REENCUENTRO
Hoy me he sentado a divagar. Debe ser que las tardes
lluviosas de estos gélidos inviernos invitan a ello. Una manta, café caliente
entre las manos, un libro olvidado, y esa ventana. Su ventana, mi ventana.
Nunca antes, ni aun ahora, le di demasiada importancia
a las cosas materiales más allá de la mera funcionalidad, pero aquí es
distinto. Estas cosas aparentemente inertes que me rodean, tienen vida, tienen
mi vida y Su vida condensada en su uniones. Era frente a esta ventana donde
cada tarde de viernes esperaba paciente Su llegada y ese sentimiento de
complicidad que reflejaban nuestras sonrisas mientras Él introducia la llave en
la cerradura de la entrada.
A ojos del mundo que nos rodeaba no habia más que un
gesto cotidiano, de los que pasan inadvertidos, y se mueren entre recuerdos
importantes, entre facturas y las mirillas de las puertas cerradas de los
vecinos. Sin embargo a los nuestros, se dibujaba como un todo, ese gesto era...
nuestros principios y nuestros filanes, el hormigueo en el estómago, el deseo
en las miradas y la impaciencia en el cuerpo. Era el instante en el que me
regalaba Su primera carcajada cuando yo desaparecia corriendo hacia la entrada
y arrodillada espera a abrazale las piernas. Nunca hubo nombres entre nosotros,
ni protocolos, ni cadenas de hierro. Todo era más liviano, quizás aquellas
cosas no nos eran necesarias y Él comprendia de mi expresión que era Suya, al
igual que yo de las manos que me rodeaban que Él nunca me dejaría caer.
Pero la vida es caprichosa, y en su enorme función nos
trata las veces como títeres, unos quedamos guardados en los cajones, mientras
otros deben dejarse llevar y salir a escena. Ese era Su destino y la mayor de
las pruebas a la que ambos nos hubieramos enfrentado jamás.
Ayer, en mi teléfono volvió a sonar aquella melodía que
dormitaba desde hacia meses. Creí que soñaba, que la mente y los recuerdos
juegan a veces malas pasadas y sin darnos cuenta nos parecen ciertos los meros
deseos, y allí quedé... contemplando de lejos el lugar de donde procedia ese
delicioso sonido que tantas sensaciones despertó en mi en el pasado,
paralizada, absorta, como si todos mis sentido se hubieran transportado a otro
lugar, envuelta entre esas notas que me arropaban de nuevo. Pasados unos
instantes la melodía cesó, y como si la realidad golpease mi cuerpo volví en mi
sintiéndome más pesada que nunca. Alegría. Tristeza. Melancolía. Esperanza. No
sabría decir exactamente lo que me embrigaba en ese preciso momento, tal vez
todo ello, tal vez, la borrosa niticez de tocar un sueño con la yema de los
dedos.
Comencé a llorar y reir a partes iguales, como si la
locura se posase en mis labios me resultaba difícil acallar las carcajadas
mientras intentaba frenar los ríos de lágrimas que tanto tiempo llevaban
contenidos, y salté, salté tan alto como pude, me abracé a mi misma, pronuncié
monosílabos afirmativos como un mantra y agradecí mil veces que fueran esas
notas las que rompieran mi tranquilidad, las que hicieran resurgir de mi
interior aquello que pensaba muerto.
Pasados unos minutos y aun un tanto inquieta tomé el
teléfono queriendo asegurarme de que era real, de que Su nombre aparecería en
el últmo lugar de las llamadas entrantes, y ahí estaba, "Ssshh!!!".
Al leerlo el nerviosismo volvió a mi haciendo que el teléfono se me escurriera
entre los dedos y una sonrisa incontrolable se adueñase de mi rostro, recordé
el por qué de ese apelativo, el poder que puede llegar a tener una simple
onomatopeya, el cómo un simple sonido salido de Sus labios podía provocar en mi
sensaciones tan opuestas que se ligaban sin nisiquiera darme cuenta a los
milimétricos movimientos que variaban Su rostro al silvar ese
"ssshh". No podía devolverle la llamada en esas condiciones así que
eché mano de una de esas técnicas básicas de relajación que dicen que
funcionan, cerrar los ojos, dejar la mente en blanco y respirar
profundamente...
Minutos después descubrí que en mi no debían ser
efectivas, o tal vez su efectividad como la de tantas otras cosas, se disolvía
en Su presencia. Pude notar esa sonrisa Suya al otro lado de la línea que me
hacia saber que, pese a mis esfuerzos a veces por que no lo consiguiera, Él era
capaz de adivinar lo que me recorría por dentro. Ni siquiera recuerdo muy bien
sobre qué hablamos, tan solo recuerdo mi atropellado discurso intentando poner
una excusa aceptable y que no sonase desesperada para no haberle respondido a
la llamada; no lo conseguí y así me lo hizo saber diciéndome entre risas que
siempre se me dio muy mal disimular.
Concretamos una hora, las 12 de la noche, pero esta vez
no pasaría por casa, había alquilado un pequeño apartamento en el centro y
sería ese nuestro lugar de encuentro.
