Su mejilla derecha se apoyaba sobre el frío suelo. Se encontraba postrada con sus muñecas atadas a los tobillos, los ojos cubiertos con un pañuelo negro y ofreciendo a su amo toda su intimidad.
Ella sabía que no se había comportado bien, sabía que iba a recibir su castigo.
Volví a la sala donde la habia dejado. Su culo bien levantado coronaba su posición sumisa. Me detuve un momento para recrearme con la visión. Le había dejado puesto el tanga que llevaba. Cubría lo justo, dejaba ver el nacimiento de unos labios bien depilados y un leve sombreado indicaba la entrada de su trasero.
Ella se inquietó, sus ojos vendados no le permitían saber qué tenía a su alrededor. Trató de incorporar la cabeza, como si eso le fuera a permitir ver lo que estaba haciendo. Aproveché para acercarme y colocarle una mordaza. Se resistió; comenzó a mover la cabeza de un lado a otro mientras intentaba soltarse las manos. Metí la pelota en la boca y tiré fuertemente de las correas. Le ajusté la mordaza y la dejé de nuevo en el suelo.
Permanecí de pie en silencio a su lado. Ella no paraba de contonearse y retorcerse para tratar de librarse de las ataduras que sujetaban fuertemente sus muñecas a sus tobillos.
Gemía con desesperación, intentaba soltarse con todas sus fuerzas, al ver que no lo consegía las lágimas comenzaron a caer por debajo del pañuelo negro. Paraba unos segundos para recuperar el aliento e intentaba de nuevo soltarse. Durante un rato lo intentó sin éxito. Finalmente, desfallecida, volvió a apoyar su mejilla en el frío suelo.
Yo había estado observando en silencio el espectáculo. Ella continuaba sollozando en el suelo pero su cuerpo permanecía inmovil, parecía haber abandonado la lucha.
Di dos pasos hacia ella, aprecié como se estremeció a la vez que trataba de sorber los mocos que brotaban de su nariz. Se quedó en silencio, todo el silencio que su respiracion entrecortada le permitía. Estaba esperando que pasara algo.
Tomé de mis herramientas una pluma muy suave de pavo real. Comencé a recorrer su espina dorsal con la pluma. Desde la nuca hasta el ano. El poco vello que cubría su cuerpo estaba completamente erecto. Se tranquilizó. Continué como si estuviera pintando un cuadro utilizando como lienzo su desnuda espalda.
Tras el esfuerzo que había hecho prácticamente se quedó dormida.
Cogí una vela y la encendí. Ella reconoció el aroma, comenzo de nuevo a gemir. Reunió las pocas fuerzas que le quedaban para hacer un último intento frenético de soltarse. Con mi zapato pisé su mejilla, ejercí presión y poco a poco dejó de gritar y de moverse.
La cera caliente comenzaba a caer al suelo. Dirigí las gotas ardientes a su nuca. Cada vez que una gota tocaba su piel, ella emitía un grito sordo a traves de la mordaza.
Poco a poco fui dirigiendome a la parte baja de la espalda mientras iba regándola con cera caliente. Sus gritos iban aumentando de intensidad volviéndose de nuevo en un llanto contínuo.
A continuación dirigí la vela hacia sus nalgas y dejé caer un buen chorro de cera sobre su ano tímidamente cubierto por su tanga. Esto le provocó un espasmo. Intentó gritar pero parecía haberse quedado sin aire. De nuevo hizo un esfuerzo por tratar de soltarse. Frustrada, se quedó llorando en el suelo.
Apagué la vela para que su humo perfumara la sala.
Me situé a la altura de su trasero. Obervé su culo sellado por la cera. Bajé su tanga hasta sus rodillas dejando expuesta la poca intimidad que le quedaba.
Con la vela apagada comencé a dibujar un espiral alrededor de su ano. Poco a poco me acercaba al centro de la espiral. Cuando la vela se encontró con su culo, empujé firmemete y se abrió paso hacia su interior.
