Así
es como empieza todo, con una pequeña chispa de interés por parte de ambas
partes, el Dominante lo nota, la sumisa lo hace notar, y ambas partes se
acercan en erótica danza, una con la cabeza erguida y sonrisa de suficiencia,
la otra con derroche de elegancia a través de su humildad. Sientes como emana
su esencia sumisa, sonríes mostrando tu esencia de Amo. Ambas partes exponen lo
que son e inevitablemente la atracción se hace más y más cercana. Pero la parte
sumisa no lo pone tan sencillo, tienta, danza, esquiva tus manos cuando vas a
tocarla, se aleja de ti cuando casi la alcanzas. Se divierte con ello, te
examina con atención intentando ver de qué pasta estás hecho, solo juega, nunca
se excede en faltarte al respeto, pero tú ya vas entendiendo que no será tan
sencillo como llegar, ver y vencer.
Durante
cierto tiempo, no haces sino mantener la distancia, hablar mucho, ofrecer
mucho, ofreces tu amabilidad, ofreces tu Caballerosidad, ofreces tu gracia,
ofreces tu comprensión, ofreces tu inteligencia, ofreces tu interés en ella, tu
experiencia, tu sed y ansias de volver a estar completo. Al mismo tiempo, ella va dejando entrever
como es, con más o menos esfuerzo, pero
tu sinceridad conmueve y anima a compartir. Y así, vas dibujando con
tiza invisible una red invisible en el suelo.
Comienzas
a invocar tus poderes cual teúrgo, tus manos se mueven inadvertidas anticipándose
al lanzamiento del conjuro, mientras tus labios rozan su oreja, le hablas con
suavidad, con diversión en la voz, le dices lo que eres, lo que prometes, lo
que cumplirás y lo que tomarás de ella. Siendo un brujo tan aparentemente
poderoso sabes que si tu voz tiembla, que si tu concentración se rompe, que si
terminas demostrándote incapaz de demostrar tu fuerza, tu invocación se volverá
contra ti, saltará sobre tu garganta y rematará tu grandeza.
Pero
no es así, tu juegas tus cartas porque sabes que tienes grandes posibilidades,
que ella está interesada en ti, que tú eres capaz de lograr dominarla. Así que
continuas, ves donde tus palabras,
caricias y roces hacen efecto, la vas despojando de su "impasibilidad fingida",
de su "indiferencia" acompañas tu conjuro de leves roces, de miradas
intensas y sonrisas cargadas de traviesa malicia, tu tono de voz suave pero
firme empieza a recorrer su cuerpo, la magia se manifiesta en cosquillas que
ascienden por su cuerpo, el éxito se abre en sus labios, sus ojos se entornan
porque hasta su mirada empieza a temblar. Comienza a ronronear en tu pecho la
satisfacción de ver tal resultado, te creces, te vuelves aun más implacable,
comienzas a acariciar su cuello, ella esquiva tu mirada aun confusa, su cuerpo
tiembla como una hoja, el tuyo está tranquilo, inamovible como una roca, ella
se refugia en tu pecho y tu tomas su barbilla alzando su mirada hacia la tuya.
Liberas el conjuro... -Te dije que te volvería loca.
Y
ella suspira ante tus palabras, ante tu esfuerzo y tu empeño, sintiéndose
tomada por un gigante que antes fuera solo un hombre, y arrodillada entre sus
muslos, el precio de su curiosidad, el resultado del deseo, una flor henchida,
una rosa roja estallando de vida, cubierta del húmedo rocío, palpitando como el
otro corazón, completamente ofrecida.
MaestroPurpura.