Hasta la llegada del momento hice cuanto pude por
mantener la mente ocupada, ordenar armarios, salir a correr, incluso preparar
un bizcocho... precisamente cosas que no son de mi gusto, y finalmente, un
largo baño, en completo silencio dejando que mi vista se perdiera en el agua.
Estuve bastante tiempo ahí, como si analizando la transparente superficie mis
pensamientos también fueran a volverse más claros, pero no, ellos seguían
siendo un torbellino de desconcierto, tan borrosos como mi cuerpo se adivinaba
en el fondo de aquella bañera...
Un par de horas más tarde me encontraba de camino hacia
la dirección que me indicó dividida por sentimientos extraños. Una parte de mi
pedía pisar a fondo el acelerador para poder verlo cuanto antes mientras la
otra imprimía con fuerza mi cuerpo al respaldo como si así el tiempo fuera a
ralentizarse. Treinta minutos y unas cuantas canciones a todo volumen después,
estaba allí.
Pasar tantos meses sin a penas noticias, jugaba tanto a
favor como en contra, pero ahí seguíamos, yo frente una puerta que no sabía si
terminaría llevándome a un lugar definitivo a Su lado o al abismo más absoluto;
mientras Él, seguramente, estaría como siempre acomodado en esa elegante
seguridad de saberse con todo bajo control, esperando tranquilo que sonase el
timbre que anunciaba mi llegada.
En ese momento, más que nunca antes, necesité que todo
fuera blanco o negro, todas las prisas que nunca tuve se me agolparon en la
garganta, y todos los miedos que nunca sentí mientras estuve a Su lado
invadieron ese rellano sin avisar. Ya todo tenía un nombre y un por qué para
mi, y por una vez necesité -ansié- que lo tuviera para ambos, y fui consciente
de que un hilo de rabia y rencor se enredaba en mis tobillos y me impulsaba a
salir corriendo de allí.
Pero entonces comprendí, frente a esa fría puerta,
que... a veces las cosas no son como nuestros ojos desean mostrarnos, y volví a
saberme pequeña a Su lado. Era yo la única que desconocía las palabras que sin
pronunciar Él supo enseñarme, de Su mano, insertándolas en cada noche,
encondiéndolas en cada desayuno, cuando me susurraba al oído e incluso en los
eternos silencios a los que me hacia enfrentarme. Y me sentí afortunada,
agradecida, y a la vez ridícula por no haberme dado cuenta antes de Su juego,
de ese otro mundo maravilloso que para mi construía cada día y del que, sin
llegar del todo a saber, yo era una pieza clave.
Comprenderlo me alivió, pero al mismo tiempo las dudas
y las preguntas recorrían de un lado a otro mi mente. ¿Debía ser yo quien se lo
hiciera saber? ¿debía decirle que había entendido quién era y qué significaban
todos aquellos sentimientos y necesidades ocultas que solo se mostraban ante
Él? o ¿debías esperar y dejar que fuera Él quien decidiese cuál era el momento
adecuado para ponerle palabras? Después de todo, siempre sentí que Él me
conocía mejor que yo misma.
A penas llevaba unos minutos frente a la puerta, y el caos
ya se habia instalado en mi cerebro. Ideas, preguntas, dudas, miedos, deseos,
el pasado, las posibilidades que se abrían... y como de la nada, el presente
tocó con su índice mi frente.
● Buenas noches...
Ojiplática, quise que me tragara la tierra, era como si
un desconocido me hubiera pillado en una situación comprometida, y
tartamudeando hice por devolverle el saludo
intentando que de mi cara no adivinara más que el hecho de que había
maquillado un poco.
● ¿Te encuentras bien?
Tampoco a Él se le daba demasiado bien disimular, y la
sorna era más que evidente en su pregunta, de modo que le respondí de vuelta
deshaciéndome del abrigo.
• Tremendamente bien -le dije sonriendo, finjiendo una
seguridad que no tenía cuando fui consciente de que la única prenda que cubria
mi cuerpo había quedado envuelta a mis tacones-. ¿No te parece?.
Ahora el ojiplático era Él, ni por asomo habría
esperado que hiciera algo así, Él sabia perfectamente que ese tipo de
comportamiento no iba con mi carácter, pero yo, convencida de lo que habia
iniciado, le dediqué la mirada más dulce e inocente que pude construir.
● ¿Me vas a dejar pasar o no te agrada lo que ves?
Era evidente que sí Le agradaba lo que veía, que eso,
como todo lo demás y para mi desgracia en ese instante, seguía igual entre
nosotros.
Con la pasmosa serenidad que Le caracteriza se cruzó de
brazos y, mientras apoyaba su hombro en el marco de la puerta, movió con suma
lentitud su cabeza de un lado a otro, me dedicó una de sus pérfidas sonrisas y
clavó Sus ojos en los míos.
