Caminando hacia el castigo
Ella vendra, aunque ya sea muy tarde, haga mucho frio y
la niebla sea espesa, algo en mi interior me lo dice. Vendrá aunque sepa que
estoy muy disgustado y que va a ser castigada, vendrá porque se lo he ordenado,
porque es mia y porque el deseo de sentir su piel y el calor de sus labios es
mutuo.
Suena el
interfono, cuanto rato llevo deseando escuchar ese ruido estridente, lo
descuelgo y escucho su voz, debil, temblorosa, esta aterida, en otra ocasión le
hubiese dirigido unas breves palabras antes de abrir, pero hoy no, estoy
disgustado porque sabe que me gusta que cuando se vaya de viaje y haya llegado
me llame, y justo anoche un tren cuyo destino era exactamente el mismo que ella
ha descarrilado y he pasado una noche de insomnio pensando en lo peor, agravado
por el hecho de que su movil no respondía a mis llamadas. Cuando al día
siguiente me llamó me alegre muchísimo, aunque también me enfadé por el mal
rato que me habìa hecho pasar, así que le di instrucciones por teléfono al día
siguiente y tambien le advertí de que iba a ser castigada
Se ha
quitado el abrigo y la contemplo de arriba abajo en el recibidor, lleva un
precioso vestido azul de una pieza muy entallado que realza su figura, luce un
primoroso recogido y se ha puesto el perfume que más me gusta, en otras
circunstancias la hubiese estrechado entre mis brazos y la hubiese besado, pero
hoy no, porque está castigada.
-Desnudate
ahora mismo -dije con voz firme al tiempo que la señalaba con el dedo-.
-Pero...
¿no quieres ver mi vestido y lo que llevo debajo? Me lo he puesto para tí...
-¿Acaso
has olvidado qué significa cumplir una orden? Ponte de cara a la pared l
levántate la falda del vestido.
Lentamente
se giró, arqueó ligeramente la espalda, apoyó los antebrazos contra la pared y
levantó la falda del vestido dejando su culo en pompa. Sabía perfectamente que
significaba aquella orden, su cuerpo comenzó a temblar cuando me desabroché el
cinturon. Un sonoro latigazo impactó contra su trasero y un estremecimiento
recorrió su cuerpo.
-Ahora voy
hacia el salón, y cuando te hayas desnudado vienes a mi de rodillas, ¿te ha
quedado claro?
-Si mi
amo.
La mujer
que hace unos minutos ocultaba su sofisticación y elegancia a la vista de todos
bajo un grueso abrigo es ahora un ser humano desnudo que gatea por el pasillo
con la cabeza gacha y el cabello cayéndole sobre la cara; sin necesidad de
palabras se detuvo ante mi, se irguió, puso las manos sobre su espalda, apoyó
las nalgas sobre sus talones, se inclinó ligeramente y me ofreció su nuca para
que le pusiera el collar, acto seguido le enganché la cadena y ella me ofreció
el asa y recogiendo la cadena acerqué su cara a la mia, le di un beso en los
labios. Temblaba y en su mirada había una amalgama de deseo e incertidumbre.
-Tenía
muchas ganas de volver a verte, pero anoche casi no pude dormir pensando que te
había pasado algo, ¿por qué no me llamaste?
-Lo
siento, amo -balbuceo- se me olvidó.
Me puse
detrás de ella y con un gesto rápido le até las manos con una cuerda y
sujetándola por los sobacos le ayudé a levantarse.
-Vete a la
habitación, y espérame.
-Si, mi
amo.
Sobraban
las explicaciones, sabía perfectamente que su habitación es sinónimo de castigo
en las sesiones y de nido de amor después de ellas. Aunque deseaba sentir el
calor de su cuerpo, el tacto de su piel, la humedad de su sexo y el sabor de
sus labios me esperó unos minutos, largos como horas; tenía que reflexionar
sobre el delito que había cometido y el castigo que se merecía
Abrí la
puerta de su habitación me detuve para contemplarla. Allí estaba, arrodillada a
los pies de la cama sobre el cojín que previamente había colocado para que no
se le lastimaran las rodillas, contemplando la fusta que previamente había
depositado sobre las sábanas. Inclinándome le desaté las manos y la acaricié, sentí
su respiración entrecortada, su piel sudorosa y temblorosa, su sexo húmedo y
palpitante, todo su cuerpo y su alma preparadas para lo que estaba por venir.
Fui hacia la mesilla y extraje dos cuerdas de uno de los cajones, até sus manos
a los barrotes de la cabecera de la cama y até las otras dos cuerdas a las
patas de la cama, y con ellas sujeté sus rodillas. Con un pañuelo negro le
vendé los ojos.
-¿Por qué
vas a ser castigada?
-Por no
haberte llamado y por haberte hecho sufrir, Amo.
-¿Cual es
tu castigo?
-20 azotes
en el culo, Amo.
Acto
seguido cogí la fusta, sus jadeos fueron en aumento, y tras esperar unos
instantes el primer azote impactó sobre su trasero con un ruido que retumbó en
toda la habitación, todo su cuerpo se estremeció. Sin detenerme descargué otros
nueve azotes, uno en cada nalga. Me detuve como solía hacer para permitirle
coger fuerzas.
-¿Volverás
a hacerlo?
-No Amo,
nunca más volveré a hacerlo.
-Supongo
que sabes que no he terminado
-Lo sé
Amo, tienes que darme otros diez azotes.
Me
arrodillé y le acaricié suavemente sus pechos, sus pezones estaban duros,
deslice una mano hacia su sexo y la masturbé.
-Te
prohibo que te corras.
Mis manos
jugueteaban con su sexo cada vez más deprisa y cada vez más húmedo, sus jadeos
iban en aumento, estaba disfrutando enormemente, pero no podía olvidarme de
porqué estaba atada a aquella cama, asi que me levanté y descargue los otros
diez azotes sobre su castigado culo. Me levanté y fui a la nevera a buscar un
cubito de hielo, con el recorrí las marcas que la fusta habia dejado sobre su
piel. Por último desaté sus manos y sus piernas, se sénto sobre el cojín, yo
hice lo mismo y ambos estuvimos un rato abrazados hasta que con delicadeza la
levanté y la acosté sobre la cama.
Una
maravillosa noche de sexo fue el colofón de aquella tarde de placer BDSM