Volví a encender la vela y me senté en un sillón a su lado para ver el espectáculo. Ella permanecía inmovil. La vela sólo se movía cuando contraía su trasero por tener un objeto introducido. Como la vela era suficientemente larga, no sentía el calor de la llama. Debía estar pensando que le había introducido algun juguete.
La cera caliente caía entre sus piernas sin tocarla. No sopechaba nada.
Permanecí mirando como se consumía la vela mientras ella se mantenía inmovil.
Transcurrido un tiempo, coloqué un espejo a su lado, me puse entre el espejo y ella y retiré el pañuelo que cubría su mirada. Aparté el pelo que tapaba su cara y sequé sus ojos. Confusa, me dedicó su mirada más sumisa, para continuar observando a su alrededor.
Me puse en pie y caminé de nuevo hasta el sillón mientras ella me seguía con los ojos. Me senté.
Continuó mirando lo que le rodeaba hasta que descubrió el espejo. En el reflejo podía ver su cara. Trataba de fijar su mirada, estaba algo aturdida. De pronto pude ver el pánico en su cara. Acababa de descubrir que lo que tenía metido en el culo era una vela encendida.
Comenzó a gritar y a llorar, daba fuertes tirones a la cuerda que sujetaba sus manos. Sus movimientos para intentar zafarse provocaron que la cera caliente comenzara a caer sobre la parte posterior de sus piernas, lo que intensificó aun más su desesperación por tratar de soltarse. Viendo que no conseguía nada cambió su estrategia; trató de expulsar la vela de su interior. Contraía y relajaba su ano, pero, debido a su nerviosismo lo único que consiguió es que se introdujera la vela unos centímetros más. La llama estaba cerca de su cuerpo, la cera caliente caía sobre su vulva. Estaba frenética. Movía su trasero hacia todos los lados, gritaba, tiraba de las cuerdas, movía su cabeza de un lado a otro...
Me acerqué, puse mi mano entre la llama y sus nalgas para comprobar la temperatura. Decidí que ya había tenido suficiente, de modo que apagué la vela.
Por fin pareció llegarle el sosiego. Sus gritos se tornaron en un lloriqueo entrecortado. Volvió a relajar su cuerpo y a sentir el frío del suelo en su mejilla.
Llevé mi mano hacia su sexo. Retiré los restos de cera que salpicaban su coño. Acaricié levemente sus labios, rodeé con el dedo su clítoris sin llegar a tocarlo. Cada vez que me acercaba a su perla podía notar un escalofrío atravesando su cuerpo. Introduje lentamente dos dedos en el interior de su vagina. Los dirigí a la pared delantera, buscando la rugosidad que me indicaba la posición de su punto de placer. Rozando sutilmente con la yema de mis dedos inicié la estimulación de su punto g. Lo que comenzó como un suave y placentero movimiento de vaivén de mis dedos continuó con un importante aumento de la velocidad de mis movimientos. Ella transformó sus gemidos entrecortados en lo que parecían suspiros de placer. Podía notar como sus fluidos habían inhundado su vagina. Seguí aumentando la velocidad de mi estimulación, para que finalmente sus gemidos convergieran en un grito de placer. Pude ver como su cuerpo se estremecía espasmódicamente. Su culo convulsionaba con la vela todavía introducida. Aumenté aún más el ritmo de mi penetración llevándola a un estado de éxtasis. Su cuerpo temblaba de placer, apenas podía emitir sonido alguno. Finalmete, se quedó rígida, la vela se delizó fuera de su cuerpo y una leve cantidad de fluido brotó de su vagina.
Cayó al suelo de lado. Cerró los ojos como embarcada en un torrente de placer y se quedó dormida.
Allí estaba, con su ropa interior por la rodillas, atada, cubierta de sudor y cera y plácidamente dormida.