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    Tener fe en tu Dominante conlleva no tener miedo

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    Mi primer sometido es mi control, siempre está a mi servicio

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    Manejar el silencio es más difícil que manejar el látigo

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9 - Reencuentro. Autora: delicias | Foro

una
una Dic 18 '14

REENCUENTRO

 


Hoy me he sentado a divagar. Debe ser que las tardes lluviosas de estos gélidos inviernos invitan a ello. Una manta, café caliente entre las manos, un libro olvidado, y esa ventana. Su ventana, mi ventana.

Nunca antes, ni aun ahora, le di demasiada importancia a las cosas materiales más allá de la mera funcionalidad, pero aquí es distinto. Estas cosas aparentemente inertes que me rodean, tienen vida, tienen mi vida y Su vida condensada en su uniones. Era frente a esta ventana donde cada tarde de viernes esperaba paciente Su llegada y ese sentimiento de complicidad que reflejaban nuestras sonrisas mientras Él introducia la llave en la cerradura de la entrada.

A ojos del mundo que nos rodeaba no habia más que un gesto cotidiano, de los que pasan inadvertidos, y se mueren entre recuerdos importantes, entre facturas y las mirillas de las puertas cerradas de los vecinos. Sin embargo a los nuestros, se dibujaba como un todo, ese gesto era... nuestros principios y nuestros filanes, el hormigueo en el estómago, el deseo en las miradas y la impaciencia en el cuerpo. Era el instante en el que me regalaba Su primera carcajada cuando yo desaparecia corriendo hacia la entrada y arrodillada espera a abrazale las piernas. Nunca hubo nombres entre nosotros, ni protocolos, ni cadenas de hierro. Todo era más liviano, quizás aquellas cosas no nos eran necesarias y Él comprendia de mi expresión que era Suya, al igual que yo de las manos que me rodeaban que Él nunca me dejaría caer.

Pero la vida es caprichosa, y en su enorme función nos trata las veces como títeres, unos quedamos guardados en los cajones, mientras otros deben dejarse llevar y salir a escena. Ese era Su destino y la mayor de las pruebas a la que ambos nos hubieramos enfrentado jamás.

 

Ayer, en mi teléfono volvió a sonar aquella melodía que dormitaba desde hacia meses. Creí que soñaba, que la mente y los recuerdos juegan a veces malas pasadas y sin darnos cuenta nos parecen ciertos los meros deseos, y allí quedé... contemplando de lejos el lugar de donde procedia ese delicioso sonido que tantas sensaciones despertó en mi en el pasado, paralizada, absorta, como si todos mis sentido se hubieran transportado a otro lugar, envuelta entre esas notas que me arropaban de nuevo. Pasados unos instantes la melodía cesó, y como si la realidad golpease mi cuerpo volví en mi sintiéndome más pesada que nunca. Alegría. Tristeza. Melancolía. Esperanza. No sabría decir exactamente lo que me embrigaba en ese preciso momento, tal vez todo ello, tal vez, la borrosa niticez de tocar un sueño con la yema de los dedos.

Comencé a llorar y reir a partes iguales, como si la locura se posase en mis labios me resultaba difícil acallar las carcajadas mientras intentaba frenar los ríos de lágrimas que tanto tiempo llevaban contenidos, y salté, salté tan alto como pude, me abracé a mi misma, pronuncié monosílabos afirmativos como un mantra y agradecí mil veces que fueran esas notas las que rompieran mi tranquilidad, las que hicieran resurgir de mi interior aquello que pensaba muerto.

Pasados unos minutos y aun un tanto inquieta tomé el teléfono queriendo asegurarme de que era real, de que Su nombre aparecería en el últmo lugar de las llamadas entrantes, y ahí estaba, "Ssshh!!!". Al leerlo el nerviosismo volvió a mi haciendo que el teléfono se me escurriera entre los dedos y una sonrisa incontrolable se adueñase de mi rostro, recordé el por qué de ese apelativo, el poder que puede llegar a tener una simple onomatopeya, el cómo un simple sonido salido de Sus labios podía provocar en mi sensaciones tan opuestas que se ligaban sin nisiquiera darme cuenta a los milimétricos movimientos que variaban Su rostro al silvar ese "ssshh". No podía devolverle la llamada en esas condiciones así que eché mano de una de esas técnicas básicas de relajación que dicen que funcionan, cerrar los ojos, dejar la mente en blanco y respirar profundamente...

 

Minutos después descubrí que en mi no debían ser efectivas, o tal vez su efectividad como la de tantas otras cosas, se disolvía en Su presencia. Pude notar esa sonrisa Suya al otro lado de la línea que me hacia saber que, pese a mis esfuerzos a veces por que no lo consiguiera, Él era capaz de adivinar lo que me recorría por dentro. Ni siquiera recuerdo muy bien sobre qué hablamos, tan solo recuerdo mi atropellado discurso intentando poner una excusa aceptable y que no sonase desesperada para no haberle respondido a la llamada; no lo conseguí y así me lo hizo saber diciéndome entre risas que siempre se me dio muy mal disimular.