Mierda, pensé, había perdido antes de empezar. Odiaba
sentirme observada de la forma en que Él lo hacia, pero yo empecé el juego, y
no quería echarme atrás. Intenté olvidarme de que estaba a penas a unos metros
de la acera, de que cualquiera podría vernos. Solo pensaba en ganar ese pulso,
no podía resultarle tan fácil desbaratarme, así que tras devolver a la suya la
mirada más desafiante que pude, intenté concentrarme en sus labios. No fue
buena idea, debí escoger algún punto en la pared, pues eso solo sumó a la
incómoda situación la frustración de querer besarle y no poder, de tener que
soportar su mirada escudrinándome, paseando por cada pliegue, quemándome, como
si sus ojos tubieran la extraña capacidad de transpasar mi piel, mientras yo me
autoobligaba a permanecer impasible, como si acaso pudiera finjir que existia
en mi alguna parte en la que Él no pudiera influir.
• Date la vuelta
Habían desaparecido los tonos de diversión de Su voz,
era más ronca ahora, más fría, y pese a no ser este un atributo acertado, para
mi entonces Su voz era más grande, enorme, desmedida. No salía de Su garganta,
eran Sus visceras las que pronunciaban esas palabras. Tragué saliba y alcé la
vista unos cuantos centimetros esperando encontrar en Sus pupilas el sosiego
que no tenía, pero en ellas lo único que encontré fue espectación, de modo que
comencé a girarme, muy despacio, tanto como pude, más por miedo a que mis
templorosas piernas de hicieran caer que por contribuir a su silente petición.
De espaldas no era tan malo, no podía verle y contar
los coches aparcados me distraería mientras Él daba por finalizada
Su...inspección ocular. Creo que no alcancé a contar más de dos.
● Deberías recoger el abrigo... se va a ensuciar.
Ahora lo pienso, y debí haber optado por flexionar las
rodillas para agacharme a recogerlo, pero en un acto de gallardía, no lo hice,
no podía permitirme a mi misma que me doblegase con solo mirarme, si quería
observar, no sería yo quien le pusiese trabas a Sus deseos por muy ridícula que
yo me sintiera. Asi que escondí la vergüenza en lo más profundo de mi, separé
ligeramente las piernas y me incliné dejando mi sexo tan expuesto como pude a
Su escrutinio. Tomé el abrigo, y manteniendo la posición, empleé una mano para
limpiar con parsimonia algunas manchas de polvo inexistentes. Tan concentrada
estaba intentando mantener esa apariencia de seguridad, ese juego entre la
complaciencia y mi afán por ganar Su pulso a mi timidez que no me percaté de Su
movimiento tras de mi. Mi esimismamiento duró poco, tan poco como Su cinturón
tardó en restallar sobre mis nalgas.
Fue solo un golpe, certero e intenso, con matices de
paciencia colmada y lección por aprender, que sentí recorrer mi cuerpo como una
descarga eléctrica. Todos mis músculos se tensaron a una; desprevenida, toda yo
me transformé instantáneamente en un bloque de hormigón armado que se habría
desplomado de no ser porque las palmas de mis manos estuvieron hábiles
anclándose al suelo. El frío se esfumó de mis pezones. Había provocado una ola
de intenso calor que me barría, que una y otra vez ,en un baile interminable,
trepaba por mi espalda y me punzaba el estómago. Me ardía el rostro, mi boca
estaba seca y podía sentir cada una de mis aceleradas pulsaciones en el
trasero.
Apreté la mandíbula tanto como pude y cerré los ojos
con fuerza esperando el siguiente. Había olvidado que con Él, nunca acertaba.
● Incorporarte.
Condensando tanta serenidad como me fue posible, lo
hice, e instintivamente agaché el rostro, no era eso lo que yo esperaba
conseguir. Me sentía bastante ridícula, y lo peor, después de todo, el abrigo
seguía en el mismo lugar, Su llamada de atención y las abrumadoras sensaciones
me hicieron olvidar que debí haberlo recogido.
● Puedes hacerlo ahora.
Era como si se colase en mis pensamientos y eso, me
aturdía. Esta vez sí, flexioné las rodillas y me agaché a recogerlo. Cuando me
levanté me lo arrancó de las manos, y permaneciendo a mi espalda lo colocó
sobre mis hombros frontando ligeramente mis brazos. Se sentía bien, pero no lo
suficiente. Necesitaba verle, tenerle frente a mi, que me rodease entre Sus
brazos, saber de alguna forma que Él también me echó de menos. Llevabamos meses
sin tenernos cerca ¿cómo podía mostrarse tan impasible?.
Fueron a penas unos segundos, pero el silencio, roto
únicamente por el sonido que generaba el viento entre las ramas de los árboles,
se hacía cada vez más denso. Al poco, Sus pasos comenzaron a alejarse a mi
espalda, cada uno de ellos retumbaba en mi de una forma ensordecedora, y
finalmente, un golpe seco. La puerta se había cerrado tras de mi. Estaba tan
aterrada que ni siquiera me atreví a girarme. No, no quería darme de cara con
esa puerta cerrada, no podía ser. ¿Por qué hacía eso? Nunca habia sentido tal
angustía. ¿Eso era fin? ¿En el adios tampoco habría palabras? Jugaba, ¿estaba
jugando?.