Mi gatita
Cuando conoces a alguien, todo son preguntas fáciles y
respuestas sencillas. Trabajo, tiempo libre, familia y un largo etcétera. Pero
hay un momento en la charla en la que se suele preguntar si tienes o has tenido
mascotas. En ese momento no puedo evitar echar la vista hacia atrás, unos diez
años, y acordarme de ella.
A ella, que la conocí haciendo campana en la
universidad, le gustaba acurrucarse a mi lado en el sofá, cuando yo se lo
permitía, y cuando no, se enfurruñaba y se quedaba tumbada a mis pies. Me
gustaba recorrer con el dedo su columna,
suavemente, desde su nuca descubierta hasta abajo del todo, y ella ronroneaba
mientras un escalofrío hacía que su piel se pusiera de gallina. Le gustaba
tostarse al sol desnuda en el balcón de mi piso y yo adoraba tocar su cuerpo
caliente y torturarla con un cubito de hielo que se deshacía rápidamente al
contacto de su piel.
No siempre era mi gatita. Como cualquier otra pareja,
muchas noches salíamos a cenar fuera, o al cine, o a tomar unas copas y se
convertía en mi mejor confidente y pasábamos las horas charlando. Pero una vez
en casa, adoptaba de nuevo su rol sin tener que pedírselo.
Recuerdo el día que pasé por una tienda de mascotas y
vi un precioso collar de cuero color rojo. Era sencillo, sin adornos más que
una argolla color plateado. Me pareció que sería perfecto para ella, así que
sin pensarlo dos veces, lo compré. Se puso tan contenta cuando se lo regalé que
enseguida me ofreció su cuello para que se lo pusiera. Aquella noche tuvimos
una muy buena sesión de sexo, con cuerdas, velas y mi fusta favorita.
Poco tiempo después, compré la correa, aunque casi no
llegamos a usarla. Decía que no le gustaba, que no tenía glamour.
Con el paso del tiempo, durante los fines de semana
dormía en mi piso. En cuanto cerraba la puerta tras ella, tal como le había
enseñado, se arrodillaba e iba a gatas hasta el dormitorio, despacio, marcando
cada paso, contoneando a ritmo hipnótico sus caderas y esperaba a que le
pusiera su collar. Después de eso se restregaba en mis piernas buscando una
caricia reconfortante y siempre le decía “buena chica”. Le llenaba un cuenco de
agua y lo dejaba en su rincón. Me gustaba que comiera conmigo en la mesa,
desconectaba un rato de su rol y hablábamos de cómo había ido la semana, pero
después, volvía a ser mi gatita. Momento en el que yo aprovechaba para
desnudarla y ponerle su plug con cola (éste me lo regaló en nuestro primer
aniversario). Me gustaba hacérselo mientras lo llevaba puesto.
Pocas veces tuve que castigarla. Siempre había sido una
chica muy sana en cuanto a su alimentación y ejercicio, pero bebía muy poca
agua, a pesar de mis esfuerzos en recordárselo. Un viernes de finales de julio,
me explicó que aquella semana se había desmayado en mitad de la calle mientras
estaba haciendo footing. El médico le dijo que se había deshidratado. Recuerdo
cómo me enfadé. Después de repetírselo una y otra vez. Le dije que se pusiera
de rodillas, cara la pared y que no se moviera. Cojí la cartera y las llaves y
me fui de mi piso dando un portazo. Estuve como una hora caminando sin sentido
ni destino y de repente me di cuenta que estaba frente a la tienda de mascotas
donde le compré el collar. Me hice con un bebedero tipo dispensador para dos
litros de agua. Desde entonces, cada mañana que ella pasaba en mi piso, llenaba
el dispensador. Por la noche tendría que estar vacío. Debía beber dos litros de
agua al día como mínimo y así tendría que hacerlo incluso sin estar conmigo.
Sólo en un par de ocasiones no se terminó el agua y en ese par de ocasiones fue
castigada debidamente (con su correa).
A pesar de ello, era una buena gatita. Refunfuñaba
mucho, pero eso, a mi parecer, le hacía más atractiva. Cuando le decía algo que
no le apetecía, murmuraba hasta que le daba un cachete de aviso. Que me pareciera
atractivo no significa que consintiera ese comportamiento. Aún así nunca se lo
prohibí del todo.
Esos casi dos años en los que ella estuvo en mi vida,
todo fue muy intenso, muy carnal. Aprendí muchísimas cosas con ella, sobretodo
aspectos de mí mismo, que hasta entonces desconocía. A pesar de la intensidad
del momento, dejamos nuestra particular relación al salirme una oportunidad en
el extranjero y ella no podía dejar su trabajo. Fue duro y muy triste, pero me
lo guardo con mucho cariño, ya que si no hubiera ocurrido, hoy no sería quien
soy.