Concretamos una hora, las 12 de la noche, pero esta vez no pasaría por casa, había alquilado un pequeño apartamento en el centro y sería ese nuestro lugar de encuentro.

Hasta la llegada del momento hice cuanto pude por mantener la mente ocupada, ordenar armarios, salir a correr, incluso preparar un bizcocho... precisamente cosas que no son de mi gusto, y finalmente, un largo baño, en completo silencio dejando que mi vista se perdiera en el agua. Estuve bastante tiempo ahí, como si analizando la transparente superficie mis pensamientos también fueran a volverse más claros, pero no, ellos seguían siendo un torbellino de desconcierto, tan borrosos como mi cuerpo se adivinaba en el fondo de aquella bañera...

 

Un par de horas más tarde me encontraba de camino hacia la dirección que me indicó dividida por sentimientos extraños. Una parte de mi pedía pisar a fondo el acelerador para poder verlo cuanto antes mientras la otra imprimía con fuerza mi cuerpo al respaldo como si así el tiempo fuera a ralentizarse. Treinta minutos y unas cuantas canciones a todo volumen después, estaba allí.

Pasar tantos meses sin a penas noticias, jugaba tanto a favor como en contra, pero ahí seguíamos, yo frente una puerta que no sabía si terminaría llevándome a un lugar definitivo a Su lado o al abismo más absoluto; mientras Él, seguramente, estaría como siempre acomodado en esa elegante seguridad de saberse con todo bajo control, esperando tranquilo que sonase el timbre que anunciaba mi llegada.

En ese momento, más que nunca antes, necesité que todo fuera blanco o negro, todas las prisas que nunca tuve se me agolparon en la garganta, y todos los miedos que nunca sentí mientras estuve a Su lado invadieron ese rellano sin avisar. Ya todo tenía un nombre y un por qué para mi, y por una vez necesité -ansié- que lo tuviera para ambos, y fui consciente de que un hilo de rabia y rencor se enredaba en mis tobillos y me impulsaba a salir corriendo de allí.

Pero entonces comprendí, frente a esa fría puerta, que... a veces las cosas no son como nuestros ojos desean mostrarnos, y volví a saberme pequeña a Su lado. Era yo la única que desconocía las palabras que sin pronunciar Él supo enseñarme, de Su mano, insertándolas en cada noche, encondiéndolas en cada desayuno, cuando me susurraba al oído e incluso en los eternos silencios a los que me hacia enfrentarme. Y me sentí afortunada, agradecida, y a la vez ridícula por no haberme dado cuenta antes de Su juego, de ese otro mundo maravilloso que para mi construía cada día y del que, sin llegar del todo a saber, yo era una pieza clave.

Comprenderlo me alivió, pero al mismo tiempo las dudas y las preguntas recorrían de un lado a otro mi mente. ¿Debía ser yo quien se lo hiciera saber? ¿debía decirle que había entendido quién era y qué significaban todos aquellos sentimientos y necesidades ocultas que solo se mostraban ante Él? o ¿debías esperar y dejar que fuera Él quien decidiese cuál era el momento adecuado para ponerle palabras? Después de todo, siempre sentí que Él me conocía mejor que yo misma.

 

A penas llevaba unos minutos frente a la puerta, y el caos ya se habia instalado en mi cerebro. Ideas, preguntas, dudas, miedos, deseos, el pasado, las posibilidades que se abrían... y como de la nada, el presente tocó con su índice mi frente.

 

● Buenas noches...

 

Ojiplática, quise que me tragara la tierra, era como si un desconocido me hubiera pillado en una situación comprometida, y tartamudeando hice por devolverle el saludo  intentando que de mi cara no adivinara más que el hecho de que había maquillado un poco.

 

● ¿Te encuentras bien?

 

Tampoco a Él se le daba demasiado bien disimular, y la sorna era más que evidente en su pregunta, de modo que le respondí de vuelta deshaciéndome del abrigo.

 

• Tremendamente bien -le dije sonriendo, finjiendo una seguridad que no tenía cuando fui consciente de que la única prenda que cubria mi cuerpo había quedado envuelta a mis tacones-. ¿No te parece?.

 

Ahora el ojiplático era Él, ni por asomo habría esperado que hiciera algo así, Él sabia perfectamente que ese tipo de comportamiento no iba con mi carácter, pero yo, convencida de lo que habia iniciado, le dediqué la mirada más dulce e inocente que pude construir.

 

● ¿Me vas a dejar pasar o no te agrada lo que ves?

 

Era evidente que sí Le agradaba lo que veía, que eso, como todo lo demás y para mi desgracia en ese instante, seguía igual entre nosotros.

Con la pasmosa serenidad que Le caracteriza se cruzó de brazos y, mientras apoyaba su hombro en el marco de la puerta, movió con suma lentitud su cabeza de un lado a otro, me dedicó una de sus pérfidas sonrisas y clavó Sus ojos en los míos.

