas
de cebra de los correazos.
Las señales dolorosas que viajan por las fibras C alcanzan el asta dorsal de la médula espinal, donde hace sinapsis (conexiones) con neuronas capaces de regular el dolor, aumentándolo o disminuyéndolo en respuesta a señales de las vías descendentes de control del dolor, de las que hablaré más adelante. La señal dolorosa, una vez modificada, es recogida por neuronas especializadas del asta dorsal, que la mandan al cerebro. Después de atravesar nuevas conexiones sinápticas en el bulbo raquídeo y en el tálamo (la parte del cerebro encargada de recolectar y distribuir todas las sensaciones sensoriales), llega finalmente a su destino, tres zonas de la corteza cerebral: el córtex somatosensorial, el córtex del cíngulo anterior y la ínsula.
Quizás estos nombres os suenen a chino a los que no tengáis
una afición particular por la neurociencia, pero si tenéis un poco de paciencia
veréis que entender la función de estas partes del cerebro es fundamental para
comprender el sadomasoquismo. El córtex somatosensorial es una banda que cruza
el cerebro por los lados, de arriba abajo, como una diadema. Su función es la
de localizar el sitio del cuerpo de dónde proviene el dolor: ¿es el culo, el
coño o los pies? Pero no es allí donde nos duele el dolor, donde se nos hace
desagradable (o paradójicamente placentero, en el caso de la masoquista). De
eso se encarga la ínsula, así llamada porque forma una isla de sustancia gris
al fondo de un profundo pliegue a los lados del cerebro. La ínsula es donde nos
damos cuenta de cuánto nos duele. Allí es donde se genera esa propiedad del
dolor de la que hablaba antes, que nos impide desviar nuestra atención de él.
La ínsula controla todas las emociones asociadas al dolor, sean positivas o
negativas, y también las asociadas al placer: la excitación sexual y el
orgasmo. Así mismo participa en una gran variedad de emociones: la tristeza, el
asco, la indignación, la ira, la alegría, la empatía y el amor. Por lo tanto,
vemos como en una pequeña zona del cerebro se dan la mano el dolor y el placer,
e invitan al baile a todas las demás emociones. Los pasos de esa danza estarán
determinados por las características de cada individuo, por su historia
personal y sus decisiones; pero es concebible que el dolor llame al placer, y
que juntos invoquen a la alegría, quizás incluso al amor.
El córtex del cíngulo está en la superficie de contacto de
los dos hemisferios cerebrales, formando un collar que rodea al cuerpo calloso,
el haz de fibras nerviosas que conecta a los dos hemisferios. Su aspecto
anterior (hacia la frente) realiza funciones parecidas a las de la ínsula, pero
mientras que la ínsula es todo emoción, el córtex del cíngulo anterior (en la
imagen figura con sus siglas en inglés: ACC) divide su tarea entre la emoción y
el conocimiento. Otras de sus funciones incluyen detectar errores, resolver
conflictos, mantener la atención y la motivación. Pero quizás la más importante
es la de hacer que nos “demos cuenta” - la consciencia. Por lo tanto, podríamos
decir que el córtex del cíngulo anterior es donde el dolor se hace consciente.
Nota
aclaratoria
Pido disculpas por usar las palabras “dominante” y “sumisa” con ese género particular. No me gusta hacer malabarismos gramaticales en pos de la corrección política. Quiero dejar claro que todo lo dicho se aplica igualmente en los casos en que una mujer domina a un hombre, o a parejas del mismo sexo. Al usar esas palabras de forma intercambiable con “sádico” y “masoquista”, también he pasado por alto la diferencia fundamental entre sadomasoquismo y dominancia-sumisión. En inglés es posible englobar estos dos aspectos usando las palabras “top” para referirse tanto al sádico como al dominante (de los dos sexos) y “bottom” para referirse tanto a la masoquista como a la sumisa. Desgraciadamente, todavía no hay términos similares en castellano. De todas formas, este artículo se refiere específicamente al sadomasoquismo, y sólo de forma tangencial a los casos de dominancia-sumisión que no conlleven sadomasoquismo.
Autor: Hermes Solenzol
Fuente: sexocienciaespiritu.blogspot.com.es