Todos pasamos de una edad infantil en que aún existen los Reyes Magos, el ratoncito Pérez, etc., donde todo es maravillosamente fácil y divertido, a una adolescencia donde hay desengaños, esfuerzo, sacrificio, desilusiones, incomprensión y algún que otro trauma y más de una satisfacción... y entonces.. Nos volvemos... MADUROS.
Todo tiene ya sentido, todo está controlado, todo tiene su norma, su porqué, su para qué, y encuentras pareja, te casas, tienes hijos y entras en una dinámica en que todos los días son iguales en el trabajo y en casa. Todo está controlado... con treinta y pico años .
Y entonces, esa mujer, ésa que ve que le da vértigo esa línea recta, eterna, infinitamente estática y monótona... empieza a sentir un escalofrío con olor vacío y se pregunta...
- ¿Y ya está? ¿Eso es todo?
Es como llegar a medias de una película y ver las mismas escenas una y otra vez, una y otra vez, como si se hubiera rayado, donde apenas las primeras arrugas en la piel son los granos de nuestro imparable reloj de arena y nos haces ser conscientes de que no, que en realidad va a ser que sí, que la película avanza.
Y sigues el camino, como mujer convencida de que eso es lo que hay que hacer, cumpliendo otras normas que ya no son de papá y mamá, sino de la sociedad, de la "manada"... porque "es lo que hay que hacer".
Hasta que un día, algo interrumpe esa línea recta, algo nuevo, algo infrecuente, inesperado, agrietando las bases de toda una construcción moral, ética, social que rodeaba "lo que tiene que ser" tu vida.
Y te pone nerviosa. Y quitas la mirada de aquello. Pero vuelves a mirar. Y te fijas guiñando un ojo, como queriendo, al mirar sólo con el otro, quitarte la mitad de la culpa por ver algo que no debes mirar, pero que te atrae. Y te pones más nerviosa.
Y oyes hablar de eso, y quieres saber más. Y tienes miedo, y te informas, y lees... y leyendo y mirando "sientes". Sientes en tu cuerpo cosas que desde una pubertad lejana no sentías con tanta fuerza, y te sientes insegura, como antes, como hace años.
Y quieres entrar en ese mundo, como Alicia en el País de las Maravillas, sólo que el "Conejo Blanco" no está, porque vas a seguir el tuyo, tu conejo. Y está más loco que el otro, pero te dejarás llevar por él, porque es la llave que te permitirá saber que ese nuevo mundo de nuevo te hará sentir lo mismo o más que aquella "primera vez" sólo que ahora sabes más y eres más "conscientemente inconsciente".
Vuelves a ser "adolescente" en un mundo lleno de Peter Panes, buscando la ciudad de los Niños Perdidos, y allí te encontrarás con ellos, solo que no son ya niños, son adultos... con ganas de jugar...
Y jugaréis, sólo que cuando uses la cuerda, no será para cantar "al pasar la barca", sino que será para estar anudada y entregada a uno de esos "niños perdidos" que te mira con un semblante dominante que te hace casi perder la conciencia.
Y luego volverás a tomar una "galleta" para volver a ser grande y volver al otro mundo, al del camino recto e infinito. Pero sabrás en qué punto de ese camino podrás volver a entrar en tu "matrix" particular, que parece ser que es más "real" que en el que vives.
Y volverás a entrar... disfrazada de Wendy, con su conejo negro, palpitando y deseando que ese Peter Pan te haga volar con los mismos "polvos mágicos" que ya le ha echado a su vez la pervertida de Campanilla.
Adorable segunda adolescencia...
Texto extraido de www.fetishbar.es