Mierda, pensé, había perdido antes de empezar. Odiaba sentirme observada de la forma en que Él lo hacia, pero yo empecé el juego, y no quería echarme atrás. Intenté olvidarme de que estaba a penas a unos metros de la acera, de que cualquiera podría vernos. Solo pensaba en ganar ese pulso, no podía resultarle tan fácil desbaratarme, así que tras devolver a la suya la mirada más desafiante que pude, intenté concentrarme en sus labios. No fue buena idea, debí escoger algún punto en la pared, pues eso solo sumó a la incómoda situación la frustración de querer besarle y no poder, de tener que soportar su mirada escudrinándome, paseando por cada pliegue, quemándome, como si sus ojos tubieran la extraña capacidad de transpasar mi piel, mientras yo me autoobligaba a permanecer impasible, como si acaso pudiera finjir que existia en mi alguna parte en la que Él no pudiera influir.

 

• Date la vuelta

 

Habían desaparecido los tonos de diversión de Su voz, era más ronca ahora, más fría, y pese a no ser este un atributo acertado, para mi entonces Su voz era más grande, enorme, desmedida. No salía de Su garganta, eran Sus visceras las que pronunciaban esas palabras. Tragué saliba y alcé la vista unos cuantos centimetros esperando encontrar en Sus pupilas el sosiego que no tenía, pero en ellas lo único que encontré fue espectación, de modo que comencé a girarme, muy despacio, tanto como pude, más por miedo a que mis templorosas piernas de hicieran caer que por contribuir a su silente petición.

De espaldas no era tan malo, no podía verle y contar los coches aparcados me distraería mientras Él daba por finalizada Su...inspección ocular. Creo que no alcancé a contar más de dos.

 

● Deberías recoger el abrigo... se va a ensuciar.

 

Ahora lo pienso, y debí haber optado por flexionar las rodillas para agacharme a recogerlo, pero en un acto de gallardía, no lo hice, no podía permitirme a mi misma que me doblegase con solo mirarme, si quería observar, no sería yo quien le pusiese trabas a Sus deseos por muy ridícula que yo me sintiera. Asi que escondí la vergüenza en lo más profundo de mi, separé ligeramente las piernas y me incliné dejando mi sexo tan expuesto como pude a Su escrutinio. Tomé el abrigo, y manteniendo la posición, empleé una mano para limpiar con parsimonia algunas manchas de polvo inexistentes. Tan concentrada estaba intentando mantener esa apariencia de seguridad, ese juego entre la complaciencia y mi afán por ganar Su pulso a mi timidez que no me percaté de Su movimiento tras de mi. Mi esimismamiento duró poco, tan poco como Su cinturón tardó en restallar sobre mis nalgas.

Fue solo un golpe, certero e intenso, con matices de paciencia colmada y lección por aprender, que sentí recorrer mi cuerpo como una descarga eléctrica. Todos mis músculos se tensaron a una; desprevenida, toda yo me transformé instantáneamente en un bloque de hormigón armado que se habría desplomado de no ser porque las palmas de mis manos estuvieron hábiles anclándose al suelo. El frío se esfumó de mis pezones. Había provocado una ola de intenso calor que me barría, que una y otra vez ,en un baile interminable, trepaba por mi espalda y me punzaba el estómago. Me ardía el rostro, mi boca estaba seca y podía sentir cada una de mis aceleradas pulsaciones en el trasero.

Apreté la mandíbula tanto como pude y cerré los ojos con fuerza esperando el siguiente. Había olvidado que con Él, nunca acertaba.

● Incorporarte.

Condensando tanta serenidad como me fue posible, lo hice, e instintivamente agaché el rostro, no era eso lo que yo esperaba conseguir. Me sentía bastante ridícula, y lo peor, después de todo, el abrigo seguía en el mismo lugar, Su llamada de atención y las abrumadoras sensaciones me hicieron olvidar que debí haberlo recogido.

● Puedes hacerlo ahora.

Era como si se colase en mis pensamientos y eso, me aturdía. Esta vez sí, flexioné las rodillas y me agaché a recogerlo. Cuando me levanté me lo arrancó de las manos, y permaneciendo a mi espalda lo colocó sobre mis hombros frontando ligeramente mis brazos. Se sentía bien, pero no lo suficiente. Necesitaba verle, tenerle frente a mi, que me rodease entre Sus brazos, saber de alguna forma que Él también me echó de menos. Llevabamos meses sin tenernos cerca ¿cómo podía mostrarse tan impasible?.

Fueron a penas unos segundos, pero el silencio, roto únicamente por el sonido que generaba el viento entre las ramas de los árboles, se hacía cada vez más denso. Al poco, Sus pasos comenzaron a alejarse a mi espalda, cada uno de ellos retumbaba en mi de una forma ensordecedora, y finalmente, un golpe seco. La puerta se había cerrado tras de mi. Estaba tan aterrada que ni siquiera me atreví a girarme. No, no quería darme de cara con esa puerta cerrada, no podía ser. ¿Por qué hacía eso? Nunca habia sentido tal angustía. ¿Eso era fin? ¿En el adios tampoco habría palabras? Jugaba, ¿estaba jugando?.

 



El mensaje en el foro es editado por una Feb 28 '15

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