Aquel había
sido un día duro, hacía mucho calor y el trabajo se había hecho muy pesado,
cuando llegué me di un baño para relajarme y me acosté temprano. Llevaba días
sin poder conciliar el sueño. En pocos minutos caí rendida por el sueño y el
agotamiento y me dormí.
El roce de
unos dedos en mi muslo me despertó, confundida, miré a mi alrededor con los
ojos todavía entrecerrados. Estaba en un coche, con un hombre, tenía la cabeza
apoyada en su pecho muy cerca de su cuello, podía oír el latido de su corazón y
notar su aliento en mi piel. Él me rodeaba con un brazo, acunándome mientras
con los dedos de la otra mano rozaba mi muslo suave y despacio, con movimientos
acompasados. En uno de esos movimientos sentí un escalofrío igual que el que
segundos antes me había despertado. Cuando por fin reaccioné, quise quejarme
pero las palabras parecían no querer salir de mi garganta. Intenté cambiar de
posición, tensé todos mis músculos pero cuando iba a moverme, él me sujetó
manteniendo mi posición. “No te muevas”.
No dijo
nada más. Su voz era dulce y serena pero
su orden fue contundente, por alguna extraña razón me sentí obligada a
obedecerle.
La
situación me parecía de lo más rara. No conocía a ese hombre, acababa de despertarme junto a él, en un coche
que se dirigía a algún lugar que yo desconocía, y por alguna razón que aun no lograba
entender, yo no estaba poniendo resistencia alguna, es más, me sentía extrañamente excitada, confundida, y
deseosa de saber a dónde me iba a llevar todo aquello.
Aquel
desconocido me provocaba una sensación de calma, de tranquilidad, como si nunca
en la vida hubiera estado más a salvo que en ese preciso momento, junto a él.
Volví la
cabeza hacia arriba para mirarlo, la oscuridad no me dejaba ver su rostro,
podía sentir su calor, la dureza de su musculatura tensándose cada vez que
hacia el más mínimo movimiento para
rozarme o acomodarme mejor junto a él. Le pregunté cual era su nombre, por cómo
me trataba estaba claro que debía conocerme pero yo no sabía nada de él. Sus
palabras fueron igual de escuetas que en
el momento anterior, cuando quería zafarme de él, solo dos palabras, “Llámame
Señor”.
De repente
el coche se paró. Él se volvió hacia mí liberándome de su abrazo. Antes de
salir del coche me tendió una caja y me ordenó que me desnudara y me pusiera
solo lo que contenía en su interior. De nuevo obedecí. ¿Por qué lo hacía? ¿Por
qué no podía negarme a lo que ese desconocido me pidiera fuese lo que fuese?
En el
interior de la caja había unos zapatos negros con un tacón de vértigo precioso,
un camisón negro de satén, una cinta de la misma tela y color que el camisón y una nota que
explicaba para qué era la cinta. Debía taparme los ojos con ella. Volví a obedecer.
Un
escalofrío seguido de una fuerte sensación de calor me recorrió todo el cuerpo
cuando se abrió la puerta. Noté el roce de sus dedos en mi antebrazo antes de
cogerme la mano con delicadeza y ayudarme a que saliera del coche. Empezamos a
caminar y las piernas me temblaban, sentí que me desplomaría en cualquier
momento, pero él me tenia sujeta, me sentía segura con él. Podía sentir en su
interior una fuerza que me atraía a la vez que me hacía saber que él me
cuidaría. Tenía el control y yo, simplemente me dejaba llevar. Entonces supe
que eso era lo que necesitaba.
Pude oír el
sonido de una puerta y me introdujo en lo que debía de ser una sala grande por
el eco en su interior, la puerta se cerró detrás de nosotros. Mis sentidos se agudizaron de repente y sentí
algo de miedo y excitación a la vez. Un fuerte olor a cuero y a sexo invadía
mis fosas nasales, podía oír los gemidos, sonidos de cadenas, chasquidos
seguidos de gritos que parecían ser de placer, todo envuelto por una suave
música de fondo.
Perdí el control de mi cuerpo, noté que comenzaba a
temblar cada vez con más intensidad a la vez que podía sentir el calor del
cuerpo de aquel desconocido cada vez más cerca de mí, fundiéndose con mi
cuerpo, haciendo que me tranquilizara.
Me susurraba en el oído palabras que yo sentía
como un bálsamo, suave, como una promesa. Me dijo que iba a sentir cosas que
jamás había sentido, que me notaría extraña, y que si en algún momento me
sentía incomoda o mal que se lo dijera y de inmediato todo acabaría.
Hizo que me
sentara en lo que parecía ser un banco de cuero. Sus manos se posaron sobre mí
y en ese momento noté que mi entrepierna se humedecía cada vez más, introdujo
dos dedos en mi interior, segundos después los sacó, pude notar su aliento y su
lengua penetrando dentro de mí, haciéndome sentir la excitación cada vez con más
intensidad.
De repente
me puso boca abajo, apoyada en el banco, acomodó mis manos cerca de mis tobillos
y noté como me los ataba, tenía la cara pegada al cuero y el culo levantado,
expuesto. Por unos segundos sentí pánico. El debió notar mi reacción y se
acercó a mi oído para tranquilizarme,
noté su caricia en mi mejilla y en mis labios.
Pude sentir
su suave caricia en mi culo hasta que de pronto levantó la mano y la soltó
dándome un fuerte golpe en una de mis nalgas. Gemí. Me sorprendí a mi misma
oyendo que ese gemido no era en absoluto de dolor, sentía placer.
Volvió a
golpearme y a acariciarme una y otra vez en ambos lados de mi culo. Yo ya
estaba fuera de mi, solo podía oír su mano desplazándose hacia mí para
golpearme, solo podía sentir placer, dolor, ya no sabía lo que sentía
realmente, solo que estaba sintiendo lo más intenso que había podido sentir
jamás.
De pronto
me golpeó más abajo, rozando mi clítoris con la punta de los dedos al hacerlo y
esa increíble sensación me hizo explotar con tanta intensidad que pude notar
cómo me derramaba por las piernas hasta las rodillas. En ese momento todo mi
cuerpo flaqueó, no podía mantenerme, sentía que no tenía fuerza, una sensación
como si me fuera a desmayar en cualquier momento.
Me desató,
me puso en su regazo y me rodeó con sus
brazos, supe en ese momento que me poseía, que era irrevocablemente
suya, luego me besó con tanta intensidad que sentí que me
quedaba sin respiración, sentí como si ese momento fuera a ser eterno, y noté
el sabor de las lágrimas que brotaban de mis ojos. Sentí que los ojos me
pesaban y se me iban cerrando por momentos, hasta que me dormí.
Desperté en
mi cama, aun podía notar el calor de sus manos sobre mi cuerpo, pero estaba
sola, como siempre, había sido un sueño, el deseo de que en algún lugar
existiría el hombre que me regalaría esas sensaciones que yo nunca había
experimentado, que solo había sentido en sueños, el que tomaría mi dolor y mi
placer convirtiéndolo en uno solo, al que un día podría entregarme por
completo, Mi Amo, Mi Señor.