Cada noche, después de saludarTe, dejar el bolso, guardar las compras del día, ya duchada y desnuda, o vestida tal vez con el pareo que se ha convertido en mi uniforme de ser Tuya por casa, voy al cajón de la mesilla, generalmente la Tuya, y lo busco.
Cada noche, silencio mi cotorreo habitual, me arrodillo y con la mirada baja y la espalda algo arqueada Te tiendo el collar, sosteniéndolo entre mis dos manos por encima de la cabeza como se sostienen las ofrendas. Cada noche Tú lo tomas y, mientras yo me retiro el pelo, Tú lo cierras alrededor de mi cuello, me acaricias un momento y me ayudas después a levantarme con un beso. A veces aprovecho la postura antes de erguirme para dejar un beso en Tus pies, o en Tu pene, o en Tu mano…
Todas las noches, cada vez que este gesto se repite, siento un nudo en la garganta y la mirada húmeda.
No se ha desgastando el gesto de tanto repetirlo. Tú sigues poniendo en él la misma intención transcendental y profunda de la primera vez. Yo sigo sientiendo en él, cada día, la renovación de un voto.
Hoy el collar está en mi bolso, de donde tampoco salió ayer porque no pudimos celebrar nuestro pequeño ritual de cada día. Su piel roja ha empezado a desgastarse, se ven zonas peladas donde el color falta y está lleno de las pequeñas arrugas y estrías que lo han ido ablandando día tras día, noche tras noche ciñendo mi cuello.
¿Por qué lo metí ahí en vez de guardarlo en la mesilla? Tal vez porque desde hace unos días hay en casa otro collar idéntico a lo que él fue, esperando que decidas estrenarle, uno rojo, nuevo y brillante, y mis dedos quieren aprovechar el tiempo cotidiano para despedirse con roces fugaces de este viejo compañero, antes de que sea definitivamente sustituido y acabe guardado en el fondo de algún armario junto con los tesoros olvidados.
Sé que el gesto sería el mismo aunque lo que ciñeses a mi cuello fuera un lazo invisible. Que volveré a postrarme ante Ti con el nuevo collar con el mismo recogimiento y emoción contenida, que cada noche volverá a repetirse el símbolo de la entrega y la aceptación que nos une, y no sabré entonces si el collar que atas destiñe o resplandece…
Pero me apena despedirme de este pedacito de cuero que ha contemplado nuestros primeros años.
Dentro de unos años más, el que aún no hemos estrenado caerá también, abatida su rigidez por cientos de noches acompañando mi sueño, reblandecido en mil batallas, empapado decenas de veces de sudores, semen, orina, agua, marcado por gotas de cera despistadas y a saber con cuantas heridas más de guerra. Y también a él le despediré con nostalgia por el rito del que ha sido testigo y protagonista cada noche.
¿Cuántos podremos acumular en la cajita de los tesoros olvidados?
Con el tiempo serán nuestros cuerpos los que se ablanden y cedan, nuestra piel la que acuse el paso de tantas noches y días,… Te imagino dentro de miles y miles de noches, poniéndome con cierta torpeza un collar rojo recién comprado, cuando ya para arrodillarme tal vez necesite un reclinatorio.
¿Sobrevivirá el gesto, sin ajarse como los collares?
texto tomado de lena